“Y fue por rebelde
que al metal pesado me aguanté.”
(Ayer deseo, hoy realidad. Hermética)
El heavy metal es rebeldía, pero no la rebeldía de carcaza, como una moda, “careta”, sino como un sentimiento y un modo de vida para afrontar al sistema, se gane o se pierda. Esa rebelión se inicia con la destrucción de los valores dominantes (“será la solución: destrucción”), para luego proponer la creación de un orden nuevo. De la misma manera, Sucio y desprolijo comienza destruyendo la imagen que el status quo tiene del metal pesado para luego (re)construir el mito.
La llegada de un tren en la escena inicial anuncia no sólo una reminiscencia al cine como un arte de origen documental, sino también la gestación del metal como una movida social. La película se estructura en cinco capítulos, a través de los cuales plantea un recorrido por el movimiento desde diferentes puntos de vista, que van desde lo histórico, lo social y lo político hasta la cuestión musical y estética propiamente dicha. Para hacerlo se vale de entrevistas a músicos, periodistas y fanáticos del género, respaldando todo con imágenes de archivo que responden a una extrapolación de las características del género musical: distorsionadas (por la erosión del tiempo), pero gritando la realidad.
Se abre con un recital y, a partir de entonces, la música guía los diferentes capítulos, narrando los acontecimientos a través de sus letras y explicando el sentimiento a través de la potencia de acordes que se explaya en el montaje. Esa construcción pentatónica comienza con la destrucción de los prejuicios: “Te voy a decir lo que no es el heavy metal…”; y continúa derribando lo establecido: no tiene que ver con la violencia, la misoginia, los vicios y demás cuestiones que lo han llevado a la marginalidad. El primer capítulo, Luchando por el metal, versa sobre los orígenes, en principio musicales, influenciados por el blues, el rock psicodélico, y las primeras bandas que incursionaron en el estilo, pero también con el origen social: el heavy metal es la lucha del hijo de la clase trabajadora que grita para hacerse escuchar. Una ideología contra la discriminación, contra la injusticia social. Por eso se expresa gráficamente a través de las pintadas, y el documental recorre la calle: porque ésta es el símbolo de la lucha social. Género nacido del descontento de una juventud marcada por la decadencia industrial y su consecuente ola de despidos en los comienzos del ’70. Los hijos de la clase trabajadora, forjados con el sonido aturdidor de tornos y prensas. encontraban una nueva forma de expresión clasista, combativa, que se diferenció del rock colaboracionista de la dictadura y del menemato. No obstante, la película no se agota en simples paralelismos histórico-sociales, sino que ahonda en las prácticas que llevaban a sobrevivir al sistema opresor, como una hermandad que trabajaba para hacerse presente y expandirse: narrando la creación de fanzines, la forma en que circulaba el material grabado, los lugares que contenían a los metaleros… Nacimiento y desarrollo del culto.
A partir del establecimiento de los orígenes se da paso a la evolución interna, donde las diferentes vertientes se excluían unas a otras, y donde el enemigo, más allá de ser quien no comprende y rechaza a los metaleros, se muestra como enemigo interno, de secesión. Sectas y turbaciones que con el tiempo se aplacan por el fanatismo hacia el género y asumen la madurez de la corriente en pos de oficiar como contracultura. Asimismo, se muestra que el metal ha pasado de ser un “peligro destructivo”, para transformarse ya no en un acusador de los males sociales sino en el impulso para que la lucha se vuelva activa, fomentando la concientización y respaldando causas humanitarias. La destrucción cosmogónica se recicla en la emergencia de un nuevo orden. Para ello es necesario un culto mesiánico: Sucio y desprolijo invoca las figuras de los profetas Pappo, Osvaldo Civile, Ricardo Iorio… dos de ellos santificados en altares idolatrados. Esas figuras deben ser mártires, rechazar las glorias del éxito comercial, descastados en la marginalidad porque sólo de esa forma se continúa la lucha por fuera del sistema y se abraza a los hermanos desde la empatía y el reconocimiento de ser expresado por un ídolo que se vuelve música.
El mito construye y sustenta religiones, credos salvadores en formas de riffs. Los últimos minutos son dedicados a un epílogo que actualiza el mito encarnado en los sobrevivientes del metal originario, que estarán siempre ahí, evitando el ablande.
Acá pueden leer una entrevista de Hernán Gómez a Paula Alvarez y Diego Cirulo.
Sucio y desprolijo (Argentina, 2015), de Paula Álvarez y Lucas Lot Calabró, c/Adrián Barilari, Walter Giardino, Ricardo Iorio, Claudio O’connor, 115’.
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Hermosa nota Romina, aún no vi la película pero tu texto describió mi adolescencia.
Muchas gracias, Mariano. La película propone ese viaje nostálgico. Gracias por el comentario!