Atención: Se revelan detalles de la trama.
Siendo niña, la Mary (Susana Giménez) le salva la vida a su padre cuando, al estar enferma, evita que él tome un tranvía que se convertiría en tumba colectiva luego de un accidente. Desde entonces a la Mary se la (re)conoce como adivina del futuro, papel que adopta obediente y, como buena mujer oráculo, será quien encarne el péndulo entre la vida y la muerte.
El manto de la muerte cae desde las primeras imágenes en forma de niebla sobre el Riachuelo y ya no se levantará: uno de los conflictos centrales que debaten el alma inmortal de los personajes de La Mary es el tema del aborto. Con poquísimos años de vida, la Mary se entera que “vive de yapa” por un aborto que no fue y, desde entonces y aferrada a la religión como modo de conducta, luchará para evitar esa práctica. En ese sentido, la postura de la película es por lo menos ambigua ya que, si bien un personaje muere a causa de un raspaje, la protagonista, principal estandarte contra el aborto por considerarlo asesinato, termina convertida en asesina. De ahí la recurrencia del espejo como desviación de personalidades. Pero entre una muerte y la otra existe una diferencia: la del aborto como negación del amor –así lo siente respecto de sus padres y, sobre todo, de su madre-; la pasional como pináculo del amor, y por eso el ramo de novia es gemelo del cuchillo.
El amor es una cuestión de fe. Posesión inmortal, casi divina, porque para la Mary casarse es como tomar la comunión, en el sentido que conlleva un compromiso eterno. Quienes luego de enviudar vuelven a formar una relación amorosa son juzgados con miradas de desdén por ella, ya que es irrevocable honrar la memoria de los muertos, “siéndoles siempre fiel”. Es tan importante el compromiso que ante la primera muerte, la Mary abandona los colores claros para enlutar perpetuamente. Quizá por eso acude recurrentemente al cine, porque éste anima las imágenes muertas en el estatismo, y preserva la memoria, cumpliendo uno de los objetivos primordiales del arte.
Si bien los personajes transitan barrios humildes, el dinero no se muestra como problema sino que, por el contrario, les va bien económicamente. El espacio, en este caso, parece estar en función de aquello que naturalmente se da lejos del pacaterismo de los “barrios altos”: las pasiones desenfrenadas generalmente tienen predilección por los lugares bajos donde los instintos básicos se desenvuelven mejor, motivo por el cual la mayoría de los personajes llega a la formalidad sacramental para encubrir ante la sociedad los pecados de la carne. Lo que es y lo que se muestra tiene una doble connotación en La Mary: uno es lo que encarna la trama, y la otra es la que encarna la dimensión fílmica.
Las historias de amor devenido en crimen pasional datan desde el comienzo de los tiempos, entonces ¿con qué sentido la película pone tanto énfasis en los rótulos que ponen de manifiesto el tenor temporal? Es probable que esas fechas se encuentren en la novela homónima de Emilio Perina, en la que se basa la película, pero la pregunta continúa intacta. El reestreno a 40 años de su primera proyección nos brinda la posibilidad de ver la película en su contexto sin estar inmersos en él, y nos facilita su estudio.
La Mary ubica el inicio del relato en mayo de 1930 y, para mostrar la importancia del contexto en que se desarrolla, se implanta la escena del bar en que un bebedor canta la situación del obrero en la Argentina: “Menos horas y más salario”, mostrando la situación de las clases trabajadoras durante la presidencia de Uriburu, quien toma el gobierno con el primer golpe de Estado que sufre nuestro país. Automáticamente se traslada a comienzos de la década del ’40 hasta 1943, es decir todo el preludio al golpe de Estado que derrocó a Ramón Castillo. En ese momento se devela que dos de los personajes eran anarquistas y son los dos bien recibidos por la familia de El Cholo (Carlos Monzón). Asimismo, la película se estrena en 1974, año en que asume María Estela Martínez de Perón, “mandato” que, huelga decir, desemboca en el último golpe de Estado. Ambientes donde gobierna la Parca, donde la moralidad es una máscara, donde la religión es ley… no parecen fortuitos.
La cámara es el ente omnipresente, omnisciente, que flotando como un espectro recorre los espacios desde las alturas, que indaga entre las tinieblas por las que se mueven los personajes y los desnuda en sus virtudes y sus defectos. Esa omnisciencia agorera de la lente, esa locura providencial, es la que encarna la última película de Daniel Tinayre.
Aquí puede leerse un texto de Marcos Rodríguez sobre la misma película.
La Mary (Argentina, 1974), de Daniel Tinayre, c/Susana Giménez, Carlos Monzón; Dora Baret; Juan José Camero; Antonio Grimau; Leonor Manso; 107’.
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Me gusto mucho esta reseña. En estos tiempos agitados con el debate por el aborto me vino el recuerdo de la Mary, y me cuesta ver la postura del director. Ya los sigo y seguire leyendo sus contenidos. Saludos!