“Es un organismo vivo que respira”. Esta frase cierra el primero de los micro relatos que componen “El mono en el remolino”, el libro de notas que sobre la filmación de “Zama” escribió Selva Almada.
El organismo con vitalidad y respiración no es un alien ni cualquier otro monstruo creado en el departamento de FX. Es un inmenso barrial por el que deben atravesar vehículos y personas para llegar hasta uno de los lugares de locación, con el riesgo cierto de que la ciénaga los devore.
Estas frases rotundas, definitivas, pueblan el breve libro de Almada. Su escritura, como la cámara de Martel, confrontan con la naturaleza subtropical adonde el destino, disfrazado de burocracia, llevó al Licenciado Don Diego de Zama, hombre en la espera, no nacido de mujer sino de la lúcida e inocente cabeza de Antonio Di Benedetto.
Los libros que siguen las filmaciones de las películas son frecuentes en otras cinematografías, las del Hollywood clásico por ejemplo, ya sea bajo la forma de la biografía de actores o directores, ya como el registro de alguna película muy esperada. “Conquista de lo inútil”, el diario de filmación del propio Werner Herzog sobre “Fitzcarraldo”, es la crónica de una aventura demente en el Amazonas; el libro que Eleanor Cóppola escribió sobre el rodaje de “Apocalipsis Now”, es el registro de una mujer en equilibrio, que ve cómo su hombre se enfrenta durante dos años a una naturaleza salvaje y furiosa, a la que vence con el arma de su megalomanía, para ser luego derrotado en el territorio hostil de las corporaciones que financian la locura del cine.
Juan José Millás escribió una crónica reposada, íntima y amical sobre el rodaje de “Volver” de Almodóvar, que se publicó por entregas en “El País” de Madrid (ignoro si luego se recopiló en libro, lo merecería).
El libro de Selva Almada tiene algo de todos estos, los mejores del género, pero es también una obra autónoma, que se independiza de su objeto para comprenderlo mejor, en un viaje de cercanía y alejamiento, un travelling (nunca un zoom) permanente que viaja junto al equipo de rodaje como un pasajero disidente.
De tal modo la naturaleza y no el film parecen ser el objeto principal del libro; la naturaleza y los sectores marginados de la población que vive en los lugares de las locaciones, muchas veces personas que parecen no distinguir los límites entre la ficción de la que participan y el objeto –la película- al que sirven. La naturaleza es la zona subtropical argentina y paraguaya, hay tribus originarias qom, calor, carencias materiales, barro y bosque sobreviviente a la depredación. Este territorio es el substrato que da vida a la obra literaria de la propia Almada, por lo menos al de su trilogía inicial, que ocurre en una zona intermedia entre el bosque y las zonas rurales del litoral. El territorio de Zama es primitivo y onírico, y está antes en tiempo y espacio de su obra, también de la de Martel; pero de algún modo, es su patria profunda y oculta. La Selva. (“La selva es mujer” era el alambicado nombre de un teleteatro de hace muchas décadas). Los personajes de Almada, más cercanos a nuestra urbanidad, tienen su ancestro en estas selvas, con sus misterios, presagios y crueldades; en una especie de estación intermedia entre el agonista de Di Benedetto y el Eisejuaz de Sara Gallardo. Almada se interna en ése territorio, lo explora, parece olvidarse del objeto de su libro, la filmación, y se concentra en pequeñas historias marginales. Lo hace con su estilo preciso y contundente, en capítulos que a veces se reducen a un párrafo y se cierran con la perfección de la verdad encontrada: “La escena salió demasiado prolija y hay que rodarla de nuevo”. “Algunas van a mostrar el pecho. Pagan más”. “Meses después del fin del rodaje, una de las primeras mujeres qom en presentarse al casting va a morir, dejando huérfanos a dos nenes y a un chico adolescente que actuaron en la película. El muchacho, tras la muerte de su madre, irá preso por degollar al vecino”.
Historias ínfimas, novelas por escribir, el mundo que rodea a la filmación de Zama y que de alguna forma cercana al misterio Martel convoca y domina en cada una de sus películas, está presente en cada una de ellas. Al mismo tiempo el mundo de Selva Almada, ese acotado universo de seres sin rumbo, también está presente, parte de una conjunción que no es producto del azar sino de la maestría.
Un libro concebido como un satélite de otra obra de arte. Pero un libro que merece leerse por sí mismo, como parte de una obra en construcción, tanto como la de Lucrecia Martel.
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