* El registro documental que se vislumbra en algunos momentos de Cambio cambio (Lautaro García Candela; 2023) no es un objetivo en sí mismo. Funciona como telón de fondo sobre el cual se mueven los personajes para generar un efecto de verosimilitud más potente. Hay dos niveles en los que ese registro se manifiesta de maneras diferenciadas. Uno, visual, concentrado en el movimiento cotidiano de las zonas en las que proliferan los arbolitos cambistas. Florida, Lavalle, aparecen como arterias peatonales despojadas de cualquier posible esplendor pasado o presente, mientras los encuadres cerrados sobre los personajes parecen señalarlas como zonas de tránsito y como espacio que se margina de su condición de centro de la ciudad. El centro se convierte en periferia, tratando de escapar de los controles y asentándose en la clandestinidad y la simulación (espacios de cambio de moneda extranjera camuflados en negocios de ropa o peluquerías). En el otro nivel, sonoro, hay una omnipresencia de voces que se van superponiendo en el comienzo, un recorte que actúa por acumulación y que satura la posibilidad de comprensión. Voces que desde la radio y especialmente desde la televisión instalan la preminencia de la cotización del dólar como único sentido de la vida. El método se replicará, en mayor o menor medida, en cada encrucijada que propone el guion. Así, los programas televisivos, los canales de noticias, terminan por invadir el espacio para transformarlo.

* El dinero es una presencia constante en primer plano. Si su carácter objetual se renueva aquí (desde las pilas de billetes que no se pueden contar hasta la imposibilidad de seguir la cuenta con los pequeños fajos que le entregan al protagonista), reforzando la indiferenciación (¿de quién es ese dinero que circula?), por otra parte, se elude la característica sistémica de esa circulación (el único rasgo quizás estaría en ese comentarismo televisivo). No hay bancos ni financieras, sino la mirada puesta en un sistema informal, que refuerza la condición marginal señalada anteriormente. Pero, además, en Cambio cambio el dinero se pretende liberador, pero en el juego que plantea contra ese sistema, no advierte las consecuencias posibles: la transformación en un espacio riesgoso y de desprotección individual. En la visión que plantea la película, esa periferia del sistema constituye una totalidad en la que la carencia de reglas impone a la fuerza como elemento dominante. Pablo (Ignacio Quesada) juega desde la pretensión de astucia para contrarrestar a la fuerza: trama un plan –que se vislumbra cuando Ricky (Mucho Manchini) cuenta la historia de La Tucumana y que no es más que una traición- para aprovechar las oportunidades que se le presentan de hacer una diferencia por fuera de su trabajo con la información de la que dispone. Esa decisión lo pone en el juego: pretende dejar de ser un peón de otros para moverse en el tablero por su cuenta.

* La diferencia entre Daniel (Darío Levy) y Pablo no está solo en el lugar que cada uno ocupa en ese entramado. Puede advertirse en el poder de daño que las acciones de cada uno pueden ejercer en el otro. En el caso de Pablo no hay daño posible, salvo que se piense como tal utilizar el dinero de Daniel de la misma manera que Daniel lo hace con el de otros. Pero incluso allí está en la percepción que tienen del dinero. Para Daniel no aparece como una necesidad, sino como una obsesión de acumulación, un círculo del cual no se puede salir, en tanto no hay señales de su uso o aprovechamiento personal (un signo son los fajos de billetes que deja en el cajón abierto en su escritorio, como si en ese gesto perdieran su valor). Para Pablo, el dinero es la puerta de salida del circuito: poder juntar el dinero para irse con Florencia (Camila Pereira) cuando ella vaya a Francia por la beca que le otorgaron. Las reacciones de uno y otro son diferentes. Lo que en uno es intentar aprovecharse de toda posibilidad de tener más dinero, en el otro está fijado en alcanzar una cifra, una meta. El riesgo del primero es no ganar tanto, perder algo. El del segundo es perderlo todo al apostarlo todo.

* En ese planteo hay algo interesante. Desde el comienzo, la película asume la condición solitaria de todos los personajes. La descripción de las relaciones que se establecen aparecen mediadas por el dinero –incluso en Daniel y su hermano, más una sociedad que una hermandad, donde es posible traicionar al otro-, hasta que Pablo conoce a Florencia. Ese encuentro entre dos personas solitarias –incluso por ausencia de relaciones familiares- intuye una ruptura. Lo que hasta ese momento podía producirse en la participación de Pablo como tecladista de la banda Prisioneros de la Noche –lo que se revelará prontamente como falso y marcado por el dinero, como otra relación que se desplaza de ser entre pares a la de patrón/empleado- pasa a manifestarse a partir de la convivencia de la pareja. Hay una escena que parece banal y sin embargo es reveladora de lo que vendrá en adelante: es el momento en que la pareja comparte la cena en un carrito de la Costanera con Ricky y Daniela (Valeria Santa). Esa reunión rompe con la inercia de lo individual en lo cotidiano, con el aislacionismo. A partir de ese momento, se entablarán estrategias de aprovechamiento de la situación en el que van entrando los personajes hasta la generación de ese plan para hacer una diferencia que les permita momentáneamente correrse del riesgo al que se asoman. Unirse, en definitiva, para lograr algo como un pequeño colectivo que logra superar las limitaciones de lo individual.

* El tramo final es el que impone la presencia de la realidad por sobre la fábula del plan que sale bien en su parte inicial. El poder de ese sistema marginal recompone el equilibrio quebrando las cadenas de complicidades posibles (poner a otra persona a cambiar en el lugar que tenía Pablo). La amenaza y el apriete posterior del que Pablo logra escapar al menos por un tiempo. Lo que se construye es la ilusión del triunfo: lo que se planeó, sucedió y cada uno de los cuatro hizo una diferencia de dinero importante. La ilusión es la de creer que el poder periférico, como tal, no puede ejercerse sobre ellos por esa misma condición. La noche de ese día trae la constatación de la vigilancia y la venganza como únicos mecanismos de control y castigo. Esa realidad que vuelve con fuerza sobre la historia derrumba la ilusión –que solo parece revivir en las filmaciones de Buenos Aires que Pablo le envía a Florencia-, pero señala que tanto el triunfo como la derrota están en otro lado. El primero, en la solidaridad entre pares para levantarse juntos de la caída. La segunda, en la imposibilidad de salir de ese círculo en que se ha entrado y que no puede más que repetirse, aunque sea desde la barra de un café.

Cambio cambio (Argentina; 2023). Guion y dirección: Lautaro García Candela. Fotografía: Joaquín Neira. Edición: Ramiro Sonzini; Lautaro García Candela. Elenco: Ignacio Quesada, Camila Peralta, Valeria Santa, Mucio Mancini, Dario Levy. Duración: 90 minutos.

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