En Avengers: Infinity War se observa nuevamente, como en casi la mayoría de las películas de superhéroes filmadas después del atentado a las torres gemelas ocurridas el 11/9/2001, el trauma que el hecho género en toda la cultura americana, y en particular en el mundo del cine. La idea de un apocalipsis cercano y a la vuelta de la esquina, y la necesidad de héroes enmascarados que nos protejan de ese terror difuso, no se desarrolló en ningún otro lugar de modo más realista y perfectamente paranoico como en la saga de Los vengadores. En este sentido, Avengers: Infinity War es quizás la notable culminación de una etapa del universo Marvel  y por qué no de la industria cinematográfica o de lo que hoy el imperio piensa por industria cinematográfica.

Ese trauma refundacional de la cultura de masas en pleno siglo XXI (y de la geopolítica que alteró el mapa de occidente reorientándolo a la lucha contra el terrorismo en una nueva reconfiguración del viejo conflicto entre civilización y barbarie) afectó a la factoría Marvel desde la saga originaria del Spiderman de Sam Raimi, hasta la primera Iron Man filmada hace ya más de una década, y ese tono apocalíptico tiñó de un carácter sacro y solemne a los films de la compañía protagonizados por varios de los vengadores, sobre todo Capitán América.

La factoría Marvel hoy reconvertida en Disney Marvel (el pez gordo en el capitalismo siempre  se come al chico) se encuentra en términos de factura estética a años luz de los productos cinematográficos que en las últimas décadas vienen de la mano del sello de DC cómics. Lo interesante es que, después de años desde la inaugural Iron Man, estamos llegando al cierre de una primera etapa que muestra al universo Marvel en una expansión (argumental y de personajes) notoria, y que muestra cómo la riqueza de ese universo proveniente del arte cómic es lo que tracciona a los films y la idea de este universo expandido desde el punto de vista cinematográfico y empresarial. Algo novedoso de Avengers: Infinity War es que la película no narra solo el enfrentamiento de Thanos (villano compuesto de manera sobria y compleja por Josh Brolin) y este equipo de superhéroes, sino que aparecen personajes secundarios que enriquecieron el mundo Marvel. Algo en el tono canchero y autoconsciente que irritaba y debilitaba en parte el arco narrativo en Iron Man (una cosa es ser canchero y otra gracioso) pareciera haberse aceitado con el correr de la saga de Los vengadores  y con  los nuevos personajes secundarios, y ahora son cada vez más ricos los matices en el arco narrativo de este universo expandido.

Doctor ExtrañoDead Pool, Pantera Negra, el Ant Man de Paul Rudd, y sobre todo las dos extraordinarias Guardianes de la galaxia, enriquecieron notablemente la consistencia del universo Marvel, poblándolo de personajes complejos que permiten construir una comedia humana al pulso del ritmo y del imaginario del cómic en el siglo 21 y que facilitan correrse un poco de la idea del trauma del apocalipsis inminente y de estos superhéroes como garantes de un orden determinado. Al salirse de la solemnidad (y de la canchereada), el universo Marvel también se corre de la impronta conservadora que podemos leer en sus films fundacionales.

Algo de este espíritu juguetón y lúdico ya pudo observarse en Thor: Ragnarok el año pasado, y ese mismo espíritu que aliviana las alegorías conservadoras y que proviene de los films mencionados también sirve para dar marco al conflicto principal de Avengers: Infinity War, vinculado con la posesión de seis diamantes que en manos de Thanos llevarán a un genocidio en escala masiva.

Lo interesante es que la concepción criminal de Thanos es particular. Él imagina un apocalipsis que no discrimine clases sociales. Allí morirán tanto ricos como pobres -dice-, en un momento catártico. Es interesante comparar esa idea con la noción de muerte que desarrolla el propio imperio como herramienta disciplinadora y de construcción de poder desde por lo menos la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Ahí, en el choque de mundos entre el arte y la política, es que debe pensarse lo más interesante de Avengers: Infinity War.

Todo lo que dice y todo lo que omite el film de los hermanos Russo se potencia al pensar en las formas de violencia que podrían estar en la película y finalmente no están. Tenemos el apocalipsis democrático de Thanos (una destrucción sin distinción de clases sociales) y los apocalipsis reales (¿qué otra cosa son, si no, las bombas que cada dos por tres caen en Medio Oriente y que a su paso arrasan con hospitales, escuelas y casas de familia entre otros blancos móviles?). De la Segunda Guerra surge este mundo ficcional en el que el malo siempre es el Otro (y no porque el malo no lo sea, y cuando digo malos pienso en los nazis, por ejemplo), y es allí que surge la figura de un gran soldado americano como el Capitán América. Así como el Capitán América quedó congelado al finalizar la guerra, podríamos pensar que la ideología originaria de ciertos films americanos contemporáneos (entre los que se encuentran muchas películas de superhéroes) también quedó congelada en el registro de un mundo que ya no existe más.

También está, como parte de las múltiples capas de cebolla, el problema filosófico-estético de puesta en escena que interroga sobre el registro (tonos y formas) a utilizar para narrar este inevitable apocalipsis. ¿Desde la solemnidad más o menos lograda de los primeros films de la factoría Marvel como Thor o Capitán América o desde el cancherismo fundante de Iron Man?

La parodia o el tono autoconsciente de las notables Guardianes de la galaxia (en ambos films hay también  notables vilanos como en Avengers: Infinity War) debe poder mitigarse (en algún momento) o replegarse para dar pie a la construcción dramática de la historia a contar, y ese tono gris, entre el sarcasmo y el cuento contado sin distancia o pose sobradora, está logrado en este film. Hay un chiste preciso entre Capitán América y Thor: en un momento el Capitán le dice al dios de Asgard: “Me estoy dejando la barba como vos”. Ahí termina el chiste, y luego viene una larga secuencia de acción. Las secuencias de acción son logradas ya que dosifican la comedia y tensan al espectador lo suficiente para que las casi dos horas y media en la que trascurre el film no se hagan de chicle.

En el último tiempo, entonces, los nuevos productos Marvel parecieran tender a la parodia autoconsciente y a un registro menos solemne de sus personajes. Y, si ese registro no implica sacarle sustancia al relato que precede a la humorada, podríamos pensar que ese tono puede ser un buen modo de relajar las ansias de dominación del mundo a lo Pinky y Cerebro que estos films exudan, y a la vez puede servir para restarles seriedad y poder finalmente disfrutar sin culpas de cómo estos superhéroes de vidas traumáticas intentar una y otra vez salvar el mundo.

El problema estético e ideológico de los productos Marvel es que las películas de esta factoría no son solo películas, sino que son bienes culturales que tienen una penetración feroz en la subjetividad  de los espectadores. Entonces en el medio de la batalla entre el bien y el mal se da una batalla feroz (muy virtuosamente filmada por los hermanos Russo) entre nuestros héroes ( y nuestra melancolía pop explota de amor ante esa consumación de escena deseada desde que leemos historietas) y el ejército de villanos (muy similares a aliens) que vienen a conquistar la última gema, que es la que desatara el fin de las cosas como las conocemos.

El problema es que esa batalla épica en términos cinematográficos, y de imaginario pop, sucede en Wakanda, que no es otra cosa que la tierra de Pantera negra (uno de los superhéroes más  explícitamente políticos  de todo el imaginario subversivo que fue en sus orígenes la Marvel), y Wakanda queda en Africa. Es entonces lejos de la civilización, en la tierra africana de Pantera Negra, donde se desarrolla esa batalla cruenta con (imaginamos) miles de muertos. La batalla no sucede en el centro del imperio, sino que sucede en un lugar sacrificable bien de tercer mundo (y acá no hay metáforas) y allí están nuestros héroes dispuestos, e íntegros en su dignidad, a dar la vida como siempre (entre chiste y chiste) para salvar al mundo.

Entre los límites de lo que Hollywood se permite pensar y filmar y la búsqueda de un registro que sin perder estructura narrativa contemple con fluidez y sin solemnidad la vida de estos sujetos enmascarados se encuentra  Avengers: Infinity War que, más que una película, es un universo en expansión (el de Marvel-Disney) que como nunca antes pareciera arrasar con todo lo que este a su alrededor como hace Thanos con y por sus gemas.

Avengers: Infinity War (EUA, 2018). Dirección: Antony y Joe Russo. Fotografía: Trent Opaloch. Edición: Jeffrey Ford, Matthew Schmidt. Elenco: Robert Downey Junior, Chris Hemsworth, Josh Brolin, Chadwick Boseman, , Mark Ruffalo, Chris Evans, Scarlett Johanson. Duración: 149 minutos.

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