Este texto no es una cobertura del festival, sino más bien un recorrido por parte de su historia y por un par de películas que valen la pena.

El último BAFICI que recuerdo amigable fue la edición del 2007, el último que dirigió artísticamente Fernando Martin Peña quien luego de renunciar declaró: “después de un mes de dar vueltas no había definiciones. No nos pedían que nos quedáramos, no se comunicaban, nada. Cuando finalmente nos lo pidieron, les dije lo que necesitábamos para poder hacer el festival y había muchas complicaciones. Nunca sentí que nos querían adentro. Nos querían sostener para que el BAFICI no se les prendiera fuego como en las otras áreas de Cultura. Pero en realidad querían poner a gente de ellos. No nos podían asegurar tener dinero en fecha para producir, había vaguedades en la forma de manejar las contrataciones. Pero la decisión de poner la plata en tiempo y forma es una decisión política. Y hacer un festival sin respaldo político es suicida. Que cada uno tome su decisión. Es un equipo bárbaro con el que yo trabajé tres años sin cambiarlo. No les pedí nada. Es un laburo como cualquiera. Si necesitan o quieren seguir, tienen todo el derecho».

Bien, el equipo se quedó y asumió Sergio Wolf que tuvo a su cargo cinco ediciones del festival para, en el año 2012, cederle su puesto a Marcelo Panozzo. Una de sus primeras medidas fue despedir a Diego Trerotola, programador desde el año 2006. El problema, entre otros, fue que no medió palabra con su colega y compañero de la revista El amante; adujo recortes presupuestarios, pero contrató para la misma función a Fran Gayo, crítico español.

De esa acción en adelante el BAFICI comenzó a ser un lugar non grato para muchos, más allá de la programación que comenzó a verse diezmada por el presupuesto que, según se decía, continuaba congelado para las necesidades de un festival ampliamente reconocido en el mundo.

Ahora bien, el trabajo de Panozzo en su momento, y el de Porta Fouz desde el año 2016, fue y es sacar agua de las piedras, porque el BAFICI continúa en funcionamiento con una dosis abultado de maquillaje que incluye traer figuras “importantes” para captar la atención de los medios masivos de comunicación y así dar la sensación de un crecimiento que no es tal. Pero, después de todo, esto no es un delito, lo que deja una extraña sensación es que se omitan cuestiones sobre la actualización del presupuesto y que todo esto sea funcional a una cuestión netamente política en la coyuntura nacional. Dicho en criollo, se muestran como un modelo que apoya la cuestión cultural, pero se hacen los logis con la mosca. En definitiva no les importa, a esta altura lo sabemos todos.

Por ejemplo, en esta última edición tuvimos la visita de Nanni Moretti y una retrospectiva de su sólida obra lo que, por supuesto, fue una buena noticia. Lo que es una pena es la desaparición en silencio del diario Sin Aliento, un clásico del festival desde siempre, que funcionaba como guía de lo que ver y de las actividades diarias. Nadie dijo nada, todo fue omitido. ¿Qué paso? ¿No alcanzaba el dinero?

En la presentación de la edición 18° del festival el entonces ministro de Cultura porteño Darío Lopérfido se alzó con declaraciones más que desagradables sobre los desaparecidos. Todo muy tirado de los pelos además porque llegó al tema arbitrariamente. Esto sucedía delante del director artístico del festival, por ende uno tiende a pensar que el festival, o su director, adherían a dichas declaraciones. Entonces las películas son de todos, pero el componente ideológico lo ponen ellos. Yo elijo ir o no, pero ustedes blanqueen que adhieren a este modelo, el que plantea cosas como las que declaró Lopérfido.

A propósito de este tema escribió Gabriel Orqueda en nuestra página una interesante nota.

En definitiva, lo que sucedió con esas declaraciones fue que se proclamó abiertamente -ya eran gobierno nacional- algo que venían mostrando solapadamente. Desde entonces ir al BAFICI se convirtió en un dilema casi moral, con una programación debilitada, en una sede (Village Recoleta) incómoda, con precios altos para permanecer en el lugar y de muy difícil acceso en comparación al Abasto. Yo creo que este nuevo perfil que asumía el festival y su dirigencia mermó notablemente la asistencia a las salas.

En la última edición, a pocos días de la presentación, mediante una operación mediática canalla, intervinieron el INCAA con la excusa de la corrupción. Claro que hay otras versiones sobre tema. Con amigos tratábamos de entender si era a propósito o solo torpeza.

Pero llegué a la certeza de que esta gente está proponiendo algunas ideas que exceden el plano del cine y se ubican en otro lugar. Ni el contenido, ni las formas. Por eso apenas vi un puñado de películas, con las salas semivacías en el Village Caballito y escribí de dos que me interesaron. Esto se ha convertido en un evento triste, opaco y con glamour impostado.

Después de todo está el cine y aquí algunas ideas de dos películas interesantes.

Mister Universo. 

Como olvidar el rostro de esa niña, desamparada en una periférica Roma, gris, destemplada y abandónica. Urbanidad itálica al mango, expulsada de las guías de turismo. Ese espacio construye el escenario para un melodrama tierno y una alquimia que vive en la fisonomía de los profundos ojos verdes de La pivellina (2009). Presos de la simpatía de la protagonista: Asia (Asia Crippa), cautivos del afecto instantáneo de Patty (Patrizia Gerardi) que resuelve el entuerto con muchísimo amor, sin entregarse a la  angustia. La película de la dupla Tiza Covi y Rainer Frimmel es difícil de olvidar por los kilos de humanidad que carga. Buscando a su perro, Patty encuentra una nena con una nota de su madre que promete regresar pronto. La madonna santa es finalmente Patty, que con su familia van lentamente adoptando a la pequeña, al principio se resisten, buscan a la madre, pero nada.

El mundo del circo parece circunscribirse a la herencia familiar, esta gente vive en los trailers, y mantiene el arte de entretener. En ese ámbito es donde la dupla edifica un relato de ficción con hondura realista. La cámara siempre entre ellos, la familia de Patty y del circo todo, observando de cerca, ordinarios momentos cotidianos en los que se cuela el peso, el significado de lo que presenciamos.

Mister Universo (2016) continúa en el mundo del circo, de vuelta todo gris y el invierno crudo delimitan el espacio. Tairo Caroli es un domador de leones y tigres cascados que no está pasando su mejor momento. El pibe es petiso y retacón, bien ítalo. Posee un amuleto, una especie de fierro doblado, al cual recurre antes de cada función porque piensa que de él depende su porvenir. Un día se le pierde y ahí es donde decide parar y emprender un camino errático tras el negro forzudo Arthur Robin, el Mister Universo en cuestión que le obsequió hace quince años atrás ese amuleto.

La cámara, como en La pivellina, lo sigue de cerca en su búsqueda cotidiana que tiene una falta total de épica, y un realismo hondo. Visita y pregunta a su madre, hermano y amigos por el musculoso, todos distribuidos por el basto mundo circense para sobrevivir en la Italia de hoy.

A la inversa que su antecesora, en Mister Universo sí podríamos decir que el registro es el de un documental que se pierde en trazos de la ficción. Casi desde el primer fotograma, mas allá de no tener diferencias en la puesta entre las dos películas, el resultado es visiblemente diferente.

La cámara persigue a Tairo y se detiene en varios personajes aleatoriamente, como Wendy, una joven contorsionista que disimula con fingida indiferencia los piropos del joven domador, pero después busca y revuelve sus pertenencias para hallar el objeto en cuestión. Covi y Frimmel tienen una enorme capacidad para retratar de forma sutil el alma detrás de esa gente común, con un oficio tan extraordinario como anacrónico.

Dark Night. 

La película de Tim Sutton remite a Elephant de Van Sant. Como si fuera una hermana menor. Trata sobre el asesinato de doce personas en el estreno de The Dark Knight Rises de Christopher Nolan en el 2012. Está la idea abstracta de ensayar el contexto social en que sucede el aterrador hecho. Estado Unidos de América debe ser el país con más civiles anónimos y “comunes”, ejecutados por otros civiles “comunes”.

El punto de vista sobrevuela la ciudad, la vida de los personajes que se cruzan casualmente, sin saber lo que les espera. Todo un día en las vidas de estos fulanos, matizando con imágenes potentes de lo cotidiano que se resignifican lentamente ante la acentuación de una tensión subyacente. El futuro asesino, torturado por pensamientos que no son revelados en plano pero que podemos suponer por su comportamiento.

La escena más elocuente de la película retrata la visita a la casa materna vacía, lujosa, barroca y grasa donde rasca una galleta y bebe algún sorbo de un vaso de leche blanca, con un retrato de Reagan envuelto de una bandera americana como único testigo. Su madre entra en cuadro para balbucear que su hermano está de viaje y decirle que va a traer su billetera. Corte y la cámara acompaña al muchacho que enciende su auto, hace unos metros y vomita. Listo, ahí nos damos de que la cuenta regresiva comenzó.

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