Hacer una crítica sobre una serie de televisión en un medio que se especializa en cine provoca conflictos lógicos y previsibles a simple vista. El formato seriado no pertenece al mundo cinematográfico y, si bien nació en las revistas semanales como lo era antes el folletín, encontró en la televisión el espacio para desarrollarse y expandirse. No deja de ser curiosa la relación entre estos distintos soportes, la televisión y el cine, y sería erróneo no entender a uno como influencia del otro. Estamos hablando, en ambos casos, de un relato audiovisual. Y si bien fue la cámara cinematográfica la que construyó un lenguaje con el correr de los años, la televisión llegó y cambió el paradigma.

Pero el mundo de las series, dentro de la televisión, es aquel en el que lo cinematográfico también se hace presente. Podemos pensar entonces cómo la televisión se apropió del cine, o cómo lograron combinarse en un mismo formato para conseguir un relato que abra a nuevos desafíos tanto para realizadores como para sus espectadores. Porque si bien la serie es algo propio de la televisión, con sus formas y normas, las grandes producciones seriales que hoy estamos acostumbrados a ver y consumir, atraviesan los límites de la “caja boba” y superan, en algunos aspectos, las posibilidades artísticas de la mismísima pantalla grande.

Uno de los ya sabidos responsables fue el canal de televisión y creador de una inmensa cantidad de ficciones seriales, HBO (Los Soprano; Sex and the City; True detective). Bajo la consigna “televisión de calidad”, esta cadena supo alejarse de la producción desaforadamente acelerada que distingue históricamente a la televisión y comenzó a producir sus propias ficciones pero con otros objetivos. Ya no completar la grilla diaria que devora la mente creativa de cualquiera, sino apostar a series semanales, con otros formatos, en las que sus personajes posean objetivos claros y realizables, en donde la serie empiece a parecerse cada vez más a una película muy larga.

Game of Thrones (GOT) es una de estas grandes producciones de HBO. Estrenada en 2011, está basada en los libros Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin y fue adaptada a la pantalla por David Benioff y D. B. Weiss. ¿Es posible que este formato de serie sea el soporte perfecto en el que el cine y la televisión logren expandir sus posibilidades? Quizás no se pueda llegar a una respuesta, pero la misma pregunta ya es motivo suficiente para hacer un recorrido breve de lo que es y ha sido la serie más vista en la historia.

Desde su primer capítulo, GOT plantea un universo fuerte sobre el que se irán sosteniendo tramas y tramas durante sus futuras siete temporadas. La mala relación entre las dos familias, los Stark y los Lannister, se intuía en el clima inicial shakespereano pero se refuerza en el primer capítulo, cuando Jaime Lannister arroja a Brandon Stark desde una ventana por haberlo visto teniendo relaciones con su hermana Cersei Lannister. Brandon queda inválido de por vida, y este suceso será la semilla que luego se transformará en hiedra.

Si hay un aspecto en el que las series se explayan como ningún otro formato audiovisual, es en el trabajo sobre el guion. El “accidente” de Brandon Stark es lo que se conoce como una implantación. Este hecho quedará tapado por las variadas tramas que se irán superponiendo, pero a la vez crecerá, sin que lo notemos, por debajo de la tierra, hasta desembocar en algo aún mayor. GOT está repleta de estas implantaciones, que serán datos pequeños en algunos casos, pero que están colocados estratégicamente en la historia para ser retomados más adelante, quizás como algo revelador.

El final de la primera temporada dejó el panorama bastante claro. Con la muerte de Ned Stark, la cabeza de la casa Stark y padre de varios, la serie se dispara y muchas tramas se abren de repente. Las tramas se abren, porque los personajes se separan. Parece obvio, pero no lo es, en GOT hay casi una trama por personaje. Cada uno de los hijos de Ned tendrá su propia aventura, su propio camino a transitar, con sus objetivos y sus ambiciones.

Desde esta muerte, quedan establecidas tres líneas argumentales principales, dominadoras del relato. La pelea por el Trono de Hierro en la capital del continente, el ascenso de Daenerys Targaryen al otro lado del mar, y la llegada del invierno y sus “caminantes blancos” al norte de la gran muralla. Podemos ver cómo cada una haráavanzar la historia y cómo dentro de ellas se desarrollarán varias subtramas, de menor importancia.

Una de las características más destacadas de esta serie es la falta de un héroe o heroína. El espectador clásico siempre está en la búsqueda de un personaje con el cual identificarse, un héroe en quien confiar, que represente los valores sociales y a quien le deseamos que triunfe y logre sus objetivos. Hay una cierta lógica en estos relatos épicos mediante la cual nosotros depositamos nuestra confianza en aquellos atributos que hacen del héroe, un héroe. Una de ellas es que creemos estar seguros de que él o ella logrará triunfar, que al final, el bien siempre vencerá al mal. Necesitamos esa confianza ciega en algún personaje que reafirme nuestros propios deseos como espectadores.

Pero en GOT, la gran cantidad de personajes y la cantidad de subtramas abiertas permite hacer algo que nos descolocará. Muchos de estos personajes serán posibles héroes, pero solo unos pocos llegarán al final. En el camino, la serie se encargará de llenar nuestra imaginación de expectativas, para luego destruirlas asesinando a sangre fría a aquel personaje en quien habíamos depositado nuestras esperanzas. Cuando un héroe lucha contra un personaje menos importante, nos sentamos sobre aquella lógica que nos tranquiliza y nos dice que él vencerá, que no puede morir ahí. En el momento en que el cuchillo del adversario efectivamente penetra la piel de nuestro héroe, nuestras expectativas sufren un shock, rompiéndose por completo y dejándonos perdidos y a la deriva, sin nadie en quien confiar. GOT dio cátedras en cómo asesinar héroes. A partir del asesinato, el espectador empieza a poner otro tipo de confianza en la serie y en sus personajes. Ya no nos animaremos a darle nuestro amor a uno de ellos, porque sabemos que cualquiera, en cualquier momento, puede caer muerto.

Pero esta lógica establecida entre el espectador y el escritor es tan fuerte que ni la gran serie mata-héroes pudo escaparse a ella. Una de las grandes figuras que concentró los suspiros del público fue el siempre muy querido Jon Snow. Él coincidió desde un principio con el lugar del héroe del pueblo. Torpe e inocente, despreciado desde su nacimiento, convertido en un gran guerrero y en el más bueno y honesto de todos, Jon Snow llevaba adelante una de las tramas principales, la lucha contra los caminantes blancos, además de una desgarradora historia de amor. Luego de varias hazañas, llegó un final de temporada en el que varios cuchillos atravesaron su cuerpo y él cayó muerto sobre su propia sangre. Otra vez GOT tratando mal a sus seguidores. El shock duró un año, hasta el comienzo de la siguiente temporada en donde Jon volvió de la muerte. La serie no pudo deshacerse de su más destacado héroe, no pudo en este caso romper con las expectativas, debió satisfacerlas, debió respetar la norma.

La llegada de la séptima temporada implicó grandes cambios. Cerca del final, a GOT empezó a pasarle algo que desde la primera temporada no le pasaba, las subtramas volvieron a unirse. Todas aquellas historias abiertas luego de la muerte de Ned Stark empezaron a encontrar su cierre con el final de la sexta temporada. No sólo se cerraron esas historias secundarias sino que las tramas principales empezaron a virar. El encuentro de Jon y Daenerys fue crucial y cambió repentinamente el objetivo que la madre de dragones mantenía desde su aparición, recuperar el Trono de Hierro. La  trama de los caminantes blancos ha ido devorando al resto de la historia hasta el final de esta séptima entrega en el que todos, absolutamente todos los personajes, comparten el mismo objetivo: destruir a los caminantes blancos.

El trabajo sobre las líneas argumentales y el desarrollo de personajes no tiene comparación entre un largometraje y una serie. No es correcto pensar en términos comparativos, son soportes distintos en los que las normas son distintas. Pero no hay dudas que el encuentro entre Jon y Daenerys estaba cargado de una fuerza tan grande como no se ha visto antes. El momento en el que se ven cara a cara, sus acompañantes los presentan nombrando sus hazañas. Cada uno de esos logros significó muchos capítulos e incontables suspiros de los espectadores. El arco evolutivo de un personaje dentro de una serie puede llegar a ser de una magnitud y una complejidad a la que el cine no logra llegar simplemente por la duración real de cada relato. No es cierto que los personajes de las series sean más complejos y profundos que los personajes de una película. En cambio sí es cierto que poseen el tiempo para serlo y, entonces, la serie posee un potencial evidente para tratar con notable profundidad la construcción de cada una de sus criaturas, por más secundaria que sea.

Quizás sea ese el terreno en el que lo cinematográfico logre expandir sus posibilidades. Lo que es seguro es que es un terreno que hoy está en auge, que hoy se ha convertido en el relato que los espectadores buscan. Y si está creando nuevos espectadores, debe crear nuevos realizadores también.

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