Refutar La guerra de las galaxias es como discutir la Coca Cola. Son productos comerciales que ya no se diferencian de las cosas de la vida misma. Salís a comer y podés tomar agua, jugo, vino o coca; de chico jugaba a las escondidas, a los autitos, a la pelota y a la guerra de las galaxias. No se la puede pensar como a cualquier película, así como no se puede pensar a los amigos de la infancia como a cualquier persona.
Me había bajado los seis episodios anteriores para verlos antes de ir a ver el Episodio VII. Esas cosas que nunca suceden y que tampoco sucedieron esta vez. El terror al spoiler hizo que vaya al cine habiendo visto solamente La amenaza fantasma. Mala, muy mala. Todo parece falso, como un juego jugado sin ganas o sin fe. Ewan McGregor y Liam Neeson parecen unos nerds disfrazados de starwars, Samuel L. Jackson parece él mismo disfrazado de un nerd disfrazado de starwars. De Jar Jar Binks (voz de Ahmed Best), en fin, ya se dijo todo. Darth Maul (Ray Park) es algo incomprensible, un personaje sin atisbo de desarrollo, sin historia, sin sentido. Era preferible que fuera un perro o un robot. Físicamente tampoco parece tener ningún desarrollo, es una cara pintada para carnaval, no tiene esos detalles que hacían de personajes secundarios como Boba Feth (Jeremy Bulloch en la original) seres carismáticos y fascinantes, aun apareciendo un par de minutos en pantalla.
La película es de 1999, el mainstream digital estaba naciendo y debe haber sido difícil vencer la tentación de intentarlo todo. El resultado es que la escenografía es un dibujo animado común y corriente. Coruscant (el planeta-ciudad), que parece querer ser una referencia a Metropolis, termina siendo una copia de los Supersónicos. Lo mismo pasa con las naves, nada había quedado de ese aire a la segunda guerra mundial, de las naves monumentales y rígidas de impronta fascista, o esas otras, algo latosas, como un auto viejo y fiel, que tripulaban los rebeldes. Episodio I es de la época del nuevo Volkswangen escarabajo y eso parecen las naves de esa versión, unos huevitos de juguete sin la solemnidad que requieren palabras como Imperio, Rebeldes, República, Caballeros Jedi o Fuerza.
El humor físico de Jar Jar Binks es el de un dibujo animado que ni siquiera se hace pasar por realidad, más propio de la combinación de dibujo y actores de Rogger Rabbit que de la de Jurassic Park. El entusiasmo por el digital reaccionaba ante el impedimento que una marioneta o muñeco tienen para emular lo blando, los órganos latentes. Así aparecen esas caras y cuerpos gelatinosos sin presencia ni peso real.
Los creadores de Episodio VII, con J.J. Abrams a la cabeza, parecen haber entendido que Star Wars tiene vida propia. Más allá de lo buena o mala que puede ser la primera saga hay algo en lo que es perfecta: haber creado un universo que existe más allá de lo que vemos, sea esa una virtud de sus creadores, del marketing, o de los dos. Si algo nos queda de las primeras películas es la idea de que hay infinitas historias sucediendo en ese mismo universo, que cada personaje y lugar tiene un pasado y un futuro completos. Entonces la cuestión no es modernizar visualmente la vieja saga, no es hacer lo que antes no se pudo hacer, sino revivirla o, mejor dicho, invocarla. Los espectadores estamos entregados a que cualquier cosa que logre ubicarse en ese universo es creíble y extraordinaria, y que predispone a la aventura, pero necesitamos volver a ubicarnos en ese universo para eso.
Es así como los cazas TIE (los de los malos) y las X-wing (los de los buenos) recuperan en este episodio esos mecanismos de atari tosco y los botones mecánicos no son reemplazados por pantallas ni hologramas. En lugar de temerle al ridículo de una ciencia ficción arcaica, apuesta a la rememoración. Esta apuesta revela algo que se puede ver en las películas de Abrams y que posiblemente es lo que más lo acerca al clasicismo: es un cine que no está dirigido exclusivamente a los adolescentes y recupera la idea del “cuento de hadas para adultos” en la que se basaba el viejo cine clásico. Abrams logra, como en Super 8, Viaje a las estrellas o Misión Imposible, aludir a la nostalgia sin hacer un cine nostálgico, sino usándola como un refuerzo sentimental de la aventura que la carga también de sentido sin sacarle protagonismo.
Las diferentes criaturas fueron diseñadas combinando muñecos con efectos digitales, devolviéndoles el peso que habían perdido. La misma historia es un reconocimiento de que somos chicos que quieren ver siempre la misma película, revivir la emoción de la niñez: el argumento tiene muchos puntos en común con La guerra de las galaxias, empezando por el momento inicial de la historia donde un droide con información secreta cae en un planeta de clima desértico y debe ser encontrado por la resistencia antes de que lo haga el Imperio, ahora llamado Primera Orden. También se recuperan cierta oscuridad y el enigma que cargaban los personajes de las primeras ediciones, en contraste con ese sentido del deber bobalicón, tilingo y moralista de Qui Gon y el Obi Wan de Ewan Mc Gregor.
Me he preguntado en el pasado si Star Wars sería lo que es sin los sables láser. Me he contestado que no, incluso que ni siquiera hubiera sido un éxito sin ellos. El momento del sable láser estaba estrictamente dosificado para conservar su mística. Era un arma sagrada y tenía una liturgia solemne. En la saga de la década pasada eso se pierde, desde el absurdo palito láser de Darth Maul hasta el droide de múltiples sables. En El despertar de la fuerza lamentablemente se sostiene la profanación ya desde ese juguete infantil que es la espada en cruz. Si bien hay dos momentos en los que el simple hecho de tocar un sable impulsa acciones determinantes para el argumento, también es usado con sorprendente destreza por personajes no iniciados, desmitificándolo. En este sentido, que dure más de diez segundos el combate entre Kylo Ren (Adam Driver), un poderoso Jedi entrenado desde muy chico, y Finn (John Boyega), un soldado raso arrepentido que apenas había tocado un arma en su vida, es al menos inverosímil, por no decir francamente molesto. Veremos en el futuro si Finn tenía una ayuda extra de la Fuerza.
Distinto es el caso de Rey (Daisy Ridley), de evidente prosapia Jedi y objeto del amor de Finn. Ridley tiene sólo algunos papeles televisivos antes de este protagónico. Repite las características poco habituales de Rebecca Ferguson en Misión Imposible 5: una belleza muy femenina, pero con marcada impronta masculina, un cuerpo atlético y ancho, firme y estilizado. No es esto un símbolo de ambigüedad sexual sino un cambio en el estereotipo de mujer, que empieza a adaptarse a la militancia de género.
Entiendo que la desacralización del sable láser responde a una característica del mainstream moderno; lo que antes era la construcción de un gran deseo cuya satisfacción se postergaba, ahora es reemplazado por la renovación rápida de deseos más pequeños que se van satisfaciendo durante la película.
Veremos qué opina el público adolescente, si la película sabe jugar a dos puntas o funciona sólo para conocedores de la saga que quieran revivir su infancia por un rato.
Aquí pueden leer un texto de Marcos Vieytes sobre J. J. Abrams.
Star Wars: El despertar de la fuerza (EE.UU., 2015), de J. J. Abrams, c/ Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Harrison Ford, Carrie Fisher, Adam Driver, Max von Sydow, Domnall Gleeson, Mark Hamill, 135’.
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