1. Estábamos en el Jardín Botánico, hablando sobre cine. Vos mencionaste a Miyazaki y yo, a Disney. Quise trazar un paralelo entre la animación japonesa y las películas de Disney, que Tezuka se inspiró en los diseños de Disney para sus personajes, que el cine de animación japonesa no sería lo que es sin Disney, que los ojos enormes que caracteriza al anime es una herencia directa de Disney. Hay un sustrato ideológico atractivo en la proposición de un mundo de fantasía que ya no quiere imitar la realidad, sino proponerse como reemplazo. Pero no te convencí. No me gusta Disney, me dijiste. Y eso fue todo.
Las obras de arte se dividen en las que nos gustan y las que no nos gustan, dicen Cohn-Duprat que dice Chejov (ver El artista). Por su parte, Jan Svankmajer decía que Disney fue un corruptor de la imaginación infantil. De ser así, no hay que perder de vista que eso no le quita mérito a Disney. Es más, diría que confirma su genio. En el magistral libro Mirar, John Berger explica que el cine de Disney es un cine que guarda similitudes con la obra de Francis Bacon, pues ambos artistas realizan su obra partiendo de la misma crisis. Lo deforme aceptado. El horror.
En algún momento nos quedamos callados y miramos cómo el sol se filtraba por la espesa maleza. Qué lindo se está acá, qué agradable. Entonces pensé que todo lo que estábamos viviendo parecía una escena de una película de Linklater, aunque Linklater tampoco te gustara. Nos sentamos en un banco y contemplamos las flores. En algún momento, nos perdimos entre árboles, arbustos, hojas. Todo ese verde estallando de repente y los caminos cerrados volviéndose un laberinto. Entonces pensé en esas zonas limítrofes, donde extraviarse es un desenlace previsible. ¿Realmente estábamos en el Jardín Botánico? Esa incertidumbre es la literatura fantástica, según Tzvetan Todorov.
2. En el bosque comienza su relato con una serie de personajes que desean cosas. Lo que uno desea puede volverse realidad, así que hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea, insistía Kurt Vonnegut. Cada uno de los implicados en las sucesivas historias desea diferentes cosas. A veces cosas imprecisas, a veces cosas puntuales. Cenicienta (Anna Kendrick) desea ir al baile que dará el Príncipe (Chris Pine) en su castillo. La Bruja (Meryl Streep) desea juventud, sus vecinos (una pareja de panaderos bonachones) desean tener un hijo. Por su parte, Jack (Daniel Huttlestone) desea conservar a su amiga Milky White, una vaca que ya no da leche, pero su madre lo obliga a venderla, porque no tienen dinero ni para comer. La madre de Jack (Tracey Ullman) desea un buen pasar económico.
De una manera y otra, las historias de todos estos personajes (todas pertenecen a los Hermanos Grimm) acabarán entrelazadas. En el bosque, donde todo puede suceder. ¿Por qué? Porque el bosque es una zona que está más allá de cualquier geografía, es un espacio que ha cedido su terreno a lo mágico. La premisa es la siguiente: hace muchos años la Bruja echó una maldición sobre los padres del panadero, por lo que el panadero no podrá tener un hijo a menos que rompa el hechizo. Para ello debe adentrarse en el bosque y conseguir una serie de elementos con los que se podrá romper el hechizo. A saber: una vaca blanca, una capa roja, unos zapatos dorados, un mechón de pelo rubio.
La vaca no es otra que Milky White, la capa es la de Caperucita (que les ha comprado pan y galletas para llevar a su abuela), los zapatos son los de Cenicienta y el mechón de pelo sería el de Rapunzel, que resulta ser la hija de la Bruja.
Lo interesante es que esta premisa inicial se trastoca, rompiendo el molde de las previsiones y los lugares comunes, violentando su lógica desde la ironía y la puesta en duda permanente, desestimando moralejas y finales felices. La duda sobre si sabemos realmente lo que queremos no es respondida de manera compasiva. Antes bien, se plantean una serie de indicios en los que cabe pensar en la magnitud de las estafas, las ambiciones y los deseos…
A medida que transcurre la historia, los personajes van sufriendo modificaciones, cambian. Se trata de la épica del viaje, de larga tradición en los análisis de Vladimir Propp. Personajes a los que les suceden una serie de eventos que modifican su relación con el mundo. Lo que está bien o mal ya no importa tanto en el bosque. Lo que importa es vivir el momento y esa acumulación de momentos constituye, a su vez, un único gran momento, donde lo previsible es y no es previsible.
La propia película desliza una teoría filosófica al respecto, que la excede: Si la vida fueran sólo grandes momentos, no nos daríamos cuenta cuando estuviéramos viviendo uno, dice. Concedido. Y quizás podríamos decir otro tanto respecto al cine. Si una película fuera enteramente genial, quizás no nos daríamos cuenta que estamos viendo una película genial. Entonces, necesitamos detectar dónde se oculta lo genial, como si se tratara de un animal al acecho. Necesitamos un marco de coherencia, de realidad, acaso para que lo maravilloso nos tome por sorpresa. Y si acaso no pudiéramos diferenciar lo real de lo puramente especulativo, bienvenida la fantasía.
Todos estamos extraviados en ese gran bosque que es Disney. Un bosque en llamas, en el que estamos tratando de abrirnos paso. Una utopía que se desintegra gradualmente, en la que aún insistimos.
Más allá de todo y de cualquier acierto y desacierto, la película merece llamar nuestra atención, aunque más no sea por la persecución del Lobo Feroz (Johnny Depp) y Caperucita. Acaso esa escena y esa relación, tan cargada de una sexualidad perversa, nos dé una pauta de que estamos ante una película peculiar.
La intervención del Lobo Feroz luce casi forzada, como una convención necesaria. Sin embargo, termina funcionando como una escena clave. Hay tanta tensión sexual en su discurso que la película se vuelve contra sí misma. ¿Estamos viendo una película de Disney? ¿Y cuándo dejamos que una película de Disney tenga un discurso tan ambiguo y salvaje?
Al finalizar la escena, la canción que canta Caperucita (porque Rob Marshall, otrora director de Chicago, se anima a introducir canciones que enhebran la historia) sostiene que todo lo que el Lobo Feroz le ofrecía le llamaba la atención, dándole miedo y excitándola y la cara de depravado de Johnny Depp nos confunde a todos. ¿Es que la fantasía es un terreno ambiguo? ¿No es, acaso, un espacio limítrofe entre dos espacios? ¿Acaso no tiene, necesariamente, que tratarse de eso? El mundo que plantea Disney se parece pero no se parece al nuestro. Lo fantástico llega para generarnos una incertidumbre que ya no abandonaremos jamás.
Puede que Jan Svankmajer tenga razón, pero también Robert Musil: la imaginación es más despiadada que cualquier revolución política.
Aquí puede leerse un texto de Paula Vazquez Prieto sobre el director y la película.
En el bosque (Into the Woods, EE.UU., 2014), de Rob Marshall, c/ Anna Kendrick, Meryl Streep, Johnny Depp, Chris Pine, Tracey Ullman, Emily Blunt, 125′.
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