la-vie-d-adele-chapitre-1-et-2-09-10-2013-2-g“Traéis al mozo dormido a vuestro palacio y estáis esperando el momento en que despierte; vais en ropa de conquista y con un boato digno del generoso desprecio que sentís por la gloria. Esperabais de parte del guapo mozo la sorpresa más enamorada: se despierta y os saluda con la mirada más imbécil que se haya visto en un bobo. Os acercáis, bosteza dos o tres veces y vuelve a dormirse. Esa es la curiosa historia de un despertar que prometía una escena tan interesante. Salís suspirando de despecho y tal vez despedida con un ronquido de bajo cantante, recio donde los haya. Transcurre una hora, vuelve a despertarse y, al no ver a nadie junto a él, grita: ¡Ey! A ese grito galante, regresáis: el Amor se frotaba los ojos. ¿Qué queréis, hermoso mozo?, le decís. Lo que yo quiero es merendar, responde. ¿Pero no os sorprende el verme?, añadís. ¡Claro que sí!, replica. Hace quince días que está aquí y su conversación ha sido siempre del mismo tono.”

Pierre Marivaux, Arlequín pulido por el amor

Las tres horas de La vida de Adèle son interminables y también bastante insufribles para alguien como yo que no consiguió conmoverse por nada en ningún momento y a los cinco minutos temió que la estrategia formal de la película fuera la que efectivamente es de principio a fin. No sé si el personaje de Adela es magnífico porque considero que el director no me lo deja ver, pero sí estoy seguro de que lo es la actriz, o la mujer o más bien la piba, o su cara y su cuerpo, aunque salvo en las escenas de sexo –y hasta por ahí nomás, porque en ellas aparece menos el suyo que uno mixto producto de ambos entrelazados, cuando no entrecortados por la edición- y en los primeros y últimos planos, pocas chances tenemos de apreciar la singularidad de este último, de culo ligeramente gordito, andar encantadoramente desgarbado y algo torpe, dientes de conejo y pelo recogido arriba de la cabeza que transforma a su cabellera en un surtidor.

¿Se imaginan mirando durante dos horas 45 sobre tres la cara de una chica y de algunas otras personas, por más que sean tan hermosas como esta, en primerísimos primeros planos (eso que los italianos llamaban “pipipí” y que uno tiene que aguantarse durante las tres eternas horas que dura La vida de Adèle poniendo en riesgo la de la vejiga propia) dentro de una propuesta que no tiene una elección tan experimental por ese encuadre como la tenía Shirinde Abbas Kiarostami, por citar un ejemplo de limitación autoimpuesta extrema que busca un efecto perceptivo o conceptual incomparable? El único efecto ineludible que me generó esta película, además del de irme del cine, fue el de las ganas de ingerir algo, un poco por ansiedad oral, otro poco para darle sabor a la experiencia y sobre todo para pasar el rato. La cámara durante tanto tiempo pegada a las caras que comen y a los cuerpos que cogen dan ganas de morder, besar, sorber y chupar algo que no sea este clavo. La boca es casi tan físicamente estimulada como los ojos de los personajes, y la cantidad de lágrimas que se derraman es tanta y el efecto tan repetitivo que fastidia y hasta la propia película lo verbaliza cerca del final -a través de un personaje- sin resignificar el gesto.

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El problema de esa adhesión es que no da distancia para construir mirada (interioridad), y lo que escuchamos decir a los personajes son referencias culturales que no constituyen programa o discusión estética sino citas netas, o diálogos circunstanciales que redundan sobre el lenguaje de las caras. El sexo explícito es menos explícito y más intervenido de lo que parece, sin fluidos genitales (las lágrimas cumplirían esa función) ni enchastre (piensen, por contraste, en el semen reflexivo de The Wayward Cloud de Tsai Ming-liang), demasiado limpio para una película en la que la cercanía de la cámara a las superficies y la más bien performática audacia de filmar esa clase de escenas sin recurrir a actrices porno auguraban la intención de involucrar al espectador de un modo radical. El efecto más poderoso de la indiferencia que me produjo consistió en hacerme sentir que todo era banal: el sexo, el romance, los cuerpos, las personas, los relatos (no digo ‘la vida’ porque tenía conmigo una tira de caramelos Fizz –esos rellenos, según decían hace años, con bicarbonato- que le daban sentido a la experiencia).

No creo que pueda expresarse eficazmente la dolorosa cuando no traumática dimensión que toda educación sentimental conlleva sin un grado considerable de perspectiva visual y narrativa que abra el campo de visión a los condicionamientos sociales y los puntos de vista de los muchos actores intervinientes. En los alrededores difusos y bastante gruesos de La vida de Adèle están, pero la decisión demasiado homogénea, por no decir pobre, de cerrar el plano estrechamente sobre Adela y su mundo identifica la entera puesta en escena con la limitada visión del personaje, que no tiene por qué ser la de la película ni le da grandeza al drama de la adaptación al mundo de esa chica. Porque solo se trata de crecer, y eso, que es tremendo porque parece una tragedia absoluta y termina revelándose relativa siempre que ello ocurre, aquí no se advierte debido a que la cámara nos hace ver todo con anteojeras, sustrayéndonos la visión del mundo y del propio animal mientras recibe los latigazos, que es lo que verdaderamente duele y sirve para tomar conciencia de conjunto (hay un par de escenas en las que los personajes asisten a marchas y protestas pero no hay dimensión política profunda a través de la forma ni conciencia histórica).

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Ya que hablé de caballos (si no de guerra, de tiro) vale la pena traer a colación lo que me recordó el colega Fernando Juan Lima. Steven Spielberg fue el presidente del jurado del festival de Cannes que en la última edición se hizo notar dándole la palma de oro a la mejor película a su director Kechiche junto a las dos protagonistas, que fueron así coronadas como coautoras de ella en un gesto quizás precursor, sobre todo veleidoso y bastante pavote, cuyo resultado es que un ingente número de críticos y espectadores se llene la boca de adjetivos laudatorios acerca de la capacidad de entrega de las actrices cuando de lo único que dan ganas de llenarse la boca es de ellas, en el supuesto caso de que el sexo de esta película hubiera sido filmado con esa intención, cosa de la que dudo bastante. Lo más involuntariamente volteriano (Francois Marie Arouet fue rival acérrimo de Marivaux a mediados del siglo XVIII no sólo porque se disputaron un lugar en la Academia sino porque basta leerlos para encontrarse con dos personalidades y obras absolutamente opuestas) de la decisión es que no hace falta pensar mucho para darse cuenta de que el palmarés menoscaba la posición de Kechiche, a quien sólo le queda el consuelo de no haber filmado una orgía.

No cuesta mucho imaginar que lo más interesante de La vida de Adèle debe estar en el campo de la adaptación, a juzgar por las fuentes que uno conoce al menos de nombre: una novela gráfica y la novela del, sobre todo, dramaturgo Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux. ¿Es la recurrente ingesta de tallarines por parte de la familia de Adela el único rastro que ha quedado de la Comédie-Italienne que frecuentó con éxito para después afrancesarse y escribir comedias de costumbres burguesas con un énfasis psicológico que reemplazó el juego de máscaras y tipologías de la comedia del arte y de Moliére? Los abundantes convencionalismos de la película de Kechiche disimulados por la supuesta búsqueda artística respaldada por la premiación canina, como el abuso de planos/contraplanos, ¿serán el reflejo invertido de las muchas innovaciones formales que Marivaux introdujo en la comedia convencional de la primera mitad del siglo XVIII? Pero hasta conjeturar acerca de esto sin haberlo leído en profundidad es irresponsable (desde hace apenas un par de meses hay una hermosa edición de Gredos con tapas duras de cinco piezas del autor que se consigue a $30.- en las mesas de saldo de las librerías capitalinas) y si lo hago es sólo porque la ilusión cinematográfica no tuvo en mí el más mínimo efecto, y hasta la curiosidad por Marivaux me la dio la crítica de Paula antes que la película.

Aquí pueden leer un texto de Paula Vázquez Prieto sobre esta película.

La vida de Adèle (La vie d’ Adèle, Francia, 2013), de Abdellatif Kechiche, c/Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Aurélien Recoing, Catherine, Salée, Salim Kechiouche, Alma Jodorowsky, Mona Walravens, 179’.

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