“Traéis al mozo dormido a vuestro palacio y estáis esperando el momento en que despierte; vais en ropa de conquista y con un boato digno del generoso desprecio que sentís por la gloria. Esperabais de parte del guapo mozo la sorpresa más enamorada: se despierta y os saluda con la mirada más imbécil que se haya visto en un bobo. Os acercáis, bosteza dos o tres veces y vuelve a dormirse. Esa es la curiosa historia de un despertar que prometía una escena tan interesante. Salís suspirando de despecho y tal vez despedida con un ronquido de bajo cantante, recio donde los haya. Transcurre una hora, vuelve a despertarse y, al no ver a nadie junto a él, grita: ¡Ey! A ese grito galante, regresáis: el Amor se frotaba los ojos. ¿Qué queréis, hermoso mozo?, le decís. Lo que yo quiero es merendar, responde. ¿Pero no os sorprende el verme?, añadís. ¡Claro que sí!, replica. Hace quince días que está aquí y su conversación ha sido siempre del mismo tono.”
Pierre Marivaux, Arlequín pulido por el amor
Las tres horas de La vida de Adèle son interminables y también bastante insufribles para alguien como yo que no consiguió conmoverse por nada en ningún momento y a los cinco minutos temió que la estrategia formal de la película fuera la que efectivamente es de principio a fin. No sé si el personaje de Adela es magnífico porque considero que el director no me lo deja ver, pero sí estoy seguro de que lo es la actriz, o la mujer o más bien la piba, o su cara y su cuerpo, aunque salvo en las escenas de sexo –y hasta por ahí nomás, porque en ellas aparece menos el suyo que uno mixto producto de ambos entrelazados, cuando no entrecortados por la edición- y en los primeros y últimos planos, pocas chances tenemos de apreciar la singularidad de este último, de culo ligeramente gordito, andar encantadoramente desgarbado y algo torpe, dientes de conejo y pelo recogido arriba de la cabeza que transforma a su cabellera en un surtidor.
¿Se imaginan mirando durante dos horas 45 sobre tres la cara de una chica y de algunas otras personas, por más que sean tan hermosas como esta, en primerísimos primeros planos (eso que los italianos llamaban “pipipí” y que uno tiene que aguantarse durante las tres eternas horas que dura La vida de Adèle poniendo en riesgo la de la vejiga propia) dentro de una propuesta que no tiene una elección tan experimental por ese encuadre como la tenía Shirinde Abbas Kiarostami, por citar un ejemplo de limitación autoimpuesta extrema que busca un efecto perceptivo o conceptual incomparable? El único efecto ineludible que me generó esta película, además del de irme del cine, fue el de las ganas de ingerir algo, un poco por ansiedad oral, otro poco para darle sabor a la experiencia y sobre todo para pasar el rato. La cámara durante tanto tiempo pegada a las caras que comen y a los cuerpos que cogen dan ganas de morder, besar, sorber y chupar algo que no sea este clavo. La boca es casi tan físicamente estimulada como los ojos de los personajes, y la cantidad de lágrimas que se derraman es tanta y el efecto tan repetitivo que fastidia y hasta la propia película lo verbaliza cerca del final -a través de un personaje- sin resignificar el gesto.
El problema de esa adhesión es que no da distancia para construir mirada (interioridad), y lo que escuchamos decir a los personajes son referencias culturales que no constituyen programa o discusión estética sino citas netas, o diálogos circunstanciales que redundan sobre el lenguaje de las caras. El sexo explícito es menos explícito y más intervenido de lo que parece, sin fluidos genitales (las lágrimas cumplirían esa función) ni enchastre (piensen, por contraste, en el semen reflexivo de The Wayward Cloud de Tsai Ming-liang), demasiado limpio para una película en la que la cercanía de la cámara a las superficies y la más bien performática audacia de filmar esa clase de escenas sin recurrir a actrices porno auguraban la intención de involucrar al espectador de un modo radical. El efecto más poderoso de la indiferencia que me produjo consistió en hacerme sentir que todo era banal: el sexo, el romance, los cuerpos, las personas, los relatos (no digo ‘la vida’ porque tenía conmigo una tira de caramelos Fizz –esos rellenos, según decían hace años, con bicarbonato- que le daban sentido a la experiencia).
No creo que pueda expresarse eficazmente la dolorosa cuando no traumática dimensión que toda educación sentimental conlleva sin un grado considerable de perspectiva visual y narrativa que abra el campo de visión a los condicionamientos sociales y los puntos de vista de los muchos actores intervinientes. En los alrededores difusos y bastante gruesos de La vida de Adèle están, pero la decisión demasiado homogénea, por no decir pobre, de cerrar el plano estrechamente sobre Adela y su mundo identifica la entera puesta en escena con la limitada visión del personaje, que no tiene por qué ser la de la película ni le da grandeza al drama de la adaptación al mundo de esa chica. Porque solo se trata de crecer, y eso, que es tremendo porque parece una tragedia absoluta y termina revelándose relativa siempre que ello ocurre, aquí no se advierte debido a que la cámara nos hace ver todo con anteojeras, sustrayéndonos la visión del mundo y del propio animal mientras recibe los latigazos, que es lo que verdaderamente duele y sirve para tomar conciencia de conjunto (hay un par de escenas en las que los personajes asisten a marchas y protestas pero no hay dimensión política profunda a través de la forma ni conciencia histórica).
Ya que hablé de caballos (si no de guerra, de tiro) vale la pena traer a colación lo que me recordó el colega Fernando Juan Lima. Steven Spielberg fue el presidente del jurado del festival de Cannes que en la última edición se hizo notar dándole la palma de oro a la mejor película a su director Kechiche junto a las dos protagonistas, que fueron así coronadas como coautoras de ella en un gesto quizás precursor, sobre todo veleidoso y bastante pavote, cuyo resultado es que un ingente número de críticos y espectadores se llene la boca de adjetivos laudatorios acerca de la capacidad de entrega de las actrices cuando de lo único que dan ganas de llenarse la boca es de ellas, en el supuesto caso de que el sexo de esta película hubiera sido filmado con esa intención, cosa de la que dudo bastante. Lo más involuntariamente volteriano (Francois Marie Arouet fue rival acérrimo de Marivaux a mediados del siglo XVIII no sólo porque se disputaron un lugar en la Academia sino porque basta leerlos para encontrarse con dos personalidades y obras absolutamente opuestas) de la decisión es que no hace falta pensar mucho para darse cuenta de que el palmarés menoscaba la posición de Kechiche, a quien sólo le queda el consuelo de no haber filmado una orgía.
No cuesta mucho imaginar que lo más interesante de La vida de Adèle debe estar en el campo de la adaptación, a juzgar por las fuentes que uno conoce al menos de nombre: una novela gráfica y la novela del, sobre todo, dramaturgo Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux. ¿Es la recurrente ingesta de tallarines por parte de la familia de Adela el único rastro que ha quedado de la Comédie-Italienne que frecuentó con éxito para después afrancesarse y escribir comedias de costumbres burguesas con un énfasis psicológico que reemplazó el juego de máscaras y tipologías de la comedia del arte y de Moliére? Los abundantes convencionalismos de la película de Kechiche disimulados por la supuesta búsqueda artística respaldada por la premiación canina, como el abuso de planos/contraplanos, ¿serán el reflejo invertido de las muchas innovaciones formales que Marivaux introdujo en la comedia convencional de la primera mitad del siglo XVIII? Pero hasta conjeturar acerca de esto sin haberlo leído en profundidad es irresponsable (desde hace apenas un par de meses hay una hermosa edición de Gredos con tapas duras de cinco piezas del autor que se consigue a $30.- en las mesas de saldo de las librerías capitalinas) y si lo hago es sólo porque la ilusión cinematográfica no tuvo en mí el más mínimo efecto, y hasta la curiosidad por Marivaux me la dio la crítica de Paula antes que la película.
Aquí pueden leer un texto de Paula Vázquez Prieto sobre esta película.
La vida de Adèle (La vie d’ Adèle, Francia, 2013), de Abdellatif Kechiche, c/Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Aurélien Recoing, Catherine, Salée, Salim Kechiouche, Alma Jodorowsky, Mona Walravens, 179’.
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Hola Marcos, al fin una crítica negativa sobre esta película!
Concuerdo en algunas cosas contigo. No es que me haya parecido mala, sino que en ningún momento pude entrar en el relato. Increíbles las actuaciones, sí, pero el recurso del primer plano constante lo encuentro, aquí, absolutamente mal llevado, sin sustento, raquítico. No encuentro una constante formal clara, ni un discurso cinematográfico interesante. Las constantes analogías literarias bordean un subrayado grosero, y el personaje de Emma y el mundo «artístico» que la rodea me parece altamente unidimensional y acartonado (si es un efecto buscado, al estar, como espectadores, siempre en el lugar de Adele, no lo encuentro muy logrado). Cosas así evitaron que disfrutara de la película.
Un saludo, agradezco la compañía en el sabor a poco que me quedó.
Gracias por la lectura, un abrazo.
«El único efecto ineludible que me generó esta película, además del de irme del cine, fue el de las ganas de ingerir algo, un poco por ansiedad oral, otro poco para darle sabor a la experiencia y sobre todo para pasar el rato. La cámara durante tanto tiempo pegada a las caras que comen y a los cuerpos que cogen dan ganas de morder, besar, sorber y chupar algo que no sea este clavo».
Bueno, parece que a Marcos la película le provocó una serie de reacciones físicas desde las cuales escribe este comentario más bien ofuscado. Está bien, escribir ofuscado es una posición como cualquier otra. El problema quizá sea que tiene un valor más autobiográfico que crítico. Es decir: sabemos todos los procesos corporales que la película desató en Marcos pero es un poco más difícil ver, a través del texto, algo sobre la película misma
Saludos.
Lamento si querías saber algo de la película leyéndome, Oscar. En mi caso, cuando leo a un crítico es porque me interesa el crítico, no las películas. Ellas hablan por sí solas. La otra postura significa creer que lo que un crítico diga sobre una película es más importante que la película misma. Yo cuento lo que a mí me pasa mirándolas. Un abrazo
Bueno, parece que entendemos dos cosas distintas por crítica. ¿Por qué uno tendría que saber algo sobre el crítico? Y además, qué es ser crítico: cuando un crítico cuenta sus reacciones fisiológicas, el problema de su vejiga, sus ganas, de irse,de morder o de chupar, no está haciendo crítica sino autobiografía. Porque no es que uno nace crítico y a partir de ese momento cualquier cosa que escriba sea crítica. La crítica (si nos atenemos al significado de la palabra y no al antojo) tiene un objeto que no es el crítico. Si un texto no deja ver algo de la obra y se centra exclusivamente en el fastidio, la ofuscación, el cansancio, el tedio o las ganas de mear del que escribe, ahí no hay crítica ninguna, sino un testimonio de la biografía del que escribe. Un crítico muestra su punto de vista sobre algo, pero para que el punto de vista sea conversable, tiene que aparecer ese «algo» de lo que está hablando. Eso no quiere decir que la crítica sea más importante que la película. Si uno quiere ver la película, va y la ve. Pero las películas no hablan por sí solas. Los espectadores y los críticos las hablamos. Nuestras palabras no son más importantes que las películas, sino algo distinto de ellas: una crítica, ni más ni menos. De todos modos, si vos creés que la crítica consiste en contar lo que a vos te pasa, poniéndote por delante de la película para hablar de vos, todo bien. Si vos creés que eso es hacer crítica, todo bien. Solo pasé por acá para dejar expresado que para mí la crítica es otra cosa.
Saludos
Vos dejaste por acá para dejar expresado que la película te había gustado y que mi texto sobre ella no, Oscar, lo que agradezco porque indica que tanto una como el otro te interesan, y eso me atañe particularmente.
Puede ser que la crítica tenga a la película como objeto, pero para lo que escribo la película es un punto de partida. Yo pongo en palabras algo que está entre la película y el crítico, a veces será crítica, a veces autobiografía, para mí es lo de menos.
Por otro lado, me parece desmesurado decir que lo que escribí «no deja ver algo de la obra». Que no sea lo que vos hayas visto o lo que quieras ver, o que además de dejar ver algo de la película también deje ver algo, quizás demasiado, del crítico, no es lo mismo que lo que vos dijiste.
Otro abrazo
Claro que pasé porque me interesaba saber qué escribieron sobre la película y leí los distintos posts sobre la misma.
Una aclaración: yo hasta ahora no dije nada de la película en sí, sino sobre tu manera de criticarla. Son dos temas distintos. A mí la película me parece interesante, no una obra maestra como dijeron algunos ni un desastre como trasmitís vos.
Para mí no es lo de menos la diferencie entre crítica y autobiografía. Creo que es una distorsión que en Argentina instaló la revista El Amante y que ha producido resultados nefastos en el campo de la crítica cinematográfica local. Los críticos podrían advertir que contar lo que les pasó el día que fueron a ver la película o la semana siguiente es un género literario distinto de analizar una película.
Hacer girar una reseña alrededor del aburrimiento que te produce algo, o a las ganas de mear, la irritación de colon o la ira, se puede aplicar a cualquier película. Vertigo, Pickpocket, Satantango o La guerra de las galaxias le pueden resultar aburridas, tediosas, lentas, largas o irritantes a distintas personas. Yo me puedo dormir en una de Pedro Costa o en otra de John Carpenter, porque tengo sueño, no por la película.
Uno sale del cine y le comenta a sus amigos: qué embole, qué estúpido el director de Ritual Sangriento, que cretino Bruno Dumont o qué hambre que tengo. Esa es una conversación totalmente legítima: no es una crítica cinematográfica.
Dicho esto, no pretendo insistir más en el punto: cada uno escribe como quiere.
Abrazo
O escribe como puede, Oscar. También es cierto que no es fácil traspasar el comentario oral postpelícula a un texto, y que mi texto es más que eso.
No te olvides que yo provengo de El Amante, Oscar, y nunca descarté del todo esa modalidad de escritura. Tampoco pretende tener claro su rumbo crítico, aunque iremos exponiendo algunas de las ideas que tenemos sobre el asunto con el paso del tiempo.
Me apuro a decirte, también, que tengo en alta estima el análisis. Hay textos en que trato de hacer exclusivamente eso, otros que no, o porque no me sale o porque considero que intervenir de otros modos puede ser más útil, cuando no más divertido.
Considero que el análisis puro y duro como el que leo en vos muy a menudo, y que valoro y aprecio (a diferencia de muchos de mis ex compañeros de El Amante) es sobre todo campo de la academia, que lo hace mucho mejor de lo que yo puedo hacerlo porque tiene más herramientas que las que yo personalmente tengo.
Ultimamente también pienso en lo que hago como una especie de performance, a la que me atrevo un poco por sinceridad, otro poco por placer, y también porque considero que no gira sobre el vacío, sino que involucra argumentos o sugerencias (incluso ficcionales o poéticas) potencialmente reveladoras para el lector.
Abrazo grande
Entendido, Marcos. Una sola acotación: No concuerdo con que el análisis de una película («puro y duro» no sé muy bien qué quiere decir) es campo de la academia, o no sé muy bien a qué llamás la academia (como no sea le bar de Callao y Corrientes o el club de fútbol de Avellaneda, je). Yo no estoy en ninguna academia. Cuando analizo una película simplemente trato de pensar en lo que vi y decirlo de manera que se entienda. Que el texto deje ver algo de la película, que el lector pueda responderme algo que no sea simplemente «a mí me gustó». Pero, repito, no digo que tenga que ser así, sino que no creo que eso sea campo de la academia.
Otro abrazo más y van…
Pensemos por un momento que el título del filme habla de “la vida de Adèle”. De toda su vida, no solo la amorosa. Es más, el subtítulo dice: “Capítulos 1 y 2″, sugiriendo que puede continuar, más allá de la relación de Adèle con Emma. Los títulos nunca son inocentes, y si el director se decidió a bautizar con este nombre a su obra, debemos tomarlo como un dato importante.
Me sorprende que casi el 100% de las críticas, ya sean a favor o en contra, se dediquen solo a polemizar sobre la naturaleza del vínculo amoroso y descuiden el análisis de otros aspectos muy importantes del filme, que son muchos menos emocionantes, pero que deben ser evaluados si vamos a formarnos un juicio completo de los aciertos y errores de esta película.
¿Cual es la mirada que posa Kechiche sobre las instituciones que retrata?
Las familias muestran a padres e hijos sin peleas ni incomprensiones. Ninguna de las dos protagonistas tiene hermanos, lo que elimina la posibilidad de que por ese lado aparezca algún problema.
La acción política se muestra tibiamente por medio de una manifestación que parece
más un corso de carnaval que el reclamo por mejor educación. ¿Y la policía, y la
represión, y las sanciones? ¡Que distinta la manera de retratar las luchas estudiantiles de Kechiche con la de Assayas, por ejemplo, en “Después de mayo”! Los dos directores franceses, de edades parecidas, divergen radicalmente también en la presentación del tiempo histórico. La de Kechiche no se sabe en que época transcurre, y por lo tanto contra quienes se enfrentan los manifestantes. En “Después de mayo” ya desde el título nos ubica en el periodo del filme.
La educación, es otra institución retratada con una falta de rigor crítico sorprendente y que ningún analista ha remarcado. Muchas escenas se desarrollan en el ámbito de la escuela. Kechiche repite en esta película un interés que ya demostraba por el tema en su anterior “Juegos de amor esquivo”. Un grupo de estudiantes secundarios que conviven en un clima por demás armonioso entre ellos y lo que resulta más inverosímil, con sus profesores. La concentración e interés que muestran Adèle y sus compañeros en las clases, hace que parezcan habitantes de otro mundo. En “Juegos de amor esquivo” el comportamiento de los alumnos es similar, y hasta más irreal, porque se trataba de una escuela marginal. En ambas películas hay una mirada autoritaria de la acción educativa, donde el monopolio del saber está en los docentes, y los alumnos participan solo a requerimiento de éstos ¿no tienen ninguna idea propia para esbozar? ¿están de acuerdo
con todo lo que dicen los profesores? Adèle, que se declara una lectora voraz, a la que no le gustan que le expliquen demasiado las obras, ¿por qué no cuestiona esto en clase o da su punto de vista de lo que leen sin que se lo pida el docente? La violencia, el racismo, el bullying o las drogas, por poner algunos ejemplos de los problemas más comunes en casi todo el mundo, están ausentes en las dos películas de Kechiche.
Finalmente, el mundo del trabajo de Adèle tampoco ha sido considerado en ninguna crítica como
una actividad que se deba analizar. En la película, la labor docente de Adèle es fabulosa, no hay salarios bajos, ni peleas con la dirección, ni luchas gremiales, ni conflictos con los compañeros, ni dificultades para conseguir empleo (¡en un continente donde el desempleo juvenil llega en varios países hasta el 50%!). Se dice que la concepción política de los directores se define en la forma. Haber recurrido a una elipsis con el tema de la búsqueda de empleo, es un desproposito mayúsculo, ¡siendo uno de los problemas más acuciantes para todo adolescente en cualquier lugar del mundo! El director destina 13 minutos a mostrar como las chicas cogen, pero ni un minuto para ver como se la rebusca Adèle para encontrar su trabajo. La auto explotación se presenta como una virtud moral. Adèle trabaja todo el año, y en el verano, en el momento de sus vacaciones… también trabaja, claro que con chicos con problemas, lo que santifica su decisión. Kechiche muestra el trabajo como docente de Adèle como un “sacerdocio”, donde toda su preocupación se limita a hacer bien su tarea, con lo que resulta una mirada profundamente reaccionaria. Cuando se conoce con los padres de Emma les cuenta (nos cuenta) que quiere ser maestra. Luego, cuando el tema laboral vuelve a escena, Adèle ya está trabajando en el puesto que deseaba. ¿Está el director interesado en lidiar con una historia real o en contarnos un cuento de hadas para adultos, donde los deseos se hacen realidad sin más?.
Gracias por el analítico comentario, Jorge.