Por Santiago Martínez Cartier.

Aquí pueden leer un texto de Paola Menéndez sobre esta película.

La guerra no es mundial, sino interna, y se desarrolla en el núcleo mismo de esta película. ¿Quiénes la disputan? En una esquina, el espíritu trash de la clase b; en la otra, las aspiraciones mainstream de crear un blockbuster funcional. Y así es como Guerra mundial Z se convierte en una película ciclotímica que, más allá de sus errores, tiene varios aciertos dignos de apreciar.

Al principio la ciclotimia es otra, y la película varía entre dos ambientes definidos: el realismo y el onirismo. Por momentos parece una película de zombis estándar, donde poco a poco se va expandiendo una invasión infecciosa e inevitable, y todo esto se muestra con cierta objetividad heredada de los noticieros, pero por otros se vuelve puro ambiente y sensaciones que recuerdan al terror onírico del gran Lucio Fulci, y esos son los lapsos en que mejor funciona. Cuando la puesta en escena se pone al servicio de los sentidos y no del realismo convencional, la película logra ambientes notables donde todo es pesadillesco y absurdo, terrorífico y psicodélico, y logra perturbar con una libertad estilística asombrosa.

El motor de la acción, el McGuffin se podría decir, es tan sólo una palabra, ‘zombi’, escuchada por el ejército estadounidense en una transmisión perdida y de origen dudoso. Pero, ante la desesperación de la humanidad en declive, y usando como conveniente argumento esa frase de Sherlock Holmes que dice que si ya se descartaron todas las causas probables, lo improbable debe ser lo cierto, el personaje de Brad Pitt tendrá que recorrer el mundo en busca de esa palabra, y así, con alguna suerte, hallar el origen de esta nueva epidemia que amenaza con poner fin al reinado de nuestra raza.


Sí, el punto de partida es absolutamente absurdo, pero funcional, ya que nunca parece importar demasiado, o por lo menos durante los minutos del metraje en que la película se mueve con más soltura, ya que lo que sigue reinando son esos ambientes profundos e inusuales que la puesta en escena de Forster nos regala. La película también se permite momentos cómicos y chistes de guión absolutamente deliciosos (se nota que por suerte un poco de mano pudo meter Drew Goddard, creador de La cabaña del terror) que, lejos de desentonar, ayudan a consolidar esa sensación encantadoramente onírica.
Otra de sus particularidades son los zombis, ya que no son zombis convencionales. Recuerdan un poco, por su frenesí, a los de 28 Days Later… de Danny Boyle, pero tienen algo más. No parecen luchar por la autopreservación y ni siquiera devoran a la gente por hambre o para poder sobrevivir. Su único objetivo es contagiar de su mal a la mayor cantidad de gente posible, y no importa si en el intento resultan heridos (o, paradójicamente, muertos). Parecen luchar por un objetivo común tácito, que los lleva a cooperar de maneras extremistas y absurdas, y pasan a demostrarle a la humanidad que esta cooperación es lo que le falta a la raza para poder subsistir como especie dominante.


Después de un gran comienzo, y de la visita del personaje de Pitt a Israel, exceptuando algún que otro acierto pasajero (como el de la mujer pelada y sin un brazo que continua combatiendo como fiero héroe de acción, o la escena en la que Pitt se baja una Pepsi en un chivo alevoso y después camina entre los zombis heroicamente con el pelo al viento), la película comienza a caer en una trivialidad de la que le cuesta escapar, se transforma automáticamente en una del montón, y la presencia del mismo Brad Pitt como representante del star system hollywoodense ayuda a consolidar esta noción.
Guerra mundial Z (World War Z, EUA, 2013), de Marc Forster, c/ Brad Pitt, Mireille Enos, Daniella Kertesz, James Badge Dale, David Morse, 116’.

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