“Tengo miedo de que termine ciego y sordo”. “Yo tengo miedo de que termine ciego, sordo y mudo”. “Y yo de que termine ciego, sordo, mudo y enano”. “Yo tengo miedo de que termine ciego, sordo, mudo, enano y puto”. “Y yo de que termine ciego, sordo, mudo, enano, puto y negro”. “Bueno, yo tengo miedo de que termine ciego, sordo, mudo, enano, puto, negro y vote al Frente Nacional”. Esa es la conversación que tienen Romeo y Julieta la noche anterior a que Adam, su hijo de 18 meses, sea operado de un tumor cerebral. Es de noche y están en el hospital, acostados en una cama contigua a la cuna de su hijo, que duerme.

En esa habitación casi a oscuras, Valérie Donzelli consigue resumir esta película en una escena, dos planos y menos de dos minutos. Todo el resto de esta película, todo lo que rodea a esa escena, es exageración. Y justamente eso es lo mejor de La guerre est déclarée: que, desde el título, exagera todo el tiempo. Y que entonces cuenta una historia –la de este Romeo y esta Julieta (en los nombres, claro, también hay exageración)– pero también cuenta que no está contando otras y, entonces, termina contándolas también. Y ahí entra la ironía en este relato que se define en un juego entre lo que es, lo que podría ser y lo que nunca será (pero puede que haya sido, de a momentos). Porque entre lo que cuenta y no cuenta, pero termina contando (en la voz en off –bañada de clichés-, en las líneas y las formas de sus personajes –plagados de comedia–, en el entorno de los protagonistas –invadido por el drama–), sucede esta película que se entrega todo el tiempo a una lógica para luego abandonarla y saltar a otra que, más tarde, tampoco adoptará del todo.

La guerre est déclarée entra y sale de la Nouvelle Vague, se abraza a Truffaut mientras saluda a Demy y después cruza el Sena para hacerle un guiño a Agnès Varda (con quien Donzelli trabajó en el corto Le Lion volatil) antes de seguir caminando. La guerre est déclarée va y viene, además, del drama a la comedia, de la sobreactuación a la sutileza, de la fiesta al hospital, y del parque de diversiones al divorcio (anunciado, cerca del final, por una voz en off cuyas palabras van en pleno contraste con la escena de la que venimos y con la que acompaña sus palabras). Otra vez: esta película se contradice, se canta, se hace mosaico, se explica y hasta se sobreexplica (muchas veces, en la música; algunas, en la edición o en la cámara en mano) con gracia. Su lógica consiste en ser y no ser pastiche y parodia, comedia y drama, guerra y musical.

Pero, entre toda esa explosión de pedazos existenciales, los personajes de Donzelli son coherentes. Siempre. Romeo y Julieta están construidos con una excelencia tan estable que el dispositivo camaleónico de esta película se mueve sólo alrededor de los protagonistas, nunca los penetra. La pareja (esta pareja) es el eje desde el cual Donzelli sacude este samba que, como el de los mejores parques de diversiones, nos derriba mil veces pero no nos golpea ni una. La guerre est declareé es la historia de una joven pareja en su recorrido (el de los padres y nunca el del hijo), como jóvenes y como pareja, por la enfermedad de su hijo. Pero no es una película de cáncer ni es una comedia sobre cáncer ni es un híbrido entre aquellas dos cosas. Esta película es simplemente, y toda ella, una exageración. Y en eso reside su triunfo. Porque la intención de Donzelli en este (su segundo) largometraje es exagerar las interrupciones de la vida cotidiana en la rutina de un drama que no se acaba porque nos riamos, descansemos o nos echemos a llorar. Para Donzelli, que además vivió algo parecido (este relato se inspira en la enfermedad de su hijo), a la tragedia hay que ponerle el cuerpo de forma exagerada (de hecho, ella protagoniza la película junto a Elkaïm, su marido). Y, entonces, esos Romeo y Julieta que al principio corrían por las calles de París demostrando su felicidad; esos Romeo y Julieta que después corrían para llegar a tiempo, para cumplir con alguien o con algo (algunas escenas están cronometradas y tienen una obvia precisión coreográfica que hasta molesta); esos Romeo y Julieta que, con Adam diagnosticado de un cáncer terminal, dejaron de correr y disfrazaron su quietud de vorágine (un trineo, una montaña rusa, una vuelta al mundo) se instalan en lo que mejor le sale a esta película: la exageración. Y entonces La guerre este déclarée termina con ellos, y su hijo, corriendo en cámara lenta.
La guerre est déclarée (Francia, 2011), de Valérie Donzelli, con Valérie Donzelli, Jérémie Elkaïm, Frédéric Pierrot, 100.

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