* Sobre los planos quietos y silenciosos de gente que fuma en un café, la voz en off de Mario Bellatín plantea un punto de partida. En Viena se ha establecido la prohibición de fumar en bares y cafés y ese elemento, lejos de lo que pudo producir en otras latitudes, se vislumbra como el final de una época, como el último vestigio de una tradición. El relato sugiere una situación de no retorno, como si planteara que ya no solo la ciudad, sino el mundo tal como lo conocemos, va a desaparecer. La transformación de un espacio a partir de una ausencia ya era el tema central de Introduzione all’ oscuro, pero donde antes aparecía la muerte como señal de lo irrecuperable, aquí se traslada a una práctica social, a un ritual de encuentro que perderá una parte de su sustancia. Esas imágenes que vemos al comienzo serían las de los últimos momentos de un mundo en extinción que espera su desaparición definitiva en silencio.

*Pero A Little Love Package no es una película sobre las consecuencias de una resolución administrativa que afecta a un tejido social. Ni siquiera puede arriesgarse la existencia de un hilo narrativo que se articule a partir de ese planteo con alguno de los personajes. Las dos protagonistas –Angeliki y Carmen- solo aparecerán en uno de esos cafés sobre el final y sin ningún gesto que las relacione con ese comienzo. De hecho, más que personajes a los cuales seguir, se convierten en funcionales, en tanto articulan otro planteo que desarrolla la película alrededor de las tradiciones. Ese descentramiento narrativo –en tanto se genera una discontinuidad manifiesta no solo en el recorrido de los personajes, sino en los espacios en los que se mueven- que a veces se conduce a partir de Angeliki y Carmen, permite que la “historia” no distraiga del objetivo. Si se lo piensa, la “historia” de los personajes puede resumirse en pocas líneas: Angeliki busca un departamento para comprar, sin que ninguno parezca convencerla; Carmen la acompaña en su búsqueda y luego parte hacia la casa de su padre enfermo, donde la esperan los reclamos de sus hermanas.

* En todo caso, las acciones que involucran a los personajes ponen en escena la tensión entre pasado y presente, en la forma que adquiere la persistencia de las tradiciones ante el avance de la modernidad. La mención a los departamentos que visitan Angeliki y Carmen –que permanecen, salvo en el último caso, fuera de campo- ponen el acento en los elementos que parecen salirse de una lógica de la totalidad. Las construcciones que ven son, en todos los casos, antiguas, pero las observaciones remiten a detalles mínimos (decoraciones, azulejos, pisos, tamaño de alguna habitación) que Angeliki percibe como obstáculos para la compra. Es Carmen la que puede tomar distancia para señalar que lo central es la construcción original o la ubicación en una zona específica. Hay un momento en el cual la contradicción del planteo de Angeliki se revela de manera particular. Carmen le pregunta en qué zona de la ciudad prefiere buscar y le menciona, entre ellas, el Boho Chic, que Angeliki descarta. Entonces, invierte la consulta y le plantea si le gustaría una zona donde haya museos, bares, espacios culturales, lo que genera el interés de Angeliki, que dice que sí. “Eso es el Boho Chic” le dice Carmen, remarcando el desfasaje entre un pasado que se pretende puro y la invasión de elementos –aunque más no sea enunciativos- que han modificado el paisaje.

* Ante la posible pérdida de un rito, lo que se sostiene es la persistencia de otras tradiciones. Lo que no conlleva en sí mismo la celebración del pasado como tal. La tradición y el pasado se muestran como parte de una relación más personalizada, un contacto más cercano con personas y objetos. El presente aparece como una irrupción molesta, una invasión que en principio no encuentra forma de relacionarse con lo tradicional (los drones, el barquito manejado a control remoto, ambos como señales de una tecnología que interfiere). Una ruptura manifiesta (el auto deportivo atravesando la ciudad de noche y quebrando su tranquilidad silenciosa) o un elemento curioso, una suerte de objeto no identificado descendido en la ciudad (Angeliki mirando el mismo auto estacionado, mientras en la banda sonora se escuchan los cascos de caballos que arrastran algún carruaje en fuera de campo). La sensación de que el presente viene a romper con una idea de vida, de mundo, de ciudad.

* El pasado le contesta al presente, donde parece residir toda novedad. Alcanza con la mención a la primera reacción nuclear en la naturaleza, dos millones de años atrás. O con la mención al meteorito caído en Marruecos, en un tiempo indefinido. Que también instala la cuestión monetaria. La posibilidad de volverse ricos por un pedazo de piedra caída del cielo, cuando en verdad solo tiene un valor científico y no económico. La imagen de la colección de piedras en el museo lo remarca. Se exhiben, no se venden: son parte de un pasado desconocido, señales, marcas de una historia. Lo económico es, en todo caso, una obra, una construcción, no la naturaleza (aunque a Carmen le sirva para lavar su culpa por la distancia con su padre y a su hermana no le alcance para pagar la escuela de su hijo). Hay algo antinatural, algo muerto en el dinero, que se pone de manifiesto en la escena en que se envasan al vacío los billetes: es algo que no puede conservarse por sí mismo, sino que se degrada. La diferencia se vuelve a remarcar: las monedas de oro persisten, resisten el paso del tiempo, su materialidad es otra, se percibe su peso, se la puede palpar. Persisten en la mano. Los billetes en cambio se ponen uno sobre otro en una mesa. O se envasan al vacío para que duren un poco más.

* Ya se dijo: no se trata de celebrar el pasado. Se trata de sostener aquello que no debería cambiar en tanto implica otras calidades de vida. Cuando la niña prefiere la enseñanza particular que le brinda una profesora de piano antes que la impersonalidad de un conservatorio, parece estar trayendo una carga genética, una historia que implica un acercamiento diferente a la relación con el mundo que la rodea. Parte de esa visión se va a multiplicar en pantalla, como parte del engañoso recorrido de los personajes, que no es más que la mirada del director (en la que conviven también, tradición y modernidad, en la forma en la que su cine recuerda por momentos a Bresson, en otros a Manoel de Oliveira y en otros a Kiarostami). Alguien que dibuja el contorno del pie y mide, para hacer zapatos a medida. Una persona que remonta un barrilete, solitario, en el parque de un complejo de edificios. Otra que da vuelta, una por una, las hormas de queso estacionadas que esperan el momento de su maduración. Otro cuenta la historia de un café que perteneció a cuatro generaciones de una misma familia. Uno que cuenta cómo prepara los huevos que desayuna diariamente. Una niña que abre una caja de chocolates que comienza a comer en la ventana del rellano de una escalera. El padre de Carmen que saca a pastar a sus cabras y las ordeña a mano. Todo ello está surcado por el tiempo, por una duración que se prolonga más allá de la velocidad y donde se pone de manifiesto lo artesanal. El cierre de esa secuencia de elementos es un retorno al comienzo. De nuevo, sin que sepamos si estamos otra vez en el final de época, vemos gente fumando en los bares y cafés. De fondo suena “It’s a wonderful life”. La canción, como declaración de principios: la vida enmarcada en esos elementos es maravillosa en tanto resiste el avance de la modernidad que arrasa con todo. Y a la vez, se vuelve punto de contacto entre presente y pasado: una canción pop que contiene a las tradiciones. Como ese barquito, en el final, que navega solo, llevando encima una tradicional cajita de chocolates.

A Little Love Package (Argentina/Austria, 2022). Dirección: Gastón Solnicki. Fotografía: Rui Poças. Montaje: Alan Martín Segal. Elenco: Angeliki Papoulia, Carmen Chaplin, Mario Bellatin, Han-Gyeol Lie, Nikolaus Weidinger, Ernst Skarpil, Daniel Margulies, Michael Chaplin, Dolores Chaplin, Pedro Colletta, Alma Sutterlüty. Duración: 81 minutos.

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