el-arrullo-de-la-aranaEl arrullo de la araña, la nueva película de Campusano, es y no es igual a Placer y martirio, su película anterior. Es igual en cuanto a la exhibición de un tema particular dentro de un ámbito reducido, esta vez una ferretería del conurbano, pero es distinta en cuanto a los modos de representación. Si el problema de Placer y martirio era la utilización de actores que no tenían que ver con la clase que la película representaba, lo cual hacía que cada escena se resintiera y perdiera solidez narrativa, cosa que no sucedía en ninguna de las películas anteriores, ahora esos parlamentos vuelven a ser pronunciados por personas que realmente habitan esos espacios. Pero aun así hay algo que no cierra, que no llega a ser del todo auténtico.

El motor para el maltrato y el sometimiento vuelve a ser la insatisfacción personal, el deseo reprimido, pero a diferencia de Placer y martirio, donde ese tipo de relaciones estaban vinculadas a un placer de índole corporal, y si bien acá la tensión sexual -más información que la película brinda que otra cosa- se deja entrever por los dichos entre el patrón y uno de los empleados, es la misma superficialidad de los diálogos la que elude la resolución del conflicto.

Un travelling inicial en plano detalle agiganta la figura de una araña que camina sobre las rejas de lo que parece ser el mostrador de un negocio, simulando una especie de prisión diurna. Allí ya están presentes los temas y la forma en la que van a ser mostrados y desarrollados los personajes. Abundancia de primeros planos y reducción del espacio para generar la sensación de ahogamiento.

El cine de Campusano parece volverse más asfixiante que nunca porque, si bien en Placer y martirio había una situación similar de sometimiento y encierro, el exterior, los viajes, los negocios, eran parte de la fantasía a la que se entregaban los personajes, aun cuando la situación entre ellos no variara en lo más mínimo.

Hay otro aspecto nuevo o al menos más evidente que en otras oportunidades: los fundidos a negro o encadenados que fragmentan la sucesión de las escenas, la puerta de salida que se oye abrirse en fuera de campo y el empleado que se va, mientras que uno de esos fundidos deriva en un plano breve y frontal, ya característico del director, que avanza hacia el interior del local remarcando así la imposibilidad de salir de ese espacio. Allí El arrullo de la araña pierde fluidez y se vuelve repetitiva.

En la escena del reloj detenido la película expone su tema y su tesis. Es donde aparecen los problemas más graves. Porque la idea, a esta altura para nada novedosa, de que tanto jefe como empleados están atrapados por igual en una relación de dependencia laboral no agrega nada a la puesta en escena, por momentos lograda a partir de la iluminación (que no es otra que la de los tubos que cuelgan del techo del local, son apenas dos o tres las escenas exteriores en las que se ve la luz del sol), pero reducida por la extensión de los diálogos que, lejos de reflexionar y volverse contundentes, le quitan esa brutalidad, esa exposición en carne viva de los hechos, tan propia del cine de Campusano.

spinne-festival-plata-3453454Los cuatro o cinco momentos donde se expone el drama de la situación laboral introduciendo en la voz de los empleados relatos de orden histórico sobre la explotación y la desigualdad son los más flojos. No porque esas personas no puedan acceder a informarse (incluso uno de ellos ha estado trabajando varios años en Europa como artesano y sabe que tanto allá como acá las instituciones explotan y matan gente), sino porque pareciera que la película necesita a cada rato dejar bien en claro la situación en la que se encuentran los protagonistas, cosa que para el espectador medianamente informado no es nada nuevo.

Después de cada situación de conflicto El arrullo de la araña reflexiona, pero todo el tiempo trata de eludir cualquier tipo de violencia que no sea verbal. La escena del empleado boliviano que se enfrenta a su jefe amenazándolo con una pala queda reducida apenas a un gesto inútil que no cambia en absoluto el estado de las cosas y la escena final confirma esta idea. La decisión de apoyarse en la declamación discursiva, casi infantil, antes que en la degradación, tanto física como psicológica, de los cuerpos es lo que hace de El arrullo de la araña una película repetitiva y hasta agotadora por momentos.

Este nuevo salto al vacío de Campusano no es feliz, pero es valorable. Sus películas son siempre difíciles de encasillar y eso es un rasgo positivo de su obra, aunque esta vez no es demasiado lo que hay de nuevo para ver. Y uno empieza a extrañar la ferocidad casi inabordable al tiempo que ineludible de sus películas anteriores, donde lo aterrador del mundo se nos revelaba tan desconocido como cercano a nosotros.

El arrullo de la araña (Argentina, 2015), de José Celestino Campusano, c/Carlos Benincasa, Kiran Sharbis, Mauro Altschuler, Rubén Serna, Víctor Martín, 80′.

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