At-Berkeley-posterPor Marcos Rodríguez

En Berkeley. La frecuencia y la cantidad de películas que dirige Wiseman (así como la utilización constante de los mismos métodos) ayudan a volver transparente (posiblemente, uno de los objetivos del propio Wiseman) lo que es poco menos que un milagro: la claridad, la simplicidad, la precisión con la que retrata instituciones complejas, enormes, ambiciosas. Todo parece sencillo y evidente mientras uno mira una película de Wiseman, pero el trabajo que conduce a esa superficie diáfana es enorme. En este caso, el Festival de Mar del Plata proyectó En Berkeley, la investigación que hace Wiseman de la prestigiosa universidad de California, Estados Unidos; un documental de cuatro horas de duración, que se vive siempre intenso, no solo durante las discusiones académicas, sino incluso, por ejemplo, en la secuencia perfectamente montada en la que vemos cómo los obreros echan cemento para una obra en lo que parece un estadio deportivo. La multiplicidad infinita, conformada por detalles siempre fundamentales, es la forma de Wiseman.

Claro que esa objetividad de la cámara (planos fijos con encuadres siempre equilibrados que registran espacios o planos medios que van siguiendo discusiones grupales con una cámara que debe moverse para seguir el flujo del momento) no esconde el trabajo del montaje: Wiseman trabaja en En Berkeleycon dos objetivos evidentes: por un lado retratar la multiplicidad de actividades que se llevan a cabo en la universidad (con una selección perfecta de diferentes momentos en aulas de las disciplinas más disímiles, incluso con fragmentos de obras de teatro o ejecuciones musicales, con encuentros políticos, siempre cargados de diálogo) y por otro retratar la vida administrativa de este gigante universitario (con diferentes reuniones de autoridades, que discuten desde cuestiones presupuestarias hasta políticas generales institucionales y nuevos procedimientos de control policial para el campus). Este segundo elemento está marcado por un tema que lo atraviesa casi como una trama (y que a su vez se proyecta como una sombra sobre toda la actividad de la universidad): el problema del recorte de presupuesto por parte del estado de California, la lucha de las autoridades por mantener trabajos y estándares de educación, el problema de la educación pública y las implicaciones de una política que cada vez presiona más por privatizar el acceso al conocimiento.

Fascinante, atrapante, múltiple y clara, En Berkeley es una prueba más de la maestría sin fin de Wiseman, que no por frecuente es menos maravillosa.

En Berkeley (EUA, 2013), de Frederick Wiseman, 244′.

La_batalla_de_Solf_rino-164693629-largeLa batalla de Solferino. En una de las presentaciones de la opera prima de Justine Triet se habló de una nueva Nouvelle Vague (nouvelle nouvelle) que se estaría dando por estos días en Francia. Todos los que participaron de la película eran jóvenes, filmaban conflictos de jóvenes de una manera juvenil. Al margen de lo que significa invocar la Nouvelle Vague en Francia y de que muchas veces se habla porque de algo hay que hablar, La batalla… tiene muchos puntos en común con otra película francesa joven que pudimos ver hace poco en los cines de Buenos Aires (aunque en realidad es del 2011): Declaración de vida (La guerre est declaree). Ambientadas (encerradas) en la vida de jóvenes de treinta y pocos, lanzadas a recorrer espacios (mucha calle en estas películas), atravesadas por conflictos privados que se rozan con los espacios de lo público (en Solferino… con la política nacional, en Declaración… con el sistema de salud pública), marcadas por el ritmo de una música pop brillosa y divertida (aunque con un uso más complejo y variado en Declaración…), plagadas de cámara en mano, de cierta idea de urgencia política pero a la vez de cierta idea de urgencia por narrar de forma sincera lo íntimo sin restricciones, estas dos películas reflejan una sensibilidad nueva (no necesariamente nueva, sino generacional).

La batalla de Solferino refleja (a través de un registro documental, capturado el 6 de mayo de 2012, día en que resultó electo Francoise Hollande) un cierto despertar de la política. Después de los largos años de gobierno de Sarkozy, la izquierda francesa parece salir de su letargo. Por sobre esa ebullición flota la historia de Laetitia, sus hijas y su ex marido: un conflicto privado que se enmarca dentro de la historia nacional (y que fue filmado en buena parte durante el día de la elección). El pulso es ágil, hasta agotador y la película deja un cierto agotamiento vital (incluso a pesar de su segunda mitad, más relajada e intimista, con una breve e innecesaria reflexión sobre el “arte total”).

Sin embargo, hay algo de ese supuesto entrecruzamiento entre lo público y lo privado que resulta sospechosa y generacionalmente superficial: la historia de separación entre esta chica y su ex marido transcurre con un telón de fondo, pero bien podría haber transcurrido con cualquier otro. La voluntad de registrar los hechos de ese día puede resultar más o menos intrigante como apuesta cinematográfica, pero de ninguna forma involucra a sus personajes, más allá de un simple compromiso laboral. El mitín político no despierta sentidos políticos, sino que parece apenas proporcionar un marco de caos controlado para introducir una cierta “vitalidad” en lo que de otra forma no sería más que un típico drama intimista francés (con gente joven, cierto, con menos declamación que en otras generaciones).

La batalla de Solferino (Francia), de Justine Triet, c/ Laetitia Dosch, Vincent Macaigne, Arthur Harari, 94′.

DBDY_Intl_1SHTrinking Buddies. Esta película de Joe Swanberg (nombre clave del mumblecore) era la película que más se acercaba dentro de la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata a un cine mainstream, así como es la primera película de Swanberg que se acerca al cine de grandes estrellas y grandes nombres. Protagonizada por Olivia Wilde (una cara más reconocida por su trabajo en televisión, si bien ya tuvo varios papeles en cine) y Jake Johnson (otro nombre más de la televisión que del cine), Drinking Buddies es algo así como una comedia romántica atravesada de realismo generacional. Sin los lugares comunes del género, pero con un tono general amable, amigable, reconocible, la película se dedica más a seguir a sus personajes (de los que está enamorada) que a cubrir los puntos rigurosos de una trama bien trabada. El resultado no es necesariamente innovador, pero sí de una claridad envidiable, con personajes que se sienten cómodos entre ellos, en sus espacios, en la pantalla.

Buena parte del realismo, del encanto de la película se debe a su tratamiento de la figura de Olivia Wilde (columna vertebral de la película), una presencia y una cara que parecen hechos para la idealización, para la gran estrella (como se la pudo ver, por ejemplo, en Thron: El legado y recientemente en Rush: pasión y gloria), pero que en Drinking Buddies se muestra con la mayor de las naturalidades, sin maquillaje, sin ropas de diseñador, sin refinamientos (con eruptos y despatarramientos incluidos), como una más de los pibes que trabajan en una cervecería y se la pasan chupando y jugando a las cartas.

El gran secreto de Drinking Buddies es el amor evidente que transmite por la cerveza, por sus actores y por sus personajes.

Drinking Buddies (EUA, 2013), de Joe Swanberg, c/ Olivia Wilde, Jake Johnson, Anna Kendrick, Ron Livingstone, 90′.

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