Omar es un joven palestino. Esto supone que su vida diaria está marcada por conflictos y elecciones vitales distintos a los de muchos otros jóvenes de cualquier lugar del mundo. Omar y sus amigos: Tarek, el líder, el más ligado a los movimientos de resistencia; y Ajmad, el payasesco, el que a pedido de Nadia, la hermana de Tarek, imita con gracia a Don Vito Corleone, se comprometen definitivamente con la causa palestina cuando matan a un soldado israelí en un atentado. Tal hecho hace más sólida la amistad entre los tres.
Assad no se detiene a pontificar razones políticas, igual que en El matrimonio de Rana, una de sus películas anteriores (una comedia sobre los contratiempos de una joven palestina para llegar a la ceremonia de su casamiento atravesando una y otra vez las murallas y bloqueos israelíes) en Omar deja en claro que estos jóvenes viven en guerra, que el enemigo es Israel, que la vida cotidiana de ellos consiste en saltar de un lado a otro y clandestinamente la muralla que los separa del enemigo; también preparar y ejecutar atentados y resistir las torturas físicas y psicológicas que sufren de parte del ejército israelí como si fueran un trastorno cotidiano. La descripción del día a día palestino es dura y directa, sin subrayados. Omar es una película política. Pero no es una película de denuncia.
Lo esencial del relato no es la lucha y la represión; en su núcleo viven en cambio las historias de siempre: el amor, la traición, la amistad, las elecciones afectivas que comprometen de un momento para el otro la vida entera. Lo importante es la amistad de los tres jóvenes y el amor que Omar y Ajmad sienten por Nadia. En todo caso la estrategia para el combate militar se parece a la del amor y el taimado Ajmad tiene en claro, como su admirado Vito Corleone, que no se deben mezclar los sentimientos con los negocios, error que, como Sonny o Michael en la saga de El Padrino, involucra tanto a Tarek como a Omar. Allí es donde el drama se encamina a su destino final, en donde la traición, el amor y la lucha adquieren otra vez un sentido colectivo, ahora sí político, más denso, más doloroso porque lo hemos aprendido desde las vidas de un grupo de hombres y mujeres que han tomado decisiones individuales, decisiones que incidirán sobre su vida y su muerte. Eso, también, es política.
Aquí puede leerse un texto de Gustavo F. Gros sobre la misma película.
Omar (Palestina, 2013), de Hany Abu-Assad, c/Adam Bakri, Samer Bishara, Eyad Hourani, 97′.
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