La edición en DVD de Venuto al mondo como Volver a nacer es una buena razón para hablar de Sergio Castellitto, un italiano narigón de ojos saltones que desde hace veinticinco años es la encarnación cinematográfica de la inquietud. Tanto es así que la segunda película que dirigió, estrenada en nuestro país en 2004 como Un loco amor, en realidad se llama Non ti muovere (No te muevas, 2004), imperativo que nadie cumple nunca en sus ficciones, lo tengan delante o detrás de cámara.
El zumbido de una mosca sería su banda sonora de acompañamiento ideal, pero no para ligarlo a la molestia sino al deseo sin objeto en el que posarse, menos pesado para el hombre que para el insecto. En La hora de (la) religión de Marco Bellocchio, su personaje repite varias veces que tiene que irse mientras los tentáculos viscosos de la ex mujer, la madre muerta, la locura, y la iglesia lo rodean sin éxito. En El director de bodas, también de Bellocchio, la discontinua puesta en escena se vale de la insania psíquica para entreverarle el sentido a los espectadores. La importancia del montaje disruptivo y rítmico de Non ti muovere debió estar moldeada por esas dos colaboraciones con el director de Vincere. La variación del punto de vista, sumada a la intriga amorosa por entregas a través de flashbacks, hace de su segunda película como director un laboratorio de experimentación narrativa popular.
Venuto al mondo es muy inferior a Non ti muovere, pero confirma que le interesa contar historias sentimentales en marcos sociohistóricos de trazo grueso y con las mismas arrolladoras ganas de alguien como Giuseppe Tornatore, para quien protagonizó allá por 1995 una de sus mejores películas, Fabricante de estrellas (L’uomo delle stelle). De nuevo el nomadismo es la marca característica de su personaje, un saltimbanqui que toma pruebas de cámara a los campesinos del norte de Italia en la segunda post guerra mundial.
Parte del ninguneo que la cinefilia ‘ilustrada’ mundial siente hacia el cine popular italiano tiene que ver con el rechazo fóbico de la ingenuidad que en ellas se exhibe –verosímil en muchos de los personajes, simulada en muchas de las puestas en escena- y que pone a prueba la voluntad para despojarse de prejuicios culturales y manipular los sentimientos sin pudor . En Castellitto ambas virtudes toman cuerpo gracias a su naturaleza de clown, ese ‘triste payaso italiano’ del que Jacques Rivette destacó su intervención salvífica, en tanto terapéutica, desde la mismísima primera escena de 36 vues du Pic Saint-Loup en la que aparece de la nada en medio de una ruta desierta, repara el auto de Jane Birkin sin decir una palabra y se va. La actriz también hace un cameo en Venuto al mondo, y su voz doblada como la de varios otros intérpretes de este largometraje que incluye a bosnios, turcos (Saadet Aksoy, protagonista de Huevo, de Semih Kaplanoglu), italianos, españoles (Penélope Cruz también fue la protagonista de Non ti muovere) y estadounidenses de ficción y de verdad, pone una distancia que Castellitto apuesta a superar a través de la dimensión dramática del marco histórico –el asedio a Sarajevo- y la peripecia telenovelesca llena de vaivenes pasionales que habilita lecturas ideológicas que no vamos a hacer ahora. La irresponsabilidad, si hubiera tal, del Castellitto director consistiría en que la puesta en escena de sus películas participara de la conciencia histórico superficial o nula de sus personajes, una especie de cualunquismo progresista emocionalmente arrebatado. La actualización de la tragedia por el melodrama podría señalar hacia un orden trascendente que en ninguna de sus dos películas sería institucional, o bien tratarse de una pura inmanencia deseante, así como el uso de las cruces parecen estar menos ligadas al cristianismo concreto que a la dimensión de la creencia.
Me gustaría ser italiano para saber qué sentiría yo ante el espectáculo de la pasión surgida entre un cirujano y una chica que vive en un lugar que podría ser una villa miseria si se hubiera filmado en Argentina, así como me gustaría ser coreano para experimentar mucho más cercanamente la intensidad de la relación que mantienen un tratante de blancas morocho y una universitaria en el Bad Guy de Kim Ki-duk. En las dos películas que Castellitto dirigió, basadas en novelas de su esposa Margaret Mazzantini adaptadas por ella misma, el cuerpo es amo y señor y la maternidad –la concepción, el embarazo, la pérdida, el parto- un traumatismo, así como en ambas está presente la violación, que en Non ti muovere se preña de ambivalencia a través del montaje. Las dos películas usan también muchas canciones populares, recurso que requiere capital financiero y es fascinante porque plantea una cercanía inmediata con el espectador que puede generar apasionados rechazo o aceptación. El nombre y hasta la imagen de Buster Keaton aparecen en Venuto al mondo, y es digna de notar cierta familiaridad fisonómica entre el estadounidense y el italiano, mucho más evidente en esta película a través de su hijo, que es flaco y no se ríe debido a las circunstancias dramáticas. Puede que el parecido obedezca menos a similitudes biológicas que a la formación profesional. Como buen payaso, la cara de Castellitto también es una máscara. Su sonrisa, sin embargo, es significativa como pocas, especialmente porque para Belocchio ha sido y es un signo fundamental de rebeldía, si no de la íntima libertad del sujeto, esa terrible potestad de elegir infierno o no elegir ningún lugar fijo. La sonrisa, como casi toda otra acción protagonizada por Castellitto, suele aparecer o desaparecer abrupta y velozmente. Es un rayo, una ráfaga, un relámpago que, si no dura, impresiona e instala la promesa de una nueva irrupción. Energía incesante y discontinua como la de las películas de y con Pialat, que hizo de la movilidad un manifiesto vitalista desesperado. En Venuto al mondo, Castellitto le hace decir a un personaje que la historia debería ser filmada por un comediante, expresando así el programa conceptual de esta película que no consigue cumplirlo con eficacia porque él mismo casi no actúa en ella, porque Penélope Cruz no hace de payasa, como sí lo hacía en Non ti muovere, y porque Emile Hirsch no lo es. En cambio Non ti muovere, que sí lo tiene como protagonista, es un fabuloso melodrama clownesco en el que la lucha de clases es también lucha de sexos, presencia del cuerpo, tensión de la diferencia que garantiza la vida en el reconocimiento, así sea agresivo, del otro.
Cuando en los setenta el cine estadounidense se acercó a Italia por intermedio de Coppola, Scorsese, De Palma o Carpenter (estos últimos, lectores sagaces, cromáticos y políticos del giallo), o cada vez que Friedkin pone en escena su ética de la crueldad (Killer Joe, para no ir más lejos), la pantalla nos devuelve un reflejo de la realidad material y física más fiel cuanto más grosero, al lado del cual empalidecen independientes (que poco y nada tienen que ver con el griego Cassavetes ni con ese otro griego intenso y atormentado que fue Elia Kazan) y afrancesados varios. Estos últimos pululan en todas las latitudes y al menos los nuestros no parecen darse cuenta de que su condición burguesa carece de la naturalidad macerada durante siglos de la de los parisinos, y de que imitarla es de caretas (estéticos), de canallas (éticos), de reaccionarios (políticos) o, en el mejor de los casos, de diletantes excepcionalmente dotados para la retórica (ahora no se me ocurre ninguno).
Volver a nacer (Venuto al mondo, Italia/España, 2012), de Sergio Castellito, c/Penélope Cruz, Emile Hirsch, Adnan Haskovic, Saadec Aksoy, Pietro Castellito, 127′.
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