Carlos (Germán Da Silva), que tiene un pasado militante peronista, trabaja desde hace varios años en la cooperativa de un pueblo rural, como encargado de un equipo de electricistas. Nicola (Sergio Podeley) es su joven ayudante, fanático de las historietas, principalmente nacionales, a las que lee de la biblioteca del marido de la mujer con la que coge. Esto continúa más o menos así hasta que Carlos recibe el llamado de uno de sus viejos compañeros de militancia y hasta que Nicola conoce a Victoria (Verónica Gerez), la nueva productora en la radio local, recién llegada de Capital.

Estamos en vísperas del diciembre fatídico de 2001 y todo lo que sucederá después: el corralito, el helicóptero, los muertos, las cacerolas, los cinco presidentes, el que-se-vayan-todos, el fuego en las calles, el caos. Y como en una tragedia anunciada, en estos últimos días antes del quiebre se percibe la calma antes de la tormenta, y el tironeo hacia ese destino que es, otra vez, la Capital.

A la distancia, todo es rutina, todo es letargo. Es algo que no termina de suceder. Es temor a perder el empleo, es rememorar tiempos pasados de glorias perdidas o presentes que no parecen conducir a ningún lado. Nicola se engancha con Verónica pero se siente incómodo cuando ella le cuenta que tuvo una pareja mujer antes de estar con él. El pueblo mismo se presenta tan conservador que, ante la lectura de un texto provocativo de Guillermo Saccomanno, a Victoria la echan de la radio. Después, situaciones sueltas: un ganadero que reclama que le paguen las vacas que se le electrocutaron como una alegoría bastante subrayada del abuso de los poderosos o unos chorros de cables eléctricos que Carlos echa del pueblo en una secuencia nocturna estilo western.

El compañero de militancia sigue llamando, Verónica se vuelve a la Capital. Nos enteramos de que el hijo de Carlos vive afuera, también lo vemos transar con los delegados sindicalistas ante el temor de que todos en la cooperativa pierdan el empleo y tras un sueño con bofetazo por renunciar a un busto de Evita, Carlos siente que tiene que reencontrarse con su pasado, es decir, con sus valores olvidados/dormidos/domados.

Algo de esto ya aparecía en el comienzo, en una escena en la que se enfrenta con un sindicalista por las instalaciones venidas a menos del hotel de Luz y Fuerza. El sindicalista se presenta pusilánime, comiendo un sándwich y llamando a las autoridades para que lo defiendan de los gritos de Carlos. “No somos tan distintos” le dice, y cuando Carlos transa parece que tiene razón. Pero Carlos quiere demostrarse que no es así. Haciendo caso a su mujer que le insiste -y que también está podrida de vivir en ese pueblo desde que huyeron de la ciudad por razones políticas y para cuidar, sobre todo, al hijo que ya no vive acá-, decide ir a la juntada de sus ex compañeros en Capital. Capital llama nuevamente, como un imán de decepción. Nicola se prende en el viaje para visitar a Verónica.

En el bar, los exmilitantes son ahora empresarios, exportadores, importadores, otra cosa. Muchos daban por muerto a Carlos y cuando llega, y ven su fracaso, comienzan a hacer una parodia de su propio pasado. Nada sirvió. “Digamos boludeces” dicen -enfatizando el vínculo con el libro de Feinmann- y empiezan a citar preceptos peronistas, sueños de militancia que se volvieron una farsa.

Nicola encuentra a Verónica, pero no está sola. Está con una chica. La presenta como su pareja.

Carlos se pudre de las risas. Les pega unos gritos.

Nicola y él vuelven, cantando el himno de Luz y Fuerza por las calles oscuras.

De la Rúa declara el toque de queda.

Y en ese momento es que notamos que este paralelismo se siente algo forzado, porque no termina de funcionar la relación Pueblo-Capital con la situación política del momento en el que se decide enmarcar la trama. Se pueden hacer analogías, quizá, con el presente y el estado del peronismo, el radicalismo, posterior kirchnerismo y con el macrismo (tiempos en los que se pergeñó la película y se realizó). Es lógico que se lo retome, además, siendo el evento que marcó a esta generación. Pero la alegoría no termina de cerrar, las viñetas siguen estando demasiado separadas. Carlos está frustrado, Nicola está perdido, pero ¿son ellos el estallido, la causa, la consecuencia? ¿Víctimas o victimarios? ¿Parte del problema, esbozos de la solución? ¿Un punto final, un nuevo comienzo?

El subrayado de algunos momentos no termina de empatar con la sutileza de otros, que hace dudar cuán claro es lo que se quiere decir o cuánto es una intuición de una idea que no se termina de articular.

La película, intencionalmente o no, queda empantanada en el letargo bucólico del Pueblo, por más que prometa un estallido social que apenas se da en off.

Calificación: 6/10

Tomando estado (Argentina, 2020). Guion y dirección: Federico Sosa. Fotografía: Alejandro Reynoso. Montaje: Laura Palottini y Alberto Ponce. Elenco: Germán de Silva, Sergio Podeley, Verónica Gerez , Chang sung kim, Federico Liss, Elvira Onetto, Malala Olivares, Emilio Bardi. Duración: 83 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

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