Grúa subrepticia. El primer plano de Va savoir, después de los títulos con letras blancas sobre fondo negro y ensayos musicales intermitentes, deja ver la presumible silueta de una mujer iluminada por un reflector y dirigida por la voz de un hombre. La distancia entre la cámara y la silueta varía a medida que aquella se aleja y baja, de modo que, cuando se encienden las luces del teatro en el que transcurre la escena, nos damos cuenta de que asistimos al prodigioso enmascaramiento de una toma con grúa. Me recuerda el comienzo de El, cuando Buñuel retira la cámara de la iglesia disimulándola entre la multitud. O lo que hace Jacques Becker en Grisbi cuando la mete en el decorado de un pasillo y apenas si la levanta para realzar las espaldas de Jean Gabin. En los tres casos percibo elegancia, eficacia económica, una especie de buen gusto que procura evitar la vulgaridad de la panorámica espectacular, así como una percepción diferenciada de los espacios cerrados que nos sitúa en otra dimensión de lo cotidiano habitable. El pasillo de Becker será el umbral de una explosión violenta, la iglesia de Buñuel acaba de ser profanada por la más voluptuosa de las misas, y el teatro vacío de Rivette no se nos abre a la obra sino a su ensayo entre tinieblas.
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