10552563_1452451008351545_6968859255874810509_nAtención: Se revelan datos importantes del argumento y la resolución de los distintos episodios.

Gustavo Gros: ¿Cómo andás? ¿Viste Relatos salvajes?

Marcos Vieytes: La vi ayer, me aburrí, hasta ahora no tuve ganas de pensar algo sobre ella. ¿Vos?

GG: Yo la ví ayer también y me sacó de quicio. No porque sea «buena» o «mala», sino por esa canchereada de creerse más inteligente que el público que va a verla. Lo que más me chocó de la película es su inconsistencia estética, su cobardía a partir de esa inconsistencia; el tipo tiene una visión de las personas bien particular: son todas unas mierdas. No importa la clase social o el género, el jardinero es igual de mierda que el padre del chico; y lo expresa con una crueldad y crudeza absoluta. Sin embargo, apenas se pone «serio» en esta visión, intenta descomprimir con un «humor negro» berreta, onda “no se tomen tan en serio al gordo cagándote el auto, o tómenselo como algo gracioso más que patético”.

MV: Lo único que ligeramente me estimula es la posibilidad de compararlas con las películas italianas en episodios porque esas películas, con su mezcla de apariencia realista y discurso sociopolítico más o menos explícito, me parece el más claro antecedente de esto. Un par de diferencias que se me ocurren de inmediato: en varias de aquellas, como en Los monstruos, el grotesco era evidente, a menudo por la vía de las actuaciones, y ponía una distancia mayor con la realidad que en ésta, cuyo costumbrismo no consigue ser satisfactoriamente distanciado por el referente de los géneros estadounidenses. La otra es que aquellas corrían a la realidad por izquierda, a menudo moralista pero por una izquierda no pocas veces comunista, y éstas desde una moral lisa y llanamente pequeño burguesa. Una tercera, podían ser verdaderamente oscuros. Con Relatos salvajes sentí que estaba viendo una ficción de Telefé en pantalla grande: aire de cartón piedra, propuesta progre, diálogos de papel.

GG: Szifrón siempre vendió comedias ligeras matizadas con un supuesto «humor inteligente», pero que no dejaban de ser comedias familiares. Acá el tipo se pone oscuro y cuando más oscuridad alcanza, recula y quiere volver a «lo cómico» como sea. Por eso los diálogos son de papel, extraídos de una traducción mexicana de película de Hollywood (que el personaje siniestro de Cortese hable del FBI para dar un ejemplo de autopsia es un buen/mal ejemplo de ello) que tiende a descomprimir lo que la historia misma comprime.

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MV: Ese problema está instalado desde el vamos por el «salvajismo» invocado desde el título; una declaración como esa compromete mucho a la película, que no está a la altura. Ni la escatología ensucia; a la película no le da ni para cagar en serio.

GG: Eso es lo que quizás me jodió tanto: «lo trucha» que es la película, lo traicionera.

MV: Ése es el término: «trucha», pero ¿le da el piné a una película trucha para ser una película traicionera? Para mí es una estafa de poca monta, un engaño de verdulero con el peso, un vuelto mal dado. Para mí sería más traicionera la caja de resonancia: Cannes, los medios, aunque ya sabemos desde hace mucho que su lógica es la de la publicidad, y también es cierto que la película no es una película sino una publicidad.

GG: Le da el piné por todo lo que la rodea y rodeó: se habla de «la película del año», vino de Cannes con todas las pompas, los medios y la publicidad alrededor de ella son desbordantes. Creo que le da por eso, por el armado alrededor.

MV: Lo de Cannes me tiene podrido, lo organizan entrenadores de animales marinos y asisten focas amaestradas. Relatos salvajes es nuestro primer gran mainstream: mucho alrededor de nada. Ni las de Campanella están así de vacías.

GG: Mucho alrededor de nada, y la película traiciona esa nada truchándola: esa es la petulancia de Szifrón que no me banco. El tipo sabe que está vendiendo espejitos de colores y se caga en la gente que los compra, onda «problema tuyo si los comprás».

MV: Vos decís que no se hace cargo de esa nada, ¿y si cree que hay algo profundo ahí?

GG: Bueno ¡ahí está mi conflicto! Para mí no, no cree una mierda que haya algo profundo ahí:  el tipo sabe que te vende un producto fallido pero te lo vende como lo más de lo más y, si después no anda, es problema tuyo que no lo supiste hacer andar, no de él que te vendió una mierda. El tipo sabe vender muy bien. Y acá vendió pura nada sabiendo que, bien vendida, la compran de a millones. Ayer en el cine había una mina que se descalabraba de la risa con la película y su novio, medio a la fuerza, también. Siento que ambos se reían porque si no lo hacían se sentían medio pelotudos.

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MV: Me hiciste pensar en los reproches de Huston/Eastwood a su productor Spiegel/Dzunsza en Cazador blanco cazador negro cuando le dice “vos no vas a entender lo sagrado porque sólo sos un vendedor de alfombras”. Acá Szifrón sería el director/productor/vendedor de alfombras, el mercader de truchadas al que no le da ni para ser lo políticamente incorrecto que fue Eastwood en esa escena, aún trabajando en el seno de la industria, cuando confronta las concepciones católicas y judías de uno y otro personaje. Porque a esta película no le da ni para ser materia de discusión política. Había oído mucho sobre el «fascismo» del episodio de Darín, y yo creo que es más simpático que nefasto, con la simpatía garca/pícara constitutiva de Darín, campanelliana por Campanella pero también por los Campanelli. Hasta esa explosión está pensada para que no tenga víctimas fatales. Esa es una buena metáfora de la película. Es inconsecuente, salvo para la carrera comercial de Szifrón; pero no tiene nada interesante para decir del país y, contrario a lo que yo creía, tampoco tiene mucho para decir del cine lo filme acá o afuera, porque tiene todo para ser un director global.

GG: Al margen de lo de Szifrón, está bueno que se hable mucho de una película nacional. Con lo de Eastwood diste en la tecla: Clint es uno de los tipos más inteligentes que hay para «vender» una película que sea cinéfila y pochoclera al mismo tiempo. El tipo es muy inteligente para plantear sus concepciones políticas justo en esta juntura. Szifrón no. Szifrón vende humo de principio a fin sabiendo, además, que vende humo. Lo de Darín que decís es así… pero además, el final: la esposa ¿se reconcilia con él después de que se vuelve una suerte de ídolo nacional anarco? O el final de la boda, donde terminan garchando los dos personajes después de haberse arruinado la vida en una noche. Szifrón tira la piedra y esconde la mano rápido. La de Sbaraglia y ese «abrazo» final de los dos esqueletos calcinados.

MV: Mencionás un punto clave: la reconciliación; en realidad, falsa reconciliación que conserva y prolonga el statu quo. Yo lo había notado en el último episodio, que al estar al final tiene un peso simbólico mayor, no en los otros dos casos, pero ¿y en el par que no aparece? Ahora se me ocurre que en los otros dos es un dato previo, el jardinero y la familia de Martínez se llevan bárbaro, Cortese y Julieta también, y las víctimas son sacrificiales, no políticas. Además, Julieta y el hijo del tipo asesinado terminan juntos en el plano. Es la negación de la diferencia y del antagonismo vital.

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GG: Y el detalle de que el «padre» del chico quiere ser político (le muestra su afiche en una tablet). En el de Oscar Martinez, fiscal, abogado, madre, padre, jardinero y esposo de la víctima son iguales… el único que parece arrepentido es el chico, justamente el asesino. Por eso te digo que no es «inocente», está muy bien pensada esa «nada» que vende Szifrón encapsulada en relato progre o como se le quiera llamar. De hecho, cuando en la boda la novia comienza a insultar al tipo en la terraza le dice que va a botonear los negociados del padre; es decir, hasta la familia del pibe es una mierda, pero todo se perdona en esa boda.

MV: Y se perdona en el nombre del sexo, que aquí no cumple un rol libertario sino el de la anulación de las diferencias, que es la anulación del otro en pro de la unidad social inmóvil y reaccionaria, porque no es colectiva, sino individualista (aunque sea de a dos).

GG: Lo que no entiendo mucho, sinceramente, es lo del médico mexicano que ahí aparece… si eso fue un guiño de algo o no.

MV: Si es mexicano puede ser un guiño al mexicano de Los simuladores que preguntaba «¿no hay un piquito para mí?».

GG: Me parece que era mexicano o de esos lares por el acento… En eso que mencionás de la «unidad reaccionaria», ese relato comienza con la familia de la novia, calculo que “rusa”, hablando sobre la inseguridad. No sé si el tipo quiere hacer una suerte de ironía de la ironía, pero todo le queda muy confuso, incluyendo el judaísmo del cual pretende ironizar todo el tiempo….

MV: Esa criminalización del exterior sería ironizada por lo que pasa en la boda, pero como el resultado de la boda es la re-unión se anula la ironía.

GG: Intenta usar la «ironía» para tapar o disimular o descomprimir una visión de clase, de clase de persona al menos. Si vas a ironizar, no anules después esa ironía. Además, la música de Santaolalla… ese mismo acorde del charango progre que le hace ganar Oscars todo el tiempo.

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MV: Ahí es donde yo veo torpeza, creo que el tipo se engaña incluso a sí mismo, que es el peor de los engaños y el más peligroso si querés; creo que supone estar satirizando desde un punto de vista certero, «socialista», cuando solo esgrime un discurso moralista, pero quizás soy yo que me resisto a adjudicarle maquiavelismo, no tanto por indulgencia sino por incredulidad.

GG: Esa es justamente mi desconfianza… porque anula la ironía justo cuando está más presente que nunca. Él mismo la anula y no sé si es por torpeza o intención (yo sí creo en ese maquiavelismo). Es como la decoración de la casa de Martinez, con esas figuras horribles saliendo de las paredes construyendo la ironía –Cohn-Duprat mediante- de esa clase alta argentina snob; sin embargo, el jardinero pidiendo que le compre un departamento en Mar de Ajó es lo mismo. Lo que me saca de Szifrón es que, siendo tan preciso en su puesta, me cuesta pensar en torpezas. Es decir, soy un convencido de ese maquiavelismo; por eso me parece una película traicionera. De hecho, el personaje de Darín se termina llamando «Bombita» y todos lo idolatran por ser «Bombita», justo el mismo nombre que el personaje de Capusotto.

MV: ¿Cómo sería eso?

GG: La empresa contratada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le saca el auto y el laburo a Darín. Ponerle bombas a la empresa de autos es ponerle bombas al gobierno de la Ciudad. Y el personaje pasa a llamarse, justamente, «Bombita», igual que «Bombita Rodríguez», el protagonista de la parodia de Capusotto a los montoneros. Luego, en uno de los mails y tuits que le mandaban a Bombita, le decían que le ponga una bomba a la AFIP, y ahí vuelve a anular la ironía jugándola con lo anarco…

MV: … pero la propuesta de ataque a la AFIP jugaría como signo compensatorio nacional del ataque a una dependencia del gobierno de la Ciudad.

GG: Exacto, primero la cosa va contra Macri pero después contra el gobierno nacional… además de que la empresa de grúas es privada y corrupta. Todo lo que el tipo chicanea, al toque lo «des-chicanea», y no me molesta mayormente que crea que la esencia de las personas al margen de su status social, político y/o ideológico sea una mierda; me choca que hace esta propuesta y al rato la anula o disimula con humor o con lo que sea.

MV: La cobardía discursiva, la corrección política de ese cálculo. Yo creo que para él esos personajes y situaciones son sólo juguetes imaginarios, y jugar con juguetes es fácil.

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GG: Es que tiene mucha precisión. De hecho, una de las constantes es la relación entre padres e hijos… porque el avión en la primera historia le cae encima a los padres de Pastenarck. Después, en la de Rita Cortese, el padre muere acuchillado y el hijo se intoxica por un atentado contra él. Darín es un padre ausente y no llega con la torta a la de su hija; en el de Oscar Martínez están los padres sobreprotectores, y el jardinero también es padre; y los padres de las parejas en la boda. Los padres son una mierda, por ende los hijos también lo son o deberían serlo… perooooo, ¡el humor! Entonces Martínez termina siendo «víctima» de los zánganos que lo quieren estafar… (y le suma la histeria judía familiar clásica de todo director judío que tiene que dar el guiño a la comunidad). No me opongo mucho a la extirpación de los problemas familiares, siempre y cuando cobren un cierto tinte universal. La verdad, no me importa saber los conflictos de Szifrón con sus padres: que vaya al psicólogo. En todo caso, acá la universalidad que hace Szifrón es que los padres son una mierda, incluyendo a Bombita, perooooooo… al final la hija le trae la torta: es decir, anula lo anulado.

MV: Nada escapa a la esfera de lo familiar, pero desde una perspectiva infantil o, más que infantil, pueril.

GG: Y las familias son una mierda. Pasternack, según el psicólogo que gritaba en el avión, tuvo una vida cagada por culpa de sus padres.

MV: “Las familias son una mierda, pero en el fondo nos queremos», podría ser un eslogan de Los Campanelli.

GG: Insisto en que no creo en las torpezas de Szifrón; al contrario, está todo calculado.

MV: Entonces coincidimos en que lo calcula todo, pero lo que pasa es que a mí ese tipo de pretensiones me parecen extremadamente impotentes.

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GG: Creo que es una película calculada milimétricamente para que personajes que pudieran ser «transgresores» (de lo que sea) a través de su supuesto salvajismo, se terminen transformando en «impotentes» de su propia mentira (esa transgresión).

MV: Me parece que no hay «transformación» alguna porque el salvajismo siempre fue supuesto, como vos bien decís; hay reacción, que es otra cosa ¿no? O explosión, pero que no cambia nada (teniendo el surrealismo a mano -¡por Dios!- que hizo de las explosiones al menos un absurdo liberador, cuando no revolucionario).

GG: Sí, hay brote, está esa cosa de «sacarse la cadena», pero al final siempre algo lo compensa. Los novios de la boda terminan como empezaron, celebrando su amor.

MV: Se sacan la cadena, pero nunca la careta. ¿No hay, entre otras cosas, la negación del tránsito social?

GG: A Szifrón siempre le faltó calle, mucha, y por eso no creo que sepa cómo articular estos ascensos o descensos: el jardinero especula y rapiña del dinero igual que el abogado. Los diferencia la educación (¿clase?) pero no la esencia. El gordo y Sbaraglia son lo mismo. Sus autos terminan igual en el río y ellos abrazados sin rostros: siendo huesos iguales. Cortese se va en cana, pero el zángano al que acuchilló muere. Bombita es el único que parece «sufrir» un cierto ascenso: su esposa e hija lo perdonan y en la sociedad es un ídolo después de haber sido ninguneado hasta por su propio abogado. De hecho, al principio mete a «todos» en un mismo avión y los nivela a todos bajo un mismo concepto: «misma mierda con diferente olor».

MV: El avión quizás sea la síntesis de este sistema cerrado que es la película: un vehículo cuyo movimiento no lleva a ninguna parte porque queda congelado, se estrelle o no.

GG: Tal cual, la truchada propiamente dicha: presumo pero no consumo  (de consumar, no de consumir), doy a entender pero no profundizo, tiro la piedra y escondo la mano.

Aquí puede leerse un texto de Marcos Rodríguezuno de Gabriela López Zubiríauno de Gustavo F. Gros, otro de Marcos Rodríguezuno de Ignacio Izaguirre, uno de Pablo Venturael relato de la conferencia de prensa de Luciano Alonso sobre la misma película.

Relatos salvajes (Argentina, 2014), de Damián Szifrón, c/Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Darío Grandinetti, Julieta Zylberberg, Oscar Martínez, Rita Cortese, María Onetto, Nancy Dupláa, Osmar Nuñez, 122′.

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