Dos actrices. Omayra Martínez Garzón, en el rol de la manipuladora tiempo completo de un títere, con un importante caudal de voz en breves apariciones, complementaria a otra que resuena, casi sin cesar, los 45 minutos de la obra María Magdalena o la salvación: la de la protagonista Julieta Alfonso. Esta última oficializa la subjetividad de la famosa discípula de Cristo, a partir de un trabajo con el texto homónimo de Marguerite Yourcenar, y mediante una propuesta corporal que invita a pensar una problemática central en puestas donde la mayor responsabilidad está en el cuerpo del actor. Por lo tanto, un desafío hecho pregunta pareciera intentar responderse por medio de la puesta: ¿Cómo hacer cuerpo un texto?
Y es en este terreno en el que confluyen las decisiones de Ana Alvarado, directora del espectáculo. Así, Julieta Alfonso/María Magdalena brinda su cuerpo en función de variadas instancias que juega a confraternizar con la emisión del texto: mutación de roles, momentos de la vida del personaje que se alternan temporalmente en el cuerpo y proponen la progresión del relato en el que palabra y desplazamientos confluyen. ¿Cómo confluyen? Aquí radica la decisión de la directora: lo literario intenta hacerse cuerpo, obteniéndolo en esporádicos momentos. No importa si esos momentos fueron elegidos o no de manera premeditada; lo que se encuentra por delante desde la primera persona de la María Magdalena versión Yourcenar y actualizada por Alvarado es la palabra. El cuerpo no queda relegado, pero sus desplazamientos aparecen con frecuencia divorciados de la intencionalidad de la voz. Un cuerpo armónico, en función coreográfica, que juega a partir de desplazamientos. Y la voz solo por momentos se encuentra con él, no alcanza a hacerse cuerpo. Porque el acto parlante, la emisión, se piensa sobre todo en su función narrativa: de ahí tal decisión, consciente o no.
Los objetos, el objeto.
Pocos objetos integran el mundo escenográfico, destacándose una mesa y el vestuario maleable en su función. Pero el objeto central es el que confirma nuevamente a la relevante trayectoria de Ana Alvarado como referente en lo que hace a la creación de objetos animados con una vida casi, similar, o paralela, muy cercana a la humana: un títere que encarna a una Marguerite Yourcenar tamaño natural, manipulado por Martínez Garzón, acompañando al cuerpo de la protagonista, pero desde un registro que no alberga una función asignable de manera contundente. Una de las posibilidades más evidentes, la Yourcenar anciana, resulta insuficiente como certeza: el muñeco, más que una propuesta simbólica cobra una dimensión promovedora del climax de extrañamiento que acompaña y se integra a la estructura desde una función sobre todo contemplativa. De todas formas, esto que se añade al transcurso del monólogo en la obra tropieza también con dificultades en su dialéctica con el resto de la puesta, dados sus largos momentos relegada al anonimato: en el resultado, aparece más como un apéndice que como relevante en el universo.
Una zona de luz se localiza en el aspecto más narrativo de la puesta: los desplazamientos de María Magdalena. Por lo demás, el espacio se presenta entre la decisión de luz más tenue y semipenumbras, otorgando una periférica relevancia al títere que Martínez Garzón desplaza armónicamente, brindando la imagen de una atención parcial de la situación. Directamente proporcional a dichos desplazamientos armónicos, una armonía musical creada por Cecilia Candia, más que aportar expresivamente se dedica a acompañar la puesta.
Contemporaneidad.
La introducción del videoarte a cargo de Silvia Maldini, aparece como el elemento más contemporáneo mediante proyecciones frente al público, en simultáneo al monólogo. Las mismas ocupan gran parte de la pared con imágenes de tendencia contemporánea. Así, desfilan planos generales de una calle con sus transeúntes, paisajes desérticos, primeros planos de mujeres con variadas formas de incisión en el rostro, registros de mutilaciones, torturas, intervenciones quirúrgicas. Cuerpos como imágenes, cuerpos intervenidos, fragmentados. Es cerca del final de la puesta cuando más se integra dicho recurso con el resto, contribuyendo al concepto general: Magdalena se proyecta desde las más variadas subjetividades, atraviesa los siglos, devela tiempos de padecimientos y se propone como posibilidad, siempre presente. Y el público queda expuesto como integrante del mismo mundo que la/s protagonista/s: el habitual anonimato del espectador deja paso a su exposición, sutil y efímera.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: