No, no es una película sobre Bonnie y Clyde si no sobre sus asesinos y perseguidores, dos rangers texanos. No, no es una película que reivindique a Bonnie y Clyde, ni tampoco a sus asesinos y perseguidores, los rangers texanos. No, no es una gran película, ni tampoco una del montón gracias a sus secuencias finales: las de la famosa procesión del auto con los cuerpos de la pareja de delincuentes mutilados a balazos dentro, y toda la gente alrededor como una horda de fanáticos religiosos intentando quedarse con algo de esos cuerpos abatidos, descarnados y sangrantes. Sí, es una road movie, y como toda road movie en rutas yanquis y sureñas, hay que verlas. Sí, los rangers texanos son interpretados por Kevin Costner (Frank Hammer) y Woody Harrelson (ManeyGault), y esos dos nombres juntos en escena vuelven irresistible el ritual de verlos; más si se cargan todo el peso dramático de la película ellos solos, casi, como efectivamente lo hacen, aunque hay que remarcar la escena en el taller mecánico de William Sadler como el padre de Clyde. Sí, al igual que con Titanic (1998), la película en sí es un gran spoiler que no hace más que confirmarlo en casi dos horas de duración. No, eso no le quita tensión a la trama, aunque la película tampoco pone mucho interés y empeño en mantenerla, a pesar de que se trate de una persecución policial. Sí, la película vale por la procesión final del auto. No, la película no vale mucho más que esa procesión final del auto. Sí, la película coqueteacon ser moralizante. No, gracias a Dios, no lo logra. Logra, sí, una procesión como ya dijimos… Logra un símbolo a través de un auto agujerado de balas. Logra una metáfora sobre el sistema (¿capitalista?) y sus daños frontales y colaterales; sobre la ironía que marca Camus en la segunda parte de El extranjero(1942),con Meursault condenado a muerte por el mismo Estado que, paradójicamente, lo condena por haber asesinado; sobre el poder yanqui que nace del sur y la ley que, a cualquier precio, debe sostenerlo; sobre bandidos y asesinos que se vuelven héroes populares (transitoriamente); sobre la fraternidad entre hombres y el amor incorruptible de un hombre y una mujer que corrompen todo a punta de metralleta; sobre las leyendas, los mitos modernos, y la intrascendencia más perenne que los mismos tienen en épocas de globalización inminente.

Logra una película entretenida pero olvidable. Logra que el auto agujereado y su procesión final, vuelvan rescatable esa película entretenida y, al mismo tiempo,olvidable. Hombres y mujeres queriendo tocar a los héroes populares muertos. A los héroes que mataban policías y laburantes de banco para poder robar. A los héroes que le robaban a los bancos, precisamente, como una suerte de lucha anti-sistema inducida por épocas de depresión y pobreza corrosiva. A los héroes construidos por los medios de comunicación como actores de Hollywood (bellos, jóvenes, radiantes, seductores, intrépidos…), herederos de Billy The Kid y Jessy James. A los héroes asimilados por las masas populares como prototipos de rockstars que luego van a tener mucha fama en los 60. A los héroes cuyas familias pobres y olvidadas en ese sur profundo estadounidense todo les debían, pero también por ellos sufrían como nadie. A los héroes que forjaron (¿para el imaginario moral conservador?) a otros héroes. A los héroes que rescataron, mejor dicho, a otros héroes: los “prohibidos” rangers texanos. A los héroes que obligaron al Estado a forjar sus propios héroes para combatirlos: Hammer y Gault. A los héroes que pusieron en jaque a la política (una gobernadora), su imagen pública y su (in)capacidadde resolución en épocas donde el poder político e institucional estaba muy mechado por una economía fracturada llena de incertidumbres. A los héroes que murieron en una emboscada tonta, amasijados a tiros por una patota de policías que ni siquiera quiso arrestarlos, quitándole toda épica (¿dignidad?) a la muerte y a la captura, volviendo, en cierta forma, mediocre y banal un final que, hasta el día de hoy, se está contando de forma memorable. A los héroes que fueron, al mismo tiempo y sin matices, villanos.

Y en esta suerte de paradoja final del héroe/villano sin matices es que ese auto baleado, con dos cadáveres adentro y una turba de gente queriendo sacarle cosas (joyas, relojes, sangre, besos, caricias, ropa), se transforma en el acierto más grande de la película de Hancock, pues en ella se condensa todo lo que la película intentó transmitir y se disipó en su propia pasividad fílmica: el heroísmo o la villanía es algo que se construyedesde un punto de vista determinado; el tema está en que el Estado siempre tiene el mismo punto de vista mientras que la gente no…, o sí… depende justamente de la construcción del Estado.

Depende de cuánto la gente se quiera liberar de esa construcción.

Depende, en definitiva, de quién aprieta el gatillo a tiempo y de quién vive o no. Al menos, de quién va a ser recordado o no.

La película recuerda a Hammer y Gault. La gente recuerda más a Bonnie y Clyde.Y al auto baleado del final todos le queremos robar algo… Todos le queremos robar algo a sus muertos… Todos, en cierta forma, queremos tocar (sentir) algo de ese particular momento donde lo inmortal -entre tanta sangre y agujero de bala-entra en proceso de mitificación.Donde a la historia la escriben los que ganan pero siempre en analogía con los que caen primero. Con los que en el futuro tendrán voz o tendrán, apenas, un olvido eterno.

Calificación 7/10

The Highwaymen (Estados Unidos, 2019). Dirección: John Lee Hancock. Guion: John Fusco. Fotografía: John Schwartzman. Montaje: Robert Frazen. Elenco: Kevin Costner, Woody Harrelson, Kathy Bates, John Carroll Lynch. Duración: 132 minutos. Disponible en: Netflix.

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