Es julio de 1979. Ha pasado algo más de un año y medio del estreno de Fiebre de sábado por la noche que fue el punto de estallido de la “Travoltamania” y de la globalización de la música disco. Los Bee Gees, autores de las canciones de la banda de sonido de la película, habían logrado colocar cuatro singles de ese disco en el número 1 y el álbum se había convertido en el más vendido de la historia en todo el mundo hasta ese momento. Pero disco y película dividieron las aguas de tal manera –recordemos los ecos argentinos con la famosa tapa del tomatazo en la revista Expreso Imaginario- que el enfrentamiento se volvió feroz. The Bee Gees están por dar un concierto multitudinario en Oakland. Y a la vez, en Chicago, un DJ llamado Steve Dahl convocaba a 50 mil personas en un estadio de beisbol para proceder a la “demolición de la música disco”: una explosión de público y una explosión literal de los discos que esa multitud había llevado para ser dinamitados.
How Can You Mend a Broken Heart procede, como otros documentales recientes –Zappa, Belushi-, a situarse en un punto que considera crucial en la carrera de un artista, que representa un momento que explica el antes y el después. Ese julio del 79 en el que se monta ese espectáculo absurdo y descontrolado, retrotrae la escena a los tiempos de The Beatles y sus discos quemados: el odio desatado sobre la música por algo que la excede. Pero si en el caso de The Beatles ese odio provenía de una declaración que el fanatismo religioso tomó como una especie de blasfemia, en el de The Bee Gees, la música disco fue apenas la excusa para meter en la misma bolsa el odio racial que implicaban músicos negros como Otis Redding o Stevie Wonder. Desde ese punto de inflexión, el documental de Frank Marshall parte para dejarse llevar por el único sobreviviente del grupo, Barry Gibb. Como si fuera un eslabonamiento de recuerdos desde el presente –y en el que las entrevistas a los otros dos hermanos de fines de los 90 funcionan como parte de ese recuerdo-, Barry Gibb reconstruye el trayecto que los lleva de ser tres hermanos que en la adolescencia se presentaban como trillizos y que grabaron su primer disco en Australia a mediados de los 60 hasta convertirse en un éxito de escala planetaria.
Ese punto de partida que mencionaba al comienzo es lo que presupone la ruptura de uno de los conceptos centrales que sustentan la carrera de los Bee Gees, de acuerdo al documental: la sincronía. El concepto no se refiere únicamente a la relación entre los hermanos –aunque queda en evidencia incluso en el primer momento de separación de la banda, cuando los tres terminan casándose con poca diferencia de tiempo-, sino en especial a la que establecieron como grupo musical ante el contexto en el que se movieron. Si la movida de Australia a Inglaterra fue crucial a la hora de establecer una carrera, mucho más importante fue la forma en que entraron en un universo musical en el que encajaron rápidamente. El trabajo con las voces que reconocía las influencias de los artistas de la Motown y los primeros hits que hacían referencia a los Estados Unidos –“ New York Mining Disaster 1941” y “Massachusetts”-, no solo le abrieron las puertas del mercado americano, sino que los establecieron como íconos de la música pop/rock –las imágenes de los fans esperando por ellos recuerdan, de nuevo, a la beatlemanía que se estaba dando en paralelo-. Oakland 1979 es la ruptura de la sincronía de los Bee Gees con el mundo. Eso que los llevó a ser caracterizados como “los camaleones del pop” no era un simple acomodamiento a las modas culturales y musicales: lo que resalta el documental es que en verdad, en ese movimiento sincrónico, el grupo estaba llevando la cultura hacia otros lugares. El boom de Fiebre de sábado por la noche fue, más que por Travolta y su Tony Manero –transformado en el ícono de ese momento-, por la música del grupo que llevó lo que estaba confinado a las pistas de baile del underground neoyorquino a la masividad a partir de llevar “melodía a la música disco”. Lo notable es que el documental no se conforma con señalar que de alguna manera el grupo estaba definiendo una cultura del momento, sino que se toma su tiempo para proceder a desmontar la idea falsa que circulaba sobre la música disco y reconfigurarla a partir de los orígenes, cuestionando en todo caso, las derivaciones que la industria pretendió darle, lavando sus referencias socioculturales y despojándola de la significación política del momento.
El documental recupera el recorrido de la carrera de The Bee Gees por etapas claramente determinadas. Una juvenil que se cierra con la primera separación en 1969. Una segunda etapa que lleva del año 1972 hasta el éxito de 1979 que es en donde parece terminar de concretarse la esencia del sonido Bee Gees. Especialmente en ese 1975 en que vuelven a grabar en Estados Unidos y cambian el tono lúgubre de los discos y las baladas como centro de la producción por otro tipo de músicas. Es interesante el planteo que hace Eric Clapton respecto del grupo, cuando dice que “eran una banda de rhythm & blues pero que todavía no se habían dado cuenta”, porque aunque el grupo nunca fue estrictamente eso, les permitió dar un giro a su carrera, que terminaría de redondearse en el momento del “descubrimiento” del famoso falsete de Barry Gibb. Ese elemento terminó siendo la marca sonora distintiva de la banda –aunque se lo haya explotado hasta el abuso-, y conectó de una forma particular con el público porque implicaba un nuevo camino en el trabajo que venían realizando sobre las voces. La tercera etapa de ese recorrido es la posterior al incidente Oakland, en donde se resalta un elemento esencial que hasta ese momento permanecía en segundo plano: la idea de un estilo Gibb. Cuando por ese incidente deciden dejar de actuar durante seis años, se dedicaron a la composición para otros artistas. En ese segmento del documental en el que se suceden, con mayor o menor brevedad, los temas que compusieron para Barbra Streisand (ese “Woman in Love” que a comienzos de los 80 sonó por todos lados), Dionne Warwick, Diana Ross, Kenny Rogers o Celine Dion, se advierte el patrón musical similar que ni siquiera las diferentes voces que lo encarnan logran disolver: es como si en esos temas los Bee Gees volvieran a sonar con otras voces.
El otro concepto central del documental es el de la armonía, entendida en un doble sentido. Por un lado, la que se produce entre los hermanos como parte de una construcción familiar. Por el otro, por la forma en que esa situación se reproduce en el trabajo musical de las voces. Cuando la primera se resintió, después de la primera etapa de éxito, que los llevó a un largo distanciamiento de dos años, arrasó inevitablemente con la segunda. Pero cuando aquella armonía familiar fue recuperada, fue potenciándose mutuamente con la musical: los Gibb se movieron como una enorme familia que incluía no solo a los tres hermanos y sus parejas, sino a los padres y hasta al hermano menor Andy que también tuvo su propio pico de popularidad. En relación a la armonía musical, el documental la explora a partir de la complementación que terminan logrando entre las voces –que había sido el elemento inicial de la ruptura-, pero también en el trabajo de composición y grabación. No se trata de la simple elaboración de una enorme cantidad de éxitos populares, sino que como una consecuencia de algo que se menciona en algún momento –“La música no sucede en el vacío”- esa particular forma de armonía fue la que generó que un puñado de canciones se convirtieran en hits.
Es a partir de esos dos elementos que How Can You Mend a Broken Heart se articula no como un repaso desde afuera de la carrera de un grupo musical. Más que eso, es una forma de construir ese recorrido desde el recuerdo del único sobreviviente y de las voces de sus compañeros de ruta que quedaron registradas en el pasado. Si estas funcionan como parte de un recuerdo,es porque el narrador parece querer convencerse a sí mismo que todo eso que recuerda no es una invención, sino que realmente ha ocurrido. Si el final vuelve sobre el comienzo para responder una pregunta que no se ha formulado, pero que vuelve a ser central –“¿Por qué somos famosos? Por componer canciones”-, lo hace logrando el equilibrio que el documental necesita para no convertir a los Bee Gees en una pieza de museo. Porque por un lado, sostiene el recuerdo de los hermanos que ya no están. Y por el otro muestra al que está. No hay mejor síntesis para sostener la supervivencia de las canciones y del legado de una banda que esas imágenes de Glastonbury en 2017, con Barry Gibb tocando y cantando arriba de un escenario y abajo, una multitud de gente bailando y cantando con él. Como en los buenos tiempos. Como cuando todavía eran tres.
Calificación: 7/10
The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart (Estados Unidos, 2020). Dirección: Frank Marshall. Guion: Mark Monroe. Fotografía: Michael Dwyer. Montaje: Derek Boonstra, Robert A. Martínez. Testinonios: Barry Gibb, Eric Clapton, Peter Brown, Mark Ronson. Duración: 111 minutos. Disponible en Flow.
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