*El tiempo se va, se fuga, dice el título del documental. El intento por detenerlo, por congelarlo, por volverlo hacia atrás (como esas imágenes en las que autos o peatones parecieran retroceder), contiene en sí mismo la paradoja de estar inserto en una serie que requiere avanzar, que está inscripta en el tiempo. Se puede volver a imágenes del pasado, se puede retroceder el flujo de lo filmado, pero siempre son materiales del pasado puestos en un presente en el que siguen avanzando, incluso en su repetición. El intento es siempre vano, destinado al fracaso si ese es su único objetivo.

*Se dice “recuperar el tiempo perdido”, como si fuera posible. Los archivos familiares, personales, son un trabajo sobre el tiempo en sí mismo. Intentan que no se pierda un momento, una situación. Se la registra buscando evitar la pérdida, el recurso a un recuerdo que tiende a disiparse o tergiversarse. Las filmaciones familiares son un registro del presente que se piensa para el futuro: están hechos en función de adquirir una significación mediada por la distancia. El tiempo construye esa distancia y el posible sentido: en el presente, la significación no está en el registro sino en el hecho. El registro es futuro, la posibilidad de persistencia. El paso del tiempo permite leer en las imágenes otras cosas que no estaban en ese presente rápidamente devenido pasado. Permite construir con ellas un discurso que está allí pero que las excede.

*La pregunta deja de ser para qué sirven los archivos familiares, sino para qué se los usa, qué permiten construir. Encontrar qué hay en ese universo individual o de un colectivo cerrado, que lo trascienda, lo amplie, lo vuelva universalizable. O lo mismo, encontrar qué es lo que produce que un texto se vuelva público, adopte otra significación. Filmar durante 16 años a un hijo como hizo Luciana Terribili con Camilo, pertenece en primer lugar a un orden familiar. El encuentro de algo valioso en la gestualidad, en los diálogos, en las demostraciones: filmar con la persistencia y la intuición de que algo va a suceder que revele algo de la interioridad de Camilo, que deje testimonio de sus actos, su pensamiento y su crecimiento. Allí no hay experimento ni cálculo, sino un acercamiento en el que la cámara, como pocas veces ocurre, se transforma en una extensión del ojo que mira del otro lado. Tempus fugit (Terribili, 2024) revela esa cualidad en dos o tres planos largos dispuestos en el documental. El plano detalle sobre el ojo de Camilo se revierte: la mirada del ojo a la cámara rompe esa pared artificial del lente y se dirige al ojo de la madre que está detrás. La técnica desaparece, la mediación tecnológica se vuelve ilusión. Lo que importa en ese momento es la conexión entre la mirada que capta la cámara y la que no vemos y está detrás (y que la pantalla transfiere al espectador).

*Si ese cruce define la identificación de las miradas volviéndola una (la mirada de la madre se vuelve la del hijo y viceversa) el documental opera de manera similar con el discurso textual. La voz de Camilo domina la primera parte del documental, entre el registro de la cámara y los audios que se despliegan en off. Luego aparece otra voz, la de la madre. Pero esa emergencia instala la duda sobre si se trata de una intervención ajena. La correlación en el discurso borra esa frontera: las voces son distintas en la sonoridad, pero se expresan como si fuera una sola. El texto es uno, pero también quien lo interpreta: así como la voz de Camilo se modifica con el tiempo y el avance de la enfermedad, la voz femenina puede verse como una variación, como una voz que interviene para reponer lo que la otra no puede enunciar.

*Lo que hace de Tempus fugit un trabajo de excepción es su elusión continua a la focalización en el problema de Camilo. La naturalización de la vida como forma (esa sucesión que abarca tanto las partidas de ajedrez como los diálogos con su amigo Luis, la escena en la que narra la historia de Robin Hood a su hermana cuando aún es una beba, o cuando su madre lo arropa en una noche de frío) desplaza, desfocaliza la enfermedad y le quita su potencia invasiva como tema. Lo que importa es la forma en que opera el tiempo en Camilo y la familia. Romper con la estructura narrativa lineal permite correr del centro el proceso evolutivo de Camilo y las huellas que se revelan en su cuerpo. El tiempo como materia que encorseta la narración se desdibuja en las idas y vueltas que se proponen desde el montaje de las imágenes, pero se coloca como elemento interno de esa narración, como eje alrededor del cual se articulan las acciones y los pensamientos que se exponen.

*Si el tiempo es lo más importante, como se postula explícitamente en el comienzo, el documental se centra en él hasta en los elementos que parecen accesorios (la partida de ajedrez que se juega en tiempos acotados, el reclamo a Luis porque no dedica una hora a estar con su amigo). Pero es un tiempo marcado por la percepción personal: “Para ella los días eran cortísimos, para él eran infinitos” dice la voz. Pero también está allí cuando Camilo discute la concepción de libertad basada en lo financiero, como que es “tirar a la mierda tres mil años de filosofía griega”. Lo breve, lo rápido, anulando la progresión temporal. En algún punto, puede pensarse a Tempus fugit como un intento por revertir esa rapidez como fuga de la progresión temporal. No de detener o volver atrás el tiempo, sino de comprenderlo como medida. “Sostengo que mi relación con el tiempo es el dolor” dice Camilo y es posible encontrar allí una síntesis. No entendido como dolor físico (es notorio que el documental evita toda referencia a ese aspecto, incluso en los momentos en los que Camilo requiere de una asistencia para respirar) sino como un sufrimiento que se conecta con el conocimiento. “Yo prefiero saber y sufrir que no saber y no sufrir” le dice a su amigo Luis y lo justifica en el aprovechamiento de ese tiempo (y en Luis, esa importancia del tiempo se advierte cuando aquello que tenía, ya no podía tenerlo). “Sentirse vivo es algo complicado, ¿quién tiene tiempo para eso?” se pregunta la voz desdoblada. En ello radica el contraste de la vida de Camilo con el resto: en que su pensamiento despojado de otras necesidades, se concentra en sentirse vivo. Por eso pueden describirse a quienes deambulan por un supermercado como “almas en pena mirando cadáveres”; por eso el temor a verse allí como en un espejo. El tiempo es dolor, porque está siempre adelante, acechando entre posibles finales. Pensar lleva siempre a decantarse por el desenlace malo; la creencia sostiene la posibilidad de que salga bien. Entre esos dos polos, la vida sigue, el tiempo avanza. Siempre hacia adelante.

Tempus fugit (Argentina, 2024). Guion, dirección y fotografía: Luciana Terribili. Edición: Pablo Rabe. Elenco: Camilo Cena Terribili, Ángela Cena Terribili, Leonardo Cena, Manuel Pedro Sánchez Cano, Raúl Ruiz, Patricia Morena Bravo, Eduardo Madrid Cañadas, Manuel Aleixandre Rico. Duración: 93 minutos.

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