El_Olimpo_Vacio_Poster_Oficial_JPostersYa hace algunos meses que vi El Olimpo vacío. Varias veces empecé a escribir esta nota, varias veces me encontré abarrotado de palabras y argumentaciones sin haber logrado siquiera empezar a hablar de la película. Hago ahora un nuevo intento tratando esta vez  de dejar sin responder algunos de los tentadores disparates de Sebreli.

El protagonista

Un intelectual no es necesariamente una persona que piense mejor ni más profundamente. Ser intelectual es haber adquirido un lenguaje específico y referir el pensamiento particularmente al universo cultural, entendiendo cultura restrictivamente como los ámbitos de las artes, las ciencias y la filosofía que han sido canonizados por alguna elite.

Juan José Sebreli es un intelectual. Juan José Sebreli es la Doña Rosa de los intelectuales. Su decir ampuloso y poblado de autores no es capaz de toparse con una idea por fuera del más pobre y esquemático sentido común. Su mundo es menos complejo que un partido de tatetí, en lugar de cruces y círculos usa Platones y Voltaires, pero sigue siendo un partido de tatetí.

Cuenta Sebreli que por su condición de homosexual fue marginado en la escuela. Eso hizo que se volviera introspectivo y se interesara por los libros y el pensamiento. Arriesga la hipótesis de que esta segregación es la causa de que haya tantos intelectuales judíos y homosexuales, “no es que los judíos o los homosexuales sean superiores”, aclara. Ni siquiera se le ocurre que ser un intelectual no es ser superior, eso la da por hecho y acordado. Es decir, ni siquiera se le ocurre que él puede no ser superior, solo trata de explicar por qué lo es.

Por otro lado, si bien es más que creíble que su homosexualidad haya sido causa de marginación, hay que decir que puede no haber sido la única. El niño Sebreli debe haber sido insoportable. Un flaquito de voz aguda dispuesto a arruinar cada travesura recordando la norma violada o amenazando con la delación. Un alumnito perfecto y pulcro, siempre dando lo que el maestro quiere recibir y sin escrúpulos para dejar en evidencia el error o el machete.

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Esa superioridad que supone en él mismo usa como arma la razón. El intelectual librepensante se ha emancipado de la pasión. Absolutamente libre de un corazón abocado estrictamente al bombeo, analiza el mundo basado en los elementos de la pura realidad objetiva y llega a conclusiones vedadas al común. Este poder adquirido lo habilita a formarse opinión sobre todo. Lo habilita, pero también lo obliga. Sebreli no dirá nunca “no sé” y no dirá nunca que sus opiniones no son deducciones puras de su libre intelecto. Se puede encontrar en youtube (http://www.youtube.com/watch?v=jFnjDOdiehk) un fragmento del programa de la TV Pública, Los siete locos, donde es invitado a hablar sobre religión y literatura. Predeciblemente se declara agnóstico, y luego de explicar qué es eso porque “la gente no lo sabe”, cuenta que basa su postura en que así como no hay prueba de la existencia de Dios, la ciencia tampoco puede demostrar cuál es el origen del universo. En sus propias palabras: “está la teoría de la evolución, que yo comparto, está el Big Bang, que yo comparto, pero ¿de dónde surge esa partícula?”.

Comparte. Él comparte. No se basa en los resultados de la ciencia durante estos últimos siglos para confiar en el método científico y por lo tanto suponer que aquello que la comunidad científica internacional acepte debe andar más o menos bien orientado. No, él comparte. Él llega a sus propias conclusiones basadas en su total conocimiento y, recién entonces, comparte. ¿Con qué elementos Sebreli comparte o deja de compartir la teoría del big bang? ¿En base a qué datos y elaboraciones pudo cotejar él esa teoría? El pobre hombre no se permite decir que, simplemente, cree en la ciencia como cualquier hijo de vecino. No, él tiene que haber concluido, libre de cualquier influencia todo: el big bang, la germinación del poroto y la anisotropía de la radiación de microondas.

Pero diga lo que diga, este agnóstico es en realidad un hombre religioso. El religioso ve la realidad como una malformación de un modelo original y verdadero. En el catolicismo ese modelo es el paraíso terrenal, en Sebreli supo ser la China comunista y es ahora una especie de República armoniosa donde todos respetan una ley nacida de un cuerpo de intelectuales como él quienes, sin la intromisión de intereses personales, crearon el orden perfecto basado en la pura razón en un papel.

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Tuve la suerte de que llegara a mis manos un ejemplar de su libro “Mar del Plata, el ocio represivo”. En la introducción se puede encontrar la frase más profundamente religiosa y explícitamente antiperonista imaginable: “yo intento mostrar las contradicciones entre la verdad y la realidad”. Es imposible expresar en menos palabras una visión del mundo más inútil para pensarlo. Que alguien que no sea un devoto religioso piense ya entrado el siglo XXI que la realidad y la verdad son cosas diferentes es realmente asombroso.

En este hilarante libro Juanjo ya desarrolla la habilidad desmitificadora que perfeccionará en El Olimpo vacío: revela que las vacaciones son una extensión de la explotación y que nadie las disfruta o, al menos, no debería disfrutarlas (ya que la verdad y la realidad no se corresponden). Este defensor de la democracia ilustrada sostenía en 1970 que “la guerrilla campesina es hoy la única experiencia auténtica de vuelta a la naturaleza” y que “el país no es Mar del Plata, es el arrabal obrero de esas ciudades […] con obreros y estudiantes que se rebelan contra el consumismo apedreando comercios de lujo y quemando autos”.

Lo curioso es que en ese momento J.J. también veía lo que la masa no veía, también era un intelectual esclarecido, tampoco dejaba que su intelecto se nuble con falsedades. Es notable como el esclarecimiento objetivo y la razón analítica despojada pueden llevar a conclusiones tan opuestas de acuerdo a la ideología de moda en ciertos sectores.

La película

Con esa persona a Carolina Azzi y Pablo Racioppi se les ocurrió hacer una película. Raro. Sin embargo pareciera que en algún momento se dieron cuenta de que el soliloquio monotonal del escritor no daba para mucho y decidieron darle un marco a ese discurso con una especie de estudio sobre los mitos argentinos. Sebreli elige a Gardel, Evita, el Che y Maradona, y hace una revelación impactante: los mitos argentinos son, sorprendentemente, mitos. El desarrollo de la hipótesis es una obviedad y no tiene ningún interés, Gardel hizo una canción para el golpe de Uriburu, a Evita le gustaban los lujos, el Che era un asesino y Maradona hace goles con la mano y tiene hijos.

La película es un poco más inteligente que su protagonista y está, como el camino aquel, plagada de buenas intenciones. Comienza con una exagerada cita de Joseph Goebbels (posiblemente anticipando la presencia del lunfardista José Gobello), enseguida el aburrimiento que provoca su insistente protagonista o un abultado afán de ecuanimidad lleva a los directores a buscar un defensor de cada mito. La defensa que Gobello hace de Gardel, acusado de cómplice del golpismo, es posiblemente la más sólida, se podría resumir en una pregunta: “¿Y?”

cafieroCafiero será el defensor de Evita. Su cara cuando los entrevistadores le nombran a Sebreli es antológica. En un solo gesto está el desprecio profundo y los huevos hinchados a priori por la pregunta que anticipa. Lamentablemente ensucia su respuesta con un comentario sobre la sexualidad de Sebreli que desmerece su intervención y sus argumentos.

Luego desfilan algunos entrevistados como Savater, otro jugador de tatetí, que dice del populismo que actúa en nombre de una entelequia a la que llama “pueblo”, algo que no tiene ninguna existencia concreta. El gobierno que él imagina, en cambio, actúa en nombre de algo tan tangible como la República.

Beatriz Sarlo, algo incómoda, rescata exclusivamente el libro “Eva Perón, aventurera o militante” y al ensayista sobre el intelectual. Finalmente Osvaldo Bayer defendiendo al Che, con razón o no, enamora otra vez al espectador sensible.

Se deja ver algún momento cómico (puede que voluntario para los directores, involuntarios para Juanjo que no parece haber hecho un chiste jamás en su vida), como cuando en un bar asegura que lee los escritos de su ahora amigo Vargas Llosa, “algunos me gustan” admite, mientras que el civilizado pinochetista peruano lee los suyos y “todos le encantan”. Poco después asegura que tener la capacidad para ver lo que él expone es solo para una “minoría muy concientizada”, acentuando el “muy” y convirtiéndose así en su propia caricatura.

Llegando al final El Olimpo vacío logra un gran momento cinematográfico. A Sebreli se le da por contar como en la época de la guerra de Malvinas él era el único que se había dado cuenta de que eso era un error. Obviamente ese momento es utilizado como prueba de que las mayorías se equivocan. Por desgracia no nos revela si las minorías, e incluso los individuos MUY concientizados, no se equivocan también, lo que nos dejaría en una situación más que compleja para pensar una forma de gobierno legítima e infalible. Pero más allá de los devaneos de su protagonista, el documental pone en pantalla el momento en el que Galtieri, gesticulando a lo Mussolini, sale a la plaza a desafiar al principito mientras la multitud lo aclama. Es una escena que vimos decenas de veces, pero siempre fragmentariamente. La operación cinematográfica consiste en dejarla en pantalla. Pasan varios segundos y la imagen se vuelve terriblemente incómoda. En lugar de sentir que se nos trae esa imagen desde el pasado, sentimos que somos llevados a 1982 y puestos delante del televisor, actualizando aquel momento como una fatalidad de la que ya sabemos el final, pero tenemos que vivir de todos modos.

Repercusiones

No es raro que exista Sebreli, él ni siquiera tiene la culpa. Es solo una prueba de que la tenacidad vale mucho más que la inteligencia. Un poco más extraño, aunque no imposible, es que dos buenos técnicos (lo digo sin desprecio ni ironía) crean que pueden expresar algo con este hombre. Mucho menos raro es que se den cuenta a mitad de camino que tienen que intervenir cinematográficamente para salvar la película del bodrio y el absurdo.

sarloLo que sí es absolutamente inexplicable es que un grupo de personas que hacen de la inteligencia su bandera tomen a El Olimpo vacío como ejemplo de resistencia a los “discursos dominantes” o la consideren una “radical crítica política” como la describen Federico Karstulovich y Hernán Schell en la presentación de le entrevista a los directores publicada en la revista El amante el año pasado.

La política tiene que ver con la administración del poder público o del poder que tiene incidencia en asuntos públicos y con la pugna por el control de ese poder. En El olimpo vacío no hay ningún análisis sobre el poder, hay una hipótesis burda y sin complejización alguna que pretende demostrarse a si misma antes de empezar a pensarse. Hay también una proclama sobre los errores populares que nadie había puesto en disputa.

La pregunta por la administración del poder se responde en la película con el respeto a la ley, una actitud ética, el ascenso de la intelectualidad y el acuerdo entre opiniones diversas. Eso no es la política Sebreli, eso es una clase de Educación Cívica de primer año. En la política no hay opiniones diversas hay intereses opuestos.

Sebreli y los que lo festejan confunden el poder con el gobierno o con el Estado. En un texto que circula y funciona como presentación de la película se puede leer que “El Olimpo vacío pone en cuestión al poder”, que es una “aguda reflexión crítica sobre política y poder”. Es muy extraño que cuestionar la pureza de algunas figuras míticas pueda ser interpretado como una reflexión sobre política y poder. . Además es falso que en la película se cuestione el uso de esas figuras por los distintos gobiernos y más falso es que ese cuestionamiento salga de Sebreli. Decir que pone en cuestión al poder ya es interpretación libre. La frase incluye la certeza de que “el poder” es uno y, habiendo visto el documental, que ese poder es el gobierno o un supuesto discurso dominante que coincide con el del gobierno. Entre las cosas que no se le pueden cuestionar al kirchnerismo es justamente oponer otro discurso (otro relato si se quiere) al discurso dominante. Es evidente que había y hay un discurso dominante, realmente dominante porque está insertado en la población como un supuesto “sentido común”, que baja de los medios masivos de comunicación y que, mal o bien, ese discurso fue cuestionado o enfrentado a otro.

Pero la cuestión es más grave. El protagonista dice que “con la sociedad irracional no se puede negociar, se le debe oponer el gran rechazo”. ¿Qué sería “el gran rechazo”? ¿Hasta dónde se puede llegar en su nombre? ¿Hay que derrocar al gobierno irracional para oponer el gran rechazo o alcanza con bloquear en Facebook a los que no lo repudian?  Si no se debe negociar, entonces no se debe hacer política, no se debe dialogar, no se debe consensuar, sólo hay que oponerse. Pero ¿cómo sabemos cuál es la sociedad irracional? ¿Quién lo decide? Pongamos que el kirchnerismo es la sociedad irracional, bien, pero ¿los miembros del macrismo que apoyaron la última dictadura son la sociedad racional o irracional? ¿Y los que votaron en contra del matrimonio homosexual qué serían? ¿A los que redujeron las jubilaciones un 13% de qué lado hay que ponerlos? ¿Les oponemos el gran rechazo a esos o forman parte de la sociedad racional? ¿Y los que en nombre de la civilización dispararon contra manifestantes anarquistas como el Coronel Falcón, o bombardearon la Plaza de Mayo o fusilaron o proscribieron un partido político? ¿Y los que dicen que esto es una dictadura? ¿Son suficientemente irracionales? ¿A esos les oponemos el gran rechazo o un rechazo más pequeñito?

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¿Y s i Sebreli es irracional qué hacemos? ¿La sociedad racional puede oponerse el gran rechazo a sí misma cuando es irracional? Por ejemplo cuando dice libremente en una nota en La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1574439-juan-jose-sebreli-hoy-la-oligarquia-es-el-kirchnerismo-y-los-empresarios-subsidiados-desde-el-poder) que “estamos a un paso del totalitarismo” es decir de Hitler, Mussolini o Stalin. ¿Eso es racional? La frase que le da título a esa nota no solo no es racional es un sinsentido absoluto: “Hoy la oligarquía son los kirchneristas que viven en Puerto Madero”. Otra vez, lo sorprendente no es que lo diga, lo sorprendente es que Astrid Pikielny, la entrevistadora, lo ponga como título de la nota. ¿Cómo los funcionarios coyunturales de un gobierno, por más millonarios y chorros que sean van a ser la oligarquía? ¿Cuánta inteligencia y cultura hace falta para darse cuenta de que eso es insostenible? ¿Aplicamos el gran rechazo a Astrid, Sebreli?

Estos sinsentidos se repiten por todos lados. Increíblemente uno se encuentra pidiendo un poco de lo mismo que pide Sebreli, un poco de racionalidad. Detenerse un segundo a escucharse, a pensar si lo que se está diciendo resiste el menor análisis. Marcelo Panozzo en el catálogo del BAFICI 2013, evita el halago directo al ensayista diciendo que el documental “se apoya en su figura, pero logra trascenderla”, después dice algo de un “uso pocas veces visto de archivos de todo tipo”, cuando el uso de archivos del film es absolutamente tradicional, y después algo de una tal “sampleadelia dionisíaca”, supongo que para exaltar su propia cultura pop.

savaterAdemás de hacer la entrevista, Hernan Schell escribió una nota en la que sostiene que el tipo es “sumamente inteligente”. ¿Dónde ve esa inteligencia, qué lo ayudó a pensar Sebreli, qué puede mirar con más belleza, con más claridad, con más capacidad de producción a partir de escucharlo? En la misma nota usa dos veces el adjetivo “elegante” para referirse a algunas intervenciones del ensayista. Es toda una declaración viniendo de un tipo que se quejaba en twitter de que los diputados kirchneristas “no pronuncian las eses” seguro de que eso era prueba irrefutable de alguna verdad que supongo emparentada con la falta de elegancia.

Durante la entrevista citada hay irracionalidades a las que sí que dan ganas de oponer el gran rechazo. Por ejemplo los entrevistadores preguntan, más bien afirman: “En la película de Néstor Kirchner hay un momento en el que deciden mostrar la quema de la Constitución. Podían meter cualquier cosa pero muestran eso.” Esa quema de la Constitución es la de la fiesta del bicentenario y no hace falta ser parte de una minoría muy concientizada para darse cuenta de que representa el golpe de Estado del 76. Hay que estar casi en un estado de emoción violenta para no percibir eso o percibirlo y pensar que el comentario es una aguda observación sobre el inconsciente.

En la presentación de la entrevista Schell y Karstulovich van más lejos de lo que se puede suponer. Dicen que El Olimpo vacío está “en la tradición del mejor cine político (…) ese cine que no es amable (…) para endulzar los oídos del poder (…) sino un cine incómodo, crítico solitario”. Otra vez “el poder” a lo que suman esto del “crítico solitario”. ¿Apoyándose en qué realidad se puede decir que estas críticas son solitarias? Son las mismas que escuchamos todos los días, todo el tiempo, cada vez que prendemos la televisión ¿Dónde radica la originalidad? ¿Qué clase de soledad es esa?

Es muy difícil pensar que podemos encontrar un punto de apoyo para iniciar un diálogo con algunas de estas personas. Para eso sería necesario que nos admitamos todos apasionados falibles.

El Olimpo vacío (Argentina, 2013), de Pablo Racciopi y Carolina Azzi, Documental, 102′.

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