1. Walsh es, para el periodismo y para la historia de la Argentina, incluso en contra de su voluntad, un monumento, un mito con raíces profundas en la investigación periodística. Walsh es “Operación Masacre”, “El caso Satanowsky”, “¿Quién mató a Rosendo?”, la Carta a la Junta Militar. Una memoria congelada en una serie de hitos que a derecha o izquierda pueden generar rechazo o admiración. Es una imagen creada y forjada que se repite como fórmula en muchos casos, cuando se trata apenas de un punto de partida. Como si su vida estuviera circunscripta a ese lapso que va desde sus investigaciones de los fusilamientos hasta el momento en que la circularidad de la historia lo convierte a él mismo en un fusilado, que además desaparece.

2. La desaparición de Walsh quita su cuerpo del tiempo. La memoria relacionada con la persona deviene de la desaparición como hecho central que llevó a que la historia de ese momento –el envío de la Carta, el Grupo de Tareas que lo intercepta y ataca, el traslado del cuerpo a la Esma y su desaparición- fuera contada una y otra vez, como representación más acabada del accionar propio y ajeno en la Argentina de 1977. El tiempo posterior hizo que Walsh fuera contado desde esos momentos –a los que podría agregarse la carta a su hija Vicky- a los que desde la oposición ideológica se le agregaban participaciones más o menos delirantes en las decisiones de Montoneros. La pregunta que sobreviene entonces es cómo contar a Walsh sin contar a Walsh –como retomando de alguna manera lo que se plantea sobre su escritura, “decir sin palabras lo que se puede decir con palabras”-. Correrse del relato habitual para volver a contarlo sin traicionar su esencia.

3. La elección del documental de Fermín Rivera se plantea desde el título. La alusión a las iniciales de nombres y apellido implican un desplazamiento doble: por un lado, de la centralidad del apellido que lo define; por el otro, hacia un tiempo en el cual las iniciales despejan de la significación posterior. Volver a Walsh otro personaje a descubrir, una forma que todavía debe construirse. De allí que la decisión de limitar el documental hasta el momento de la aparición de “Operación Masacre” funciona en concordancia con ese planteo. Si el libro aparece como referencia de lo que vendrá luego y que es historia más conocida, debe entenderse asimismo como consecuencia de un desarrollo. “Operación Masacre” es un parteaguas no solamente en la historia del periodismo argentino, sino en la vida de Walsh, en el que Rivera se afirma para ir hacia un tiempo anterior que le permita descubrir quién era RJW antes de convertirse en Rodolfo Walsh.

4. La gran cuestión es cómo se recompone esa imagen desde la ausencia. La carencia de imágenes en movimiento –habitual en la escasa tendencia al archivo de la historia argentina pero incrementada en el caso de Walsh- pone de nuevo entre paréntesis al cuerpo de Walsh. Lo único que logra reponerlo como tal, con cierto halo de presencia, son las fotografías familiares. Pero RJW es allí, justamente, un cuerpo apenas reconocible, una serie de rasgos que solo se reconocerán en las imágenes posteriores a su casamiento. Esa sustracción corporal, esa quietud fotográfica que congela un devenir en espacios estancos, se complementa con otros recursos que el documental explota para tratar de encontrar esa huella de vitalidad: la entrevista a especialistas en su obra, la voz de su hija Patricia, la recomposición ficcionada de algunos hechos del pasado. Pero como ocurre con la recurrencia a la voz en off que retoma textos y cartas de Walsh, en cada uno de esos elementos queda subrayada la ausencia. Un cuerpo que no está, una voz que no es propia, la mirada del otro. RJW, como Walsh, no parece tener más posibilidades que ser desde el otro, desde la imagen re-construida que proyectan los demás.

5. En ese sentido, el documental no pretende ir más allá de lo que sabe que puede dar: un recorrido biográfico-literario que intenta dar cuenta de líneas de evolución, cifrando instancias que volverán como marcas notorias en el futuro del personaje. El logro, en ese caso, es encontrar la forma en que la historia familiar se vuelve crucial en su visión del mundo –incluyendo las contradicciones que se generan entre las posturas afines y contrarias al peronismo- y la manera en que la estancia en el colegio irlandés influyó no solamente en su literatura –tanto en su cuentística como en su trabajo como traductor-, sino también en las estrategias de supervivencia y acceso a la información que serían centrales en la década del 70. De la misma manera, cómo la lectura y escritura del policial se transformará en la piedra basal de su trabajo periodístico, pero no como limitación genérica, sino como una forma de trascenderlo y ampliarlo –eso que Juan Forn insiste en señalar como el hecho de que a Walsh la literatura no le interesaba en sí misma, sino como forma para llegar a otras cosas-. RJW es, de esa manera, una especie de boceto en permanente mutación que se dirige hacia lo que será Walsh. Un escritor en dilema continuo con una literatura que parecía limitarlo –“No me consideraba a la altura de nadie”- y que lo llevaba, curiosamente, a largos períodos en los que el silencio parecía el camino a seguir.

6. El RJW que perfila el documental tiene momentos de interés revelatorio. Si ese silencio literario resultó central, parece derivación concreta de una imposibilidad marcada por el pasado –“Lo que no podía contar, lo podía escribir” dice su hija-. Pero es en la exploración que asume de su escritura temprana donde parece encontrar sus mejores momentos. La forma en que Forn coloca a Walsh no solamente entre Fitzgerald y Hemingway, sino especialmente entre Arlt y Borges, de quienes toma el formato periodístico y la irrupción de la poesía encriptada en la prosa. La idea de que los cuentos exploraban una dualidad que parecía referir a lo individual –el colegio irlandés- para referir de manera más elíptica a un colectivo más grande –el país. Y en este punto, también aparece lo irresuelto del documental, ese hilo conductor que se despegue de lo biográfico de manera definitiva. Hay dos frases que enmarcan el documental y que pueden entenderse como resumen. La del final parece estar señalando al Walsh que sobrevendrá en ese futuro al que no se asoma (“El hombre que se anima es más que un héroe de película”). La del comienzo indica un paralelismo (“Mi historia es la historia de la Argentina”) que el documental insinúa, por momentos, tomar como eje del relato, pero que no termina de establecerse. Esa frase podría haber sido una tesis a explorar para de esa manera lograr una profundidad mayor respecto de ese hombre que estaba en camino de ser Walsh.

Calificación: 6/10

RJW (Argentina, 2022). Guion, Dirección y Producción: Fermín Rivera. Fotografía: Emiliano Penelas (ADF)
Cámara: Emiliano Penelas, Fermín Rivera. Dirección de Sonido: Gino Gelsi, Lucho Corti. Montaje: Emiliano Serra. Entrevistas: Patricia Walsh, Juan José Delaney, Silvia Adoue, Roberto Baschetti, Juan Forn, Jorge Lafforgue. Duración: 67 minutos.

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