Ya hace más de un mes que vi La teoría del todo. Negué mi obligación de escribir sobre ella, ya no tengo excusas. Me encantaría hacer una consistente crítica negativa sobre la película, pero lo único que aparece en mi cabeza es la palabra bofe. “Pulmón de las reses que se destina para consumo” según el diccionario. Me es imposible recordar algo más que las ganas de que termine lo antes posible. Mentira. Me acuerdo de que Hawking (Eddie Redmayne) conoce a una chica (Felicity Jones), después (o antes) llama la atención de un profesor solucionando nueve de diez problemas imposibles, le descubren una enfermedad horrible y le dicen que se va a morir en dos años. Después no solo no se muere, sino que se convierte en uno de los físicos más prestigiosos del mundo. Además la mujer sigue con él y hasta tienen hijos. Al final tanto ella como él se enamoran de otros.
No me acuerdo -realmente no me acuerdo- qué pasaba en el medio. Tampoco se me ocurre nada que me importe menos. La película es tan correcta, está todo tan en su lugar, que no hay nada que modifique una sola célula de nuestro cuerpo, nada que estimule los mecanismos de la memoria. Se puede ver con la misma atención y emoción que necesita la res para expandir sus pulmones.
Eddie Redmayne ganó el Oscar más cantado desde Mi pie izquierdo. A la Academia le encanta premiar imitadores. El flaco está igual que Hawking lo que está muy bien para Talento argentino, pero no tiene nada que ver con el cine. Para colmo hace un par de días volví a ver Los imperdonables, de Clint Eastwood. Mientras la miraba me imaginaba a Clint en ese rodaje. Las marcas actorales deben haber sido algo así como “mové la cabeza para allá”, “levantá un brazo”, “mirá para arriba”. El personaje se construye en la misteriosa unión de un cuerpo vivo y una narración, en la puesta en escena, no en un taller de morisquetas. El drama y la emoción están cultivados con paciencia, con sabiduría, por alguien que sabe algo del alma.
La teoría del todo al menos sirve para demostrar que lo que hace grande una historia es su puesta en escena, no hay historias grandes a priori. Deja en evidencia que nos puede importar mucho más si William Munny tiene hambre o frío o le pica el dedo gordo del pie, que el origen del universo, quiénes somos, por qué estamos acá o lo que sea que pase por la cabeza de Stephen Hawking.
La película pretende sostenerse exclusivamente en la historia. Cree que la historia, por sí sola puede conmover. Por eso transcurre tratando de no entorpecerla. Todo lo que hace es intentar acentuar un par de momentos, sumarle una actuación a la medida del Oscar y un supuesto clasicismo que no moleste. El resultado es el bofe.
La teoría del todo (The Theory of Everything, EUA, 2014), de James Marsh, c/Eddie Redmayne, Felicity Jones, Harry Lloyd, Alice Orr-Ewing, 123′.
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Ese año se lo hubiera dado a Benedict Cumberbatch (no sé si lo escribo bien) por Código Enigma. O a Michael Keaton