La Revista Anfibia es benjaminiana. Es heredera de Walter Benjamin. Es hija dilecta de Benjamin. Es Benjamin directamente: por eso no hay espectro social (¿cultural?) que no cubra o quiera cubrir para intervenir con sus ensayos y artículos: política, economía, deportes, moda, historia, espectáculos, artes…

La Revista Anfibia te enseña. Te subestima y te enseña. Te dice cómo son y cómo no son las cosas. Te sienta con sus doctores en antropología y te explica lo que sabe que no sabés por más que lo sepas. Te enseña, te muestra, en realidad, que por más que lo sepas, hasta que no leés Revista Anfibia, no lo sabés.

La Revista Anfibia te enseña de un modo u otro. Tenés que aprender entonces. No dejar pasar la oportunidad. La Revista Anfibia, que es la Revista de una Universidad Nacional particularmente progresista como la de San Martín, te va a enseñar siempre. Te va a dar categorías de análisis. Te va a dar el análisis. Te va a dar la crítica del análisis. Te va a dar todo.

La Revista Anfibia otorga. En sus ensayos, notas y artículos largos, larguísimos, otorga… Da. La Revista Anfibia, al ser Benjamin, te da coyuntura y presente y contemporaneidad y lo que está pasando en este aquí y ahora. La Revista Anfibia te actualiza y te interviene si no tenés muy en claro cuál es tu aquí y ahora: esto es parte del trabajo de informarte todo el tiempo. Enseñarte más bien, como proponía Benjamin… Por ello, la Revista Anfibia es didáctica. Es Benjamin.

¿O no? ¡No! Es Benjamin.

En este contexto, es que la Revista Anfibia te dice lo que es y lo que no es el feminismo; lo que es y lo que no es el machismo; lo que es y lo que no es un machirulo; lo que es y lo que no es un deconstruido; lo que es y lo que no es una feminazi; lo que es y lo que no es un presidente; lo que es y lo que no es una medida económica; lo que es y lo que no es el sexo; lo que es y lo que no es un deportista; lo que es y lo que no es un periodista; lo que es y lo que no es una serie televisiva; lo que es y lo que no es un pobre; lo que es y lo que no es un delincuente. Sí, la Revista Anfibia cubre todo el espectro social y te dice lo que son y lo que no son los entramados de la cotidianidad; y te lo dice a través de doctores, de especialistas; ¿cómo contradecirla entonces?

¿Cómo decirle no, la verdad, me parece que eso no es así ni de un lado ni del otro? Imposible: la Revista Anfibia es Benjamin. Es la Revista de la Universidad Nacional de San Martín. Es la Revista de doctores. Es la Revista que nada, se sumerge, emerge, respira, camina y croa.

Por eso, cuando la Revista Anfibia te dice que El marginal es un riesgo, tenés que creerle. La Revista Anfibia no miente. ¡La Revista Anfibia alerta! Despierta conciencias. De allí que sea indispensable para pensar una contemporaneidad; una realidad social. Además, es gratis. Sólo hay que tener conexión a internet (que no lo es). Más indispensable aún.

La Revista Anfibia, a través de la doctora en antropología rosarina Eugenia Cozzi -especialista, según sus palmares, en la participación de jóvenes de sectores populares en el mercado de drogas ilegalizadas, en robos y en situaciones de violencia(s); así como también en prácticas de las policías y fuerzas de seguridad en relación con este grupo social-, en su nota llamada El marginal, pornografía de la violencia[1], entiende que El marginal es un riesgo y es un riesgo pornográfico. Entiende que la pornografía es mala y por eso El marginal y sus aparentes estigmatizaciones son igual de malas. Entiende, en sus palabras textuales, que “colabora en la construcción y circulación de imágenes y en la creación de sentidos sobre sectores populares, el ‘mundo del delito’ y la(s) violencia(s). Sin pasar por alto la advertencia de Laura Nader acerca de no estudiar –en este caso narrar/representar- a los pobres y excluidos porque ‘todo lo que digas será usado en su contra’, reconociendo los riesgos de colaborar en la consolidación de imágenes estigmatizantes y/o estereotipadas, existen otras dimensiones que merecen ser analizadas; esto es, cómo contribuye o no a devolverles ciertas lógicas y significados a esas acciones, prácticas e interacciones, frecuentemente negados.”

Para la Revista Anfibia, a través de la doctora Cozzi, el problema de El marginal es la “construcción” y la “representación”: construye y representa, aparentemente, un cierto tipo de pobre y de delincuente negativo (¿para quién?). Un cierto tipo de pobre y delincuente que a la Revista Anfibia y a la doctora Cozzi no les conviene construir ni representar.

¿Por qué no? Porque para la Revista Anfibia, la única que puede decir, como ya enumeramos, lo que es o no es un pobre y/o un delincuente, es ella misma.

Para Cozzi, muy foucaultiana a destiempo, la imagen/representación del pobre y del delincuente debe ser -discursivamente, al menos- otra. Esa otra cosa es, debe ser más bien, una otredad dentro de un contexto (¿mundial?, ¿argentino?, ¿porteño?, ¿rosarino?) particularmente marcado por diferencias de clases sociales (sí, Cozzi es marxista también): el pobre-delincuente es pobre-delincuente para la Revista Anfibia y Cozzi en tanto y en cuanto se diferencia (¡siempre como VÍCTIMA[2]!), en primera instancia, de lo que se entiende como clase media y, en segunda instancia, experimenta algún tipo de sometimiento por parte de la clase alta. Es decir, para la Revista Anfibia y Cozzi, el pobre-delincuente es por oposición y no por afirmación. El pobre-delincuente es lo que no son las otras clases sociales, y por ello es víctima de esas otras dos clases sociales en sus pujas por el poder público. El pobre-delincuente, para la Revista Anfibia y Cozzi, es por descarte y no por presencia.

Pero, El marginal, a contrapelo de la Revista Anfibia y Cozzi, construye por afirmación y plena presencia sus personajes: los Borges, por ejemplo, son los Borges por características propias, no por contraste de clase social. El contraste de clase social es una instancia casi terciaria en la historia. Los Borges son los Borges por caracterización: por eso son personajes absolutamente arltianos. Los Borges son los Borges porque lejos de ser víctimas son victimarios y cuando son víctimas, automáticamente buscan transformarse en victimarios. En su caracterización psicológica está el poder del relato. La historia, la trama en sí de El marginal -tanto en su primera como en su segunda tirada- es mínima, es un par de ideas enlazadas y listo, no hay mayores misterios ni vueltas de tuerca, lo mínimo indispensable para sostener un relato coherente y entretenido (¿le duele la palabra entretenimiento a la Revista Anfibia?; y sí, ¿cómo no?, ¡es Benjamin la Revista Anfibia!); su fuerte está en la representación de los actores y en la capacidad performativa de los personajes desde un punto de vista psicológico primero, y fisiológico (más que físico) después.

Mario Borges (el gran Claudio Rissi), el Sapo Quiroga (Roly Serrano) y Antín (un estupendo Gerardo Romano) se lucen en la serie al igual que Rita (Verónica Llinás) y la Gladys (descomunal Ana Garibaldi). Por esa fuerza de las actuaciones, Lamothe (Salgado), Minujín (Peña) y Gusmán (Emma) quedan flojas, con un contraste grande y generacional en relación con las otras actuaciones mencionadas, al punto tal de pasar a ser personajes realmente secundarios dentro de la historia y absolutamente prescindibles para la misma.

El marginal es un relato de personajes, en el que el atractivo de la trama no pivotea por la historia en sí, si no en cómo los personajes la van sobrellevando a través de sus actuaciones. La hipnótica intriga que se construye entre capítulo y capítulo se sostiene en volver a ver a Mario Borges tramando cosas siniestras, no en el descubrimiento de quién es el asesino de lo que sea. No hay mayor destreza del género policial en la serie; hay, más bien, una apuesta shakesperiana a la pasión de los personajes por sobre el hilo conductor de la historia. Por esta razón, El marginal es más teatral que televisiva. Más cinematográfica que serial.

Y quizás, por todas estas situaciones, es que para la Revista Anfibia y la doctora Cozzi, El marginal sea un riesgo: porque en ningún momento presenta (para criticar o ponderar) a un pobre-delincuente víctima como a la Revista Anfibia le gustaría mostrar; es decir, a un pobre-delincuente definido como víctima, en contraste con una clase media que lo rechaza y una clase alta que lo explota. Por el contrario, a El marginal le chupa un huevo es(t)e reflejo althusseriano de la realidad en el arte. Para el trío Ortega-Ortega-Caetano, lo que importa es lo que reflejan los personajes en sus relaciones, dentro del “mundo autónomo” (¡leer Piglia, leer Piglia!) que crea la ficción en sí y para sí a través de sus pactos recurrentes.

La ficción en El marginal toma elementos de la realidad (y hasta ahí nomás) no para reflejarla si no para construir su propio mundo (ficcional). Por eso no le importa ni el reflejo, ni la victimización, ni el estigma social, si no la verosimilitud de sus personajes, obviamente, ficcionales, teatrales y funcionales con el argumento en formato de serie de 10 y 8 capítulos respectivamente. De allí que abunden el primer plano y el primerísimo primer plano (cosa muy rara para serie argentina donde todo se filma en plano medio): el retrato del personaje (su maquillaje, su ropa, sus tics…) es lo que vale por sobre cualquier tipo de analogía social por más que a veces parezca sobreactuado. Y esto le molesta a la Revista Anfibia porque la deja fuera de su juego de intervención benjaminiana social y la reduce a analizar críticamente una cuestión más bien estética que ideológica, y en lo estético El marginal es brutal, pornográficamente placentera y artísticamente muy lograda.

En los años 80, después del estreno de Superman de Richard Donner, la Warner Bros recibió una serie de demandas provenientes de padres que acusaban a la película haber creado un comportamiento dañino para sus hijos. Es decir, al parecer, los niños después de ver la película se subían al techo de sus casas y saltaban al vacío creyendo que podían volar. La Warner Bros ganó casi todas las demandas argumentando que existía una restricción de edad para verla y que era responsabilidad de los padres si, pese a ello, les permitían ver una película que no era “apta para todo público”. Sí, si tu hijo ve Superman, se sube al techo de tu casa, se tira y se hace mierda, la culpa no es de Donner, Reeves o el jefe de efectos especiales; es culpa 1) de los padres por no saber cuidar a su hijo y permitirle ver una película cuando todavía no están capacitados para distinguir la ficción (el pacto ficcional) de la realidad, y 2) de los hijos por ser unos boludos. Pues bien, para Cozzi, en palabras textuales de ella y de la Revista Anfibia antes de citar a Bourgois, la cuestión pasa porque “ahora bien, como decíamos al principio del texto cuando estudiamos, narramos, representamos el ‘mundo del delito’ ligado a los sectores populares existe el riesgo de colaborar en imágenes estigmatizantes y estereotipadas sobre estos fenómenos y sus protagonistas. Por el contrario, al no hacerlo y/o focalizar en algunas dimensiones de la sociabilidad de los sectores populares, se corre el riesgo de construir una mirada demasiado romántica, que no dé cuenta acabadamente del sufrimiento, de las experiencias de humillación, subordinación y opresión generados por las desigualdades sociales; y, al mismo tiempo evita comprender las lógicas, las dinámicas y los efectos productivos de la participación en estas actividades y/o intercambios.”

Si uno, después de ver El marginal sale a la vida pensando que los pobres y delincuentes son Diosito Borges (muy buen laburo de Nicolás Furtado), el problema no es de Ortega-Ortega-Caetano, es de ese uno que es un boludo y no tiene NADA DE CALLE para diferenciar sin estigmatizar por más que lea a Bourgois. Si uno no sabe hacer un pacto con la ficción televisiva, entender su mundo autónomo, entender que sus personajes buscan autonomía sin la necesidad de apelar directamente al entramado social, y que la historia en la que se encadenan no busca reflejar nada más allá del propio campo ficcional, entonces, el problema es de ese uno y no de Ortega-Ortega-Caetano. El problema es subjetivo, no social, por más interpelada socialmente -Lacan mediante- que esté esa subjetividad.

Pasa que, si el conflicto es de uno y su subjetividad, a la Revista Anfibia se le complica el todos socialautomatizante. Y la Revista Anfibia es para un-todos social y sus automatizaciones. Porque es Benjamin y porque es gratis si uno tiene internet (que no lo es). También, porque a esta serie la produjo la TV Pública con el crápula de Lombardi a la cabeza y no con el genio de Diego Gvirtz siguiendo un guion majestuoso de Sandra Russo, algo que, al parecer, también le ha jodido bastante a Marianela Scocco[3] de la inefable Página/12 al punto tal de hacer una analogía -absolutamente cargada de golpes bajos y chicanas partidarias repugnantes- entre la terrible tragedia del pibe de Chaco asesinado y la serie de los Ortega y Caetano en sus descripciones narrativas.

El problema de las teorías comunicativas, los comunicadores, los comunicadores que son periodistas, los periodistas y los antropólogos venidos de Rosario, es que para ser plenamente un Benjamin en la realidad social de un país del tercer mundo, pre industrial, que oscila entre las animaladas macristas, las cortadas de calle troskistas y la demagogia kirchnerista como formas políticas de sostener una democracia precaria de apenas 35 años de vida desde el último golpe militar[4], es NO ENTENDER que la ficción -en este caso, televisiva- crea un mundo autónomo y que ese mundo autónomo no necesariamente debe ser análogo a una circunstancia social siendo que el estigma victimizante del “pobre” y/o del “delincuente” es más bien una necesidad epistemológica de un investigador y estudioso X de una universidad nacional que de una persona que camina la calle y vive el día a día entre su trabajo, la familia y la violencia propia de la delincuencia real; no entender esto, es una forma cínica y transversalmente perversa de jugar al estigma del estigma… Estigmatizar a El marginal primero para luego estigmatizar al “pobre” y volverlo, casi por decante, en categoría de estudio.

Objeto de estudio / Objetivo de estudio / Muestra de estudio / Dato de estudio / “Pornografía de la violencia” (Con comillas, siempre).

Y allí, quizás, está el alfa y el omega del éxito rotundo y popular de El marginal (por encima de Lanata y Tinelli, inclusive) que tanto le molesta a la Revista Anfibia, a Página/12, a la Garganta Poderosa y a la Revista Sudestada -más allá de que la produjo la TV Pública de un gobierno siniestro que transformó al Ministerio de Cultura en una Secretaría del de Educación-: El marginal de Ortega-Ortega-Caetano no le pone comillas al pobre, al delincuente, ni a la pornografía que pudieran significar; no victimiza ni categoriza, hace de sus personajes afirmación estética -entre arltiana y shakesperiana…-, potencia dramática y arte pleno: posiblemente, y pesar de las similitudes con Tumberos, la mejor serie argentina de los últimos 10 años.

[1]http://www.revistaanfibia.com/ensayo/pornografia-de-violencia/

[2] Acá hay un dato clave. La Revista Sudestada y la Revista La Garganta Poderosa, atacaron a la serie desde un mismo punto de vista (inclusive, desde la voz de un actor y escritor que fue preso en la vida real y actuó en la serie): la victimización. Si el pobre no es víctima o no se lo victimiza automáticamente, no es pobre justamente. Mucho menos, delincuente. Sólo en la empatía de y por la victimización, estas revistas entienden estética e ideológicamente la pobreza y le sacan provecho mediático, claramente, para sus artículos de ocasión.

[3]https://www.pagina12.com.ar/140173-del-asesinato-de-ismael-a-el-marginal-ii

[4] Cuya economía, a su vez, depende de la cosecha de soja y su identidad nacional de pliega o se fragmenta si Messi corre la cancha contra Croacia en un Mundial o la camina con todo el frío del mundo…

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