La última película de Wim Wenders, representante de lo que se dio en llamar Nuevo cine alemán, Días perfectos (Perfect days, 2023) es disfrutable no sólo por la placidez que transmite, sino también por el lirismo de una narrativa centrada principalmente en la fuerza de las imágenes.

En el comienzo se nos presenta la rutina del señor Hirayama (Koji Yakusho), un hombre en la mediana edad, representante del proletariado, que trabaja como empleado de limpieza de los baños de Tokio. Vemos la dedicación y el respeto con que realiza su tarea, a pesar de tener que lidiar con “la mierda” del mundo, casi como si se tratara de su pequeña ofrenda a la humanidad, de su humilde acto de redención.

Se lo muestra como un hombre de pocas palabras y solitario. Pero esa soledad es aparente, ya que paradójicamente está atento a todo lo que lo rodea y plenamente conectado con el presente (algo que es muy propio de la cosmovisión oriental), mucho más que la mayoría de los transeúntes que se mueven agitados por las calles de Tokio. Hirayama le presta dinero a Takashi, el joven asistente con el que trabaja, para que pueda pasar la noche con la chica que le gusta, saluda a la joven del banco contiguo en la plaza los mediodías durante su almuerzo y registra al homeless, establece un vinculo jugando al ta-te-ti con una persona anónima a través del papel colocado en una hendija del baño, oficia como cierta brújula y contención para su sobrina Niko, e incluso conforta con un momento lúdico al abatido ex-esposo de la dueña del bar por quien alberga un tímido sentimiento.

El contraste que arma Wenders desde las mismas imágenes entre el baño público al que concurre diariamente Hirayama y la impresionante tecnología de los baños públicos que limpia, es entre la austeridad del Japón tradicional (que atesora los objetos por su valor afectivo en contraposición al valor de mercado) y la sobreabundancia del Japón hiper-capitalista, que está representado también por la familia de su hermana, que se presenta en un lujoso auto con vidrios polarizados y de la cual el protagonista se halla distanciado.

La relación de Wenders con Japón puede palparse desde su documental Tokio-Ga (1985) sobre el cine del realizador Yazujiro Ozu, quien ofició para él como uno de sus referentes cinematográficos, al carecer de referentes inmediatos en su Alemania natal, debido a la debacle económica y al estancamiento creativo en que se vio sumida la industria de su país durante el nazismo y la posguerra.

Del pasado del protagonista poco sabemos, apenas se vislumbra algo a partir de la llegada de la sobrina: el distanciamiento con la hermana y con su padre, hoy internado en un asilo de ancianos. De modo que el acercamiento de Wenders al cine de Ozu, se cifra no sólo en una relación maestro-discípulo, sino también en la experiencia común de ambos países durante la posguerra y en el interés de ambos directores por retratar los cambios que se producen en el seno de la familia tradicional, sus distanciamientos, quiebres e incomunicaciones, a partir irrupción de la modernidad y la cultura norteamericana.

La americanización de la cultura tradicional y la pérdida de las raíces originarias se aprecia en la música diegética que escucha Hirayama durante sus traslados en la van por las autopistas de la ciudad (Lou Ree, Pattie Smith, por ejemplo) y en sus lecturas (Las palmeras salvajes, de Faulkner; Once, de Highsmith), referencias de las que se rodeó el propio director durante sus primeros años de juventud en Alemania, y que son empleadas tanto para transmitir el estado anímico del personaje como con fines narrativos.

A lo largo de la película sobrevuela cierta atmósfera de sacrificio, pero también de exultante alegría. Hirayama hace de lo que hay y con lo que hay, un día perfecto, cada vez. Por eso, Perfect Days da cuenta de un saber hacer con la dureza de la vida, con el dolor de existir. A través de la contemplación de los arboles, como modo de encontrar ciertos momentos de felicidad y de sosiego, Hirayama consigue transformar el sufrimiento en un infortunio cotidiano. Se trata de apuntar al “Komorebi”, a la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los arboles cuando las mueve el viento, fenómeno que ocurre cada vez de manera singular e irrepetible. Esto se plasma también en los sueños del protagonista, que Wenders filma en blanco y negro, sobreimprimiendo diversas imágenes del día de Hirayama en un interjuego entre la luz y las sombras. La cosmovisión oriental no se rige como la occidental por un pensamiento binario, sino circular, donde la sombra no es lo opuesto a la luz, sino que la sombra es el punto más oscuro en el que despunta la luz y la luz es el momento más brillante que da paso a la oscuridad.

Otro tópico que es propio de la filmografía del realizador alemán es la idea el viaje como experiencia de autoconocimiento, como modo de reencontrar los orígenes. Este puede apreciarse en el personaje de Niko, que escapando de su familia occidentalizada y de sus problemas, encuentra un arraigo en la transmisión tierna y paternal que realiza su tío. Por ello, y por el detalle de plantear personajes con características paternas que son aficionados a la fotografía, a la fijación en la imagen del instante que se desvanece en la transitoriedad de la vida, Perfect days es una película que dialoga muy bien con una de sus primeras películas, Alicia en las ciudades (1974).

Wenders llega en esta película al borde de la imagen, allí donde ya no funciona como representación, sino como signo, donde se vuelve poesía, punto de empalme y ya no de separación, de modo que la risa se puede volver llanto y el llanto en risa, o que se puede reír en la tristeza y llorar en la alegría, como lo ilustra con elocuencia el plano final del rostro de Hirayama, que evoca a las dos máscaras del teatro. Se trata de transitar con dignidad ética, la comedia-trágica o la tragi-comedia del vivir.

Oriente es lo que orienta, se presenta como una brújula para el propio realizador. Luego de un largo y desparejo derrotero por el cine documental al que lo empujó la relación de odio-enamoramiento con la cultura cinematográfica norteamericana, que lo fascinó pero también lo decepcionó, porque la industria deja poco margen para los modos singulares de expresión, Wenders regresa entonces en Perfect days a sus marcas de origen como director. Pero la película no es un simple regreso con gloria hacia el pasado o desde el pasado, sino que es el milagro de un acontecimiento cinematográfico donde, durante dos horas; pasado, presente y futuro logran coexistir cada vez en cada fotograma.

Perfect days (Alemania/Japón; 2023). Dirección: Wim Wenders. Guion: Takuma Takasaki. Fotografía: Franz Lustig. Edición: Toni Froschhammer. Elenco: Kōji Yakusho, Tokio Emoto, Aoi Yamada, Yumi Asou, Sayuri Ishikawa, Tomokazu Miura, Min Tanaka, Morio Agata. Duración: 123 minutos.

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