Días perfectos en la Argentina actual: casi una broma perversa.

            Días perfectos de Wenders, sin embargo, en cineclubes (al menos en Córdoba con cierta complicidad de MUBI).

            Días perfectos en el Japón de Wenders, en el Japón de Hirayama interpretado magistralmente por el (ya) mítico Kōji Yakusho.

            Días perfectos -los de Hirayama- limpiando baños públicos; limpiándolos con pasión, sin asco, con responsabilidad, con habilidad, con esmero, con amor.

            Días perfectos limpiando la orina, las heces, los salpicados, los vómitos, la asquerosidad ajena que, curiosamente, también es inevitablemente la propia.

            Días perfectos entendiendo, Hirayama, quizás, “eso”: que los desperdicios ajenos son tan limpiables como los propios.

            Días perfectos en la Tokyo que nunca duerme, que siempre produce, que no tiene respiro, que tiene baños públicos impregnados de tecnología que los vuelven prodigios arquitectónicos y de diseño.

            Días perfectos entre la soledad de un hombre cincuentón, austero, disciplinado, absolutamente rutinario.

            Días perfectos entre Faulkner y el rock de los 60, 70, escuchado en casetes.

            Días perfectos para pequeños brotes de árboles caídos que aspiran seguir viviendo en las masetas de Hirayama.

            Días perfectos para sueños imperfectos.

            Días perfectos para el que necesita de días perfectos pero no sabe cómo conseguirlos en una de las ciudades más industrializadas del mundo.

            Días perfectos para la sobrina que se escapa sabiendo que todo refugio es transitorio.

            Días perfectos para el que necesite de la transitoriedad para ser un poco más feliz; al menos, un poco menos infeliz.

            Días perfectos desde el primer sol sobre Japón, el primer sol del mundo.

            Días perfectos para la noche japonesa que se vuelve una telaraña de luces de neón y carteles luminosos de todo tipo que se reflejan en puentes y ríos que todavía atraviesan ancestralmente la ciudad.

            Días perfectos para cantar en japonés canciones yanquis en bares pequeños, íntimos, de gente baqueteada que va a olvidar un poco los golpes que la vida le ha dado.

            Días perfectos para callar con silencios apropiados, sutiles, necesarios como los que vuelve una poética de vida Hirayama.

            Días perfectos para amagar y fintear los golpes bajos.

            Días perfectos para volverse analógicos cuando lo digital asfixia.

            Días perfectos para buscar las orejas de Takashi (Tokio Emoto).

            Días perfectos para las copas de los árboles y su danza innegociable con la luz del sol.

            Días perfectos para desilusionarse.

            Días perfectos para renunciar.

            Días perfectos para sufrir.

            Días perfectos para no poder olvidar.

            Días perfectos para llorar desconsoladamente en el abrazo que quizás sea el último.

            Días perfectos para volver a habitar otro, y otro, y otro, por más que todos se parezcan un poco siendo absolutamente diferentes…

            Paris, Texas (1984), Las alas del deseo (1987) y ahora Perfect Days… Win Wenders a los casi 80 años lo hace de nuevo y el cine se lo agradece. Los que nos potenciamos con el cine se lo agradecemos. Pues, quizás, de eso se trate la masmédula del film del alemán: de agradecer, aunque no se sepa bien a quién y a qué y, sobre todo, por qué, pero, agradecer… seguir agradeciendo hasta que haya un final desagradecido, uno que siempre será válido sólo para uno mismo.

Perfect days (Alemania/Japón; 2023). Dirección: Wim Wenders. Guion: Takuma Takasaki. Fotografía:             Franz Lustig. Edición: Toni Froschhammer. Elenco:  Kōji Yakusho, Tokio Emoto, Aoi Yamada, Yumi Asou, Sayuri Ishikawa, Tomokazu Miura, Min Tanaka, Morio Agata. Duración: 123 minutos.

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