La nueva película de Guillermo del Toro, El callejón de las almas perdidas, no es, según sus propias palabras, una remake de Nightmare Alley (1947) de Edmund Goulding, sino una nueva adaptación de la novela de William Lindsay Gresham en la que ambas se basan. La cuestión, sin embargo, es otra: hace rato que no le creo a ningún realizador mexicano; el último fue Arturo Ripstein, un santo de mi devoción.

El punto es que cuando uno ve la película de Del Toro se encuentra ante una sobreproducción bastante evidente, igual a lo que ocurría con La forma del agua -su anterior película-, un universo salido del cine fantástico de los años 40s y rediseñado visualmente con ideas pomposas y sobrecargadas.

El callejón de las almas pérdidas transita por ese mismo camino y repite ese diseño de arte desmesurado con detalles mínimos que no tienen otro motivo para existir dentro del plano más que para el onanismo del pajero visual, como sucede con el consultorio de la Dra. Lilith Ritter, la femme fatale interpretada por Cate Blanchett que parece tan tiesa como el mobiliario que se muestra.

En un sentido narrativo (ejercicio de revisión mediante, necesario y obligatorio), las diferencias con la versión de 1947 también son enormes, y juegan todas a favor del noir clásico. La más importante de todas ellas es que la película de Goulding no cuenta con un prólogo que imponga ni direccione la mirada hacia el pasado del protagonista Stanton Carlisle, entonces interpretado por Tyrone Power con una naturalidad asombrosa, ni a la anticipación de su destino, dejando que el espectador pueda descubrirlo a medida que sigue sus pasos.

La clave pasa por ahí y es sustancial: la película de Del Toro no cree en el espectador; por el contrario, necesita enviarle señales todo el tiempo y guiarlo, una idea que se despliega permanentemente en el mundo actual de las series. En la Nightmare Alley de 1947 la puesta es austera, hay recursos del cine clase B, hay fundidos a negro, hay elipsis y pequeños saltos en el tiempo que no necesitan justificar lo narrado –he ahí el encanto del noir- y hay, sobre todo, una confianza absoluta en el espectador, a quien el director no necesita llevar de la mano como a un idiota para trasladarlo a un pasado lejano, a un mundo de fantasmas que ya está muerto al nacer. Porque eso es la película de Del Toro, un viaje (uno más) a ese museo de cera; todo lo contrario a la oscura vitalidad que la película de Edmund Goulding sigue teniendo hoy, 75 años después de su filmación.

El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley; Estados Unidos, 2021). Dirección: Guillermo del Toro. Guion: Guillermo del Toro y Kim Morgan. Fotografía: Dan Laustsen. Música: Nathan Johnson. Reparto: Bradley Cooper, Rooney Mara, Cate Blanchett, Toni Collette, Willem Dafoe, David Strathairn, Richard Jenkins, Mark Povinelli, Ron Perlman. Duración: 150 minutos.

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