Corren tiempos de miedo e incertidumbre, así que nos pareció el momento ideal para que Demián Rugna, quizá el realizador que más entiende de sustos en pantalla -y no solo en Argentina-, nos cuente todo acerca del terror vernáculo. Cuando acecha la maldad acaba de ganar el premio a mejor película en el Festival de Sitges y tuvo un estreno inaudito en las salas de Estados Unidos. Ahora se estrena en Argentina (con enorme éxito) y aprovechamos la ocasión para saber más de esta movida que llamamos Terror-Chabón, cada vez más consolidada. Mientras a Demián lo acechan los mosquitos, nos cuenta desde su primer corto en inglés hasta sus influencias cinéfilas, e incluso nos anticipa lo que se viene a partir de ahora en una charla tan descarnada como sus películas.
Gerardo Martínez: ¿Vos considerás que tenés un sello distintivo?
Demián Rugna: Mirá, yo intento que mi sello sea escribir y dirigir mis propias historias. Ese intento es mi sello. Ahora bien, mis historias tienen un sello, seguramente, que se define en la búsqueda de algo fresco en el género, en la forma de contarlo, y creo que eso se manifiesta en cómo dirijo a los personajes, cómo actúan mis personajes. Creo que tengo la suerte de que todas las películas las escribí yo y eso termina identificándome. He intentado involucrarme en proyectos con guiones ajenos y no me he sentido a gusto. No he encontrado, al menos por ahora, un guion que diga “esto me representa a mí”. Ojalá aparezca y me ahorre escribir un guion, pero por ahora el sello que me distingue, del que yo puedo ser consciente, es escribir mis propios cuentos, mi propio universo. Soy una persona que propone universos que tienen algo de desenfado, que tienen una propuesta un poco políticamente incorrecta, o algunas escenas jugadas: si hace falta poner esa escena no lo dudo.
GM: De hecho, vas bastante a romper ciertos tabúes incluso dentro del género.
DR: Sí, y me pasa que hago género de terror y si te sentás a hacer una película de terror tenés que tomar un poco de riesgo. Yo asumo el riesgo al hacer este tipo de cosas. ¿Cuáles son los riesgos? Bueno, primero que me terminen cancelando; segundo, que no quieran distribuir mis películas, que las terminen cortando. Eso, por un lado; y después, el riesgo de cómo filmar. Eso también, porque hay un montón de escenas que son muy complicadas de filmar, ya sea con animales, con niños, con efectos… Entonces es un riesgo también. Es un riesgo por partida doble, porque si yo tomo todos esos riesgos, ¿por qué no el espectador? El espectador también los tiene que tomar y se tiene que bancar la que se venga, pero siempre en pos de contar un buen cuento.
GM: Sí, no se sienten gratuitas las escenas. Las más pregnantes no. Ninguna es gratuita.
DR: No, ninguna es gratuita y tiene la intensidad que tiene que tener de acuerdo con la historia que estamos contando. La historia de Cuando acecha la maldad es una historia seria, es una historia que te sumerge en un abismo, en un infierno, y no hay concesión. Es una historia descarnada que está viviendo el protagonista. Es tremendo para su propia vida. Pedro es un personaje que no solamente está escapando de los demonios per se, sino también del propio demonio que tiene adentro, demonios de su pasado. Y con ese conflicto también arrastra a toda su familia. Uno dice: “Bueno,¿qué le estoy ofreciendo al espectador además de una historia interesante, de la intriga de no saber qué va a venir después?” Bueno, le estoy dando algunas cachetadas y esa es un poco la idea.
Romina Quevedo: ¿Cuál sentís que es el límite? ¿Hay algún límite en el cine de terror?
DR: Yo siento que no debería haber límite, no debería haber una autocensura. A veces pasa también con el humor. Cuando tenés que ser políticamente correcto con un montón de cosas, te terminás autocensurando y decís “estoy haciendo humor y no puedo hacer reír a través de esto”. Con el terror tenés un poquito más de licencia, o tenés un poquito más de posibilidades, pero en cierta forma no te estás burlando de o no te estás riendo de, sino que estás mostrando imágenes perturbadoras. Sin embargo hay escenas que uno no se imagina filmando. Por ejemplo, yo no me sentiría cómodo al filmar alguna escena de violación, como la de Irreversible de Gaspar Noé. En ese sentido es raro porque machaco niños de todas las edades pero no me siento cómodo con una escena de violación. Igualmente considero que si estás contando una película de terror, no tenés por qué ponerte límites. El límite lo termina poniendo un estudio, un productor, una distribuidora, y uno como realizador tiene que confiar en lo que está contando y qué es lo más efectivo para contar.
GM: Hay un vínculo que une el terror y el humor. Jordan Peele viene del humor y hace terror, Black Mirror es casi una sátira, tan graciosa como descarnada, y me parece que Cuando acecha a maldad es bastante graciosa en ciertos momentos, hay gestos de ironía, mucho más que en Aterrados, y eso me hizo acordar a No sabes con quién estás hablando, que es una comedia negra. ¿Vos qué pensás?
DR: Sí, yo soy un ferviente creyente (de eso). Mi teoría es que para hacer terror que funcione tenés que saber hacer humor, que el timing que vos manejás para el terror tiene que ser el mismo timing de la comedia. Si vos estás contando un chiste y en el medio del cuento yo ya sé de qué se trata, ya sé cuál es el remate, estás manejando mal el timing del humor, y el terror funciona exactamente igual. Y otra conexión es que para el humor tenés que ser fresco, tenés que tener ideas frescas, porque si no siempre te terminás riendo de lo mismo y con el tiempo deja de causar gracia. Con el terror pasa lo mismo: tenés que tener ideas frescas y tratar de asustar con cosas nuevas, o al menos que parezcan nuevas. La relación está fundada en el timing, el ritmo. A mí me pasa que yo no puedo escapar, tengo bastante humor negro. Me gusta juntarme con amigos que tienen el mismo humor que yo y potenciarnos. Entonces no me puedo distanciar del humor. En Aterrados el humor surge a pesar de mi deliberada intención: el 70 por ciento de los personajes de mis películas actúan como yo actuaría en esa situación, casi siempre absurda, y el humor surge espontáneamente. En todas las escenas hay un momento en que, si te das cuenta cómo contarlo con humor, te morís de risa. Para mí Cuando acecha la maldad no tenía humor. Sí tenía algunas cosas que me resultaban chistosas, pero cuando se estrenó en Estados Unidos descubrí que la gente se moría de risa y me preguntaba cómo podía ser que sintonizaran con eso, en otro idioma. Pero es algo que está presente y todos compartimos.
RQ: ¿Tenés algún tipo de referente?¿Cómo buscás diferenciarte un poco de eso que decís que ya está anquilosado para buscar frescura?
DR: Me gustan las películas modernas de terror. Terminan siendo excelentes películas, y la verdad es que hoy capaz estoy más para ver esas películas que para ver lo que me inspiró toda mi vida, que fueron las Evil Dead, las películas de Dario Argento, de John Carpenter o de Peter Jackson. Estoy más para ver películas de Jordan Peele, de Ari Aster, películas de carácter más de autor que, por otro lado, está buenísimo que eso suceda porque son estudios [se refiere a A24] que apuestan a una visión diferente sobre el terror y de alguna forma hacen que se llenen los cines. No sé cómo, la verdad. Uno se pregunta cómo puede ser que Midsommar haya tenido tanto éxito comercial, pero está bueno que aparezcan estos estudios apoyando este tipo de películas porque contribuyen a hacer crecer el terror. Pero si vos me preguntás específicamente por influencias, no es para nada esta camada. Para mí son las películas de los 80, de principio de los 90: Terminator, Aliens. Esas son las que me inspiran. Por ahí no se evidencia en el guion, pero me inspiran un montón. Y Scorsese, los hermanos Coen, Paul Thomas Anderson y de toda esa ensalada, después tamizada con un poco de argentinidad, salgo yo.
GM: Justo te iba a preguntar, hablando de argentinidad, si ves alguna identidad en el cine argentino de terror.
DR: No. La verdad que es una pregunta que me vienen haciendo un montón y vengo respondiendo lo mismo, pero tal vez esté equivocado y me encantaría tomar distancia y poder decir “Ah, bueno, mirá”. No lo estoy viendo. Para mí la identidad hoy está dada por un grupo de diez directores que han hecho varias películas. Y si no son diez, serán trece -para poner un número de mala suerte-, y todos tenemos más o menos la misma edad. Obviamente que la generación que sigue va a empezar a aportar ciertos rasgos de identidad, pero me he dado cuenta, hablando con todos mis colegas que hacemos cine fantástico en Argentina y con quienes somos amigos, de que todos nos criamos con las películas de los 80 y amamos el cine norteamericano, y -siendo la gran mayoría de Buenos Aires- no estamos tan influenciados por nuestras propias leyendas, nuestra propia cultura. Incluso tampoco estamos influenciados por nuestros propios autores como Quiroga, Borges, o Cortázar, de los que se puede decir que tienen algo de fantástico que es nuestro. Entonces, por ese lado, siento que somos todos diferentes, filmamos una gama de historias muy diferentes. Y si hay algo que nos puede identificar es que estamos haciendo películas de bajo presupuesto y aspirando a que se vean súper bien. Cuando las empezás a ver hay muchas que transcurren en una casa. Ahora bien, ¿es ese el estilo argentino de terror? Y, no, no es tanto. En realidad, no hay plata para hacer la película que queremos hacer. Aterrados es un claro ejemplo. Es una película pensada y concebida para filmar en dos, tres locaciones, con cuatro personajes para que esto pueda ser real. Entonces, la identidad se va forjando por el marco de la industria, por las formas de filmar, impuestas por el presupuesto, por las condiciones con las que terminás filmando. Pese a ello, yo veo muy heterogéneos a los realizadores de acá y creo que eso es algo positivo. A mi entender está buenísimo, porque después la homogeneidad termina agotando al público. A mí me pasó que, por ejemplo, el cine de terror japonés me terminó aburriendo porque era siempre lo mismo: los fantasmas, los fantasmas y los fantasmas. Quizá en algún momento apareció una película completamente diferente, pero ya está, ya perdí el interés en ese cine, con lo cual aplaudo que en Argentina esté bastante diversificado todo.
GM: Se nota que querés traer la leyenda al terror local, el color folklórico que ya estaba presente en Malditos sean.
DR: Puede ser, sí. La verdad es que no es consciente. Sí, obviamente, yo crecí leyendo los cuentos de Horacio Quiroga desde chiquito, los cuentos de Elsa Bornermann, pero todo lo que aparece no es consciente. Lo que sí, no intento escapar de la Argentina. Yo estuve laburando hace muchos años con un director argentino que hacía terror y estuve en un rodaje donde decía “no, no, no, el mate no”, como esa búsqueda de hacer películas para todo el mundo, y así no hay que explicar qué es un mate. Bueno, eso para mí no va. Capaz que aparece todo esto que decimos porque decidí hacer Cuando acecha la maldad en el campo, y me meto en una escuela rural y aparece la bandera argentina. Pero aparece la bandera argentina no porque la estoy poniendo sino porque está en una escuela rural. No lo voy a evitar para nada, no voy a evitar que hablen como habla en la Argentina la gente de interior. Todo lo contrario, me parece que esa identidad que puede llegar a verse tanto en el episodio de Malditos sean como en Cuando acecha la maldad, es porque no intento evitar que la película sea argentina. La película es argentina y yo soy súper argentino.
RQ: En esa tendencia de desterritorializar la ficción, me parece que hay una búsqueda de que sea un cine de exportación, que conquiste un público más internacional que local. ¿Cómo ves esta nueva camada de cine argentino en el exterior?
DR: No me detengo demasiado a ver, a analizar a los cineastas argentinos, a pensar sus películas como producto de exportación. Sí entiendo y entendí -y con ello complemento la pregunta anterior- que mi primera película la hice en inglés porque el tipo que me daba la plata para hacerla me dijo -esto fue en el año 2005-: “Mirá, acá no tenemos mercado para esta película. El único mercado que tengo para venderla es en DVD en el extranjero, así que tenés que hacerla en inglés”. Era mi primera película, yo quería hacerla a como dé lugar, entonces ahí sí despareció el mate, desaparecieron los carteles y el pueblo que no me acuerdo cómo se llamaba, pero ponele “Villa Tachito”, y terminó llamándose Pleasantville. Los actores hablaban en inglés y ninguno tenía un inglés más o menos digno, ni siquiera la única persona americana que pudimos tener. Después nos preguntaban: “Pero, esa no habla bien inglés, ¿no?” Y era la única persona americana. Entonces pasó que la película fue un fracaso total, no la compró nadie, aunque para mí estaba buenísima en esa época. Estoy hablando de The Last Getaway. Era el año 2005 o 2006 y para el panorama del cine latino de terror de esa época era, a mi entender, un «hallazgo que nadie hallaba», más allá de los problemas que teníamos con el lenguaje. Entonces, un amigo que fue el DF de la película me dijo: “si vos hubieses hecho esta película en español, en argentino, hubiese sido de culto, hubiese sido un golazo”. Eso me quedó, lo aprendí y hoy sigo estando completamente seguro de que si esa película la hubiese hecho en español hubiese sido muy parecida a Cuando acecha la maldad porque tiene una temática que va por el mismo lado y un nivel de realización que para esa época está súper bien. Entonces fíjate cómo es la identidad que te forja el mercado, porque en definitiva estás haciendo arte, pero es un arte muy caro de hacer y necesitás financiarlo, y esa forma de financiarlo a veces te puede destruir una película, o te puede destruir la carrera. A la tercera vez que hacés una película de esa forma en inglés, te querés dedicar a vender helado.
GM: ¿Cómo ves el rol de las plataformas con el surgimiento del terror argentino?
DR: Las plataformas le dieron la posibilidad a muchísimos cineastas de conectar con el público. La verdad es que sin Netflix Aterrados no hubiese tenido ninguna llegada con el público argentino. Yo estrené Aterrados acá en Argentina y fueron 20000 personas, fue un estreno que se propagó de boca en boca, pero cuando la película empezó a crecer ya no tenía más salas y estabas abajo, y después de unos cuantos meses no se supo más nada hasta que apareció Netflix. Cuando apareció Netflix, explotó. Aterrados fue descubierta en Netflix por los argentinos. A mí me dio una posibilidad enorme para conectar con mi propio público y saber que hay un montón de audiencia en Argentina que quiere ver mis porquerías. Y creo que sí, que hay muchos realizadores a los que les es más fácil comunicarse a través de una plataforma que en cine y tal vez la vea mucha más gente en una plataforma que en cine ahora. Lógicamente las plataformas tienen muchas cosas súper negativas, como el riesgo de abandonar la sala de cine. Además Netflix produce contenido propio y por lo general cuando te vienen a producir a vos se quedan con todo el IP ellos, se quedan con todos los derechos de autor. Es algo que tiene impacto negativo y tiene impacto positivo. En el balance yo veo muchas más cosas positivas. La posibilidad de conectar con una audiencia masiva que antes era la de la tele, y la tele pasaba muy pocas películas argentinas. Habría que hacer un estudio entre los 90 y los 2000 para ver cuántas películas argentinas pasaban en televisión abierta o en algún canal importante de cable. Creo que eran muy pocas.
GM: ¿Y con la plataforma Shudder cómo fue?
DR: Ellos habían comprado Aterrados, les fue súper bien, entonces adquirieron la distribución internacional para Cuando acecha la maldad. Al contar con una distribución garantizada, nos permitió jugarnos un poquito más, hacer la película que quería hacer. Fueron cuarenta días de rodaje, un verdadero lujo para para cine argentino que no tiene a Netflix detrás. Apostaron tanto que después vieron la película, les encantó y dijeron: “vamos a las salas de cine de Estados Unidos”. Fueron 670 salas, récord absoluto. La que más había tenido me parece que fue Relatos salvajes, con alrededor de 200, que era una película candidata Oscar. Así que lo nuestro fue una rareza. Increíble para mí con lo que me costó siempre estrenar. No sabés con quién estás hablando no la pude estrenar en Argentina, y pasar de eso a estrenar en Estados Unidos, en Australia… No entiendo nada.
RQ: Hay algo relacionado con la pandemia por debajo de Cuando acecha la maldad. ¿Fue un puntapié para el guion?
DR: Sí, la película termina pareciendo una película pandémica y yo la escribí antes de la pandemia. Incluso cuando la volví a leer en plena pandemia pensaba: “esta película es como si la hubiese escrito en la pandemia y van a haber un montón de este tipo de películas”. Un poco me la bajaba, pero bueno, es un el reflejo de cómo actúa la sociedad ante un fenómeno de este tipo, de cómo terminó actuando la gente en la pandemia . El guion estaba así tal cual como está ahora. Incluso toda esta conspiranoia basada en la desconfianza, en la creencia de que detrás está el Estado, en el hecho de que no sabes cómo se contagia, pero termina contagiando, el sacarte de encima los enfermos, la solución tan drástica. Todo eso fue escrito antes, pero evidentemente capturó un sentir de la sociedad que está en la película, porque después terminó pasando en la pandemia.
GM: Es como un tema bastante preponderante el del cuidado de los otros y la carga que eso puede implicar. Sobre todo en el caso de los chicos, ¿no?
DR: Sí, temáticamente está presente en la película. En un momento -que no quiere decir que me puse a escribir una película en base a eso-, apareció la idea de cómo los medios de comunicación se te meten en la cabeza y te hacen hacer cosas, pensar cosas, que no que no te convienen, o que no son tan así. Entonces surge esa idea del demonio que tiene cada uno, el ángel y el demonio, y qué pasa si el ángel desaparece y solamente el demonio te está comiendo la cabeza? Un poco esa idea de la propagación de ideas que es el fascismo transmitido a través de los medios, y cómo ese consumo te convence de qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, y te conduce por un camino totalmente errado. En la película el demonio puede manipular a los niños y a los animales porque no tienen el poder de discernimiento que tenemos los adultos, entonces son más fáciles de manipular. En entrevistas no me han preguntado mucho quién es el que nació -era una pregunta que yo creí que iba a ser de cajón-, que es lo que finalmente se alumbra en la película. Pero sí me lo han preguntado mucho mientras yo hacía la película todos los que los que estaban involucrados en el rodaje. Es el mismo interrogante sobre qué es el demonio cuando está encarnado en alguien -sea Hitler o la persona que tiró la bomba atómica, el tipo que contaminó un río o que le hizo mal a mucha gente-, y es esa persona que se va alejando, seguida por una generación nueva a la que encantó y por ello la siguen fielmente como resultado de esa influencia. Es el tipo que les llenó la cabeza a todos, sobre todo a la gente joven y después en el futuro vamos a ver. Tenía en la cabeza una historia sobre alguien que vuelve a su pueblo -similar a El ciudadano ilustre-, pero a un pueblo moldeado por los medios de comunicación, en el que todo era absolutamente falso y todos hablaban en contra de él y lo volvían loco. Algo de ahí saqué para esta película, algo de esa idea de cómo te llenan la cabeza y te hacen dudar de vos mismo. Obviamente esto es una película de terror y es lo que más importa. Más que todas esas teorías. Hay muchas cosas que están ahí dando vueltas en la película, ideas, pero lo importante es que la gente, como decía Hitchcock, la disfrute, coma pochoclo y llene las salas.
RQ: Un final que deja la puerta abierta para una continuación.
DR: Sí, están empujando para que se haga una franquicia. Hay muchísimos estudios que se están sacando los ojos para comprar los derechos para hacer la remake. No sé qué va a pasar, yo no soy el verdadero poseedor de los derechos, entonces veremos qué pasa. Si me preguntás a mí, me encantaría volver a trabajar con el grupo de actores, tanto con Demián [Salomón] como con Ezequiel [Rodríguez]. Volver a trabajar con ellos es lo que más me gustaría, más que hacer la segunda parte de esto. Y si tengo que hacer la segunda parte para volver a trabajar con ellos, la hago, aunque la película no haya sido pensada para que exista una segunda parte. Como me costó tanto filmarla, cuando la terminé pensé: “si me vienen a pedir una segunda parte los voy a mandar a…”. Luego uno se va olvidando y va tomándole cariño a las cosas que sufrió tanto.
RQ: Retomando esto de la posibilidad de hacer una remake, en su momento había surgido la posibilidad de hacer una de Aterrados, ¿pensás que está bueno sacar remakes de películas nacionales? ¿Cómo quedó tu relación con Del Toro?
DR: Mirá, con Del Toro, bien. Obviamente es una celebridad, tiene la distancia que tiene una celebridad con un director latino independiente. No somos amigos ni mucho menos, pero la relación quedó bien. Se le venció el contrato con Searchlight en medio de la pandemia, lo contrató Netflix para hacer como cinco películas, y si bien intentó llevar Aterrados a Netflix el contrato con Searchlight seguía dos años más y el estudio no quiso cederlos. Entonces Del Toro se fue por ese otro camino. No hubo ninguna tensión en la relación , incluso lo invité Toronto a ver Cuando acecha la maldad y me dijo que tenía ganas pero en general no asiste a funciones multitudinarias porque lo vuelve loco la prensa. Con respecto a las remakes, la verdad es que es difícil. Es cierto que la remake de Aterrados me daba la posibilidad, primero, de trabajar con Del Toro, y segundo, de meter una película en una industria como Estados Unidos. Era un salto laboral importante en lo económico y en lo profesional. Ir a un estudio gigante, que en ese momento era Fox, y que me digan: “Che, queremos trabajar con vos”. Cómo voy a decir que no. Ahora, que existan esas posibilidades y se concreten, es raro. Pero, bueno, los norteamericanos necesitan la película con sus estrellas, con sus Darín y con sus Francellas, y con su idioma. Saben que una película de ellos la pueden explotar en todo el mundo y que invierten 20, 30 millones de dólares, y recaudan 150. Ese es el negocio. Con una película argentina que ya está hecha no van a llegar a hacer eso. Entonces la remake te da la posibilidad de hacer que tu historia se internacionalice y te da posibilidades de seguir trabajando en una industria tan impresionante como la que tienen ellos. Después depende del control que vos puedas tener o no sobre eso, para ver si hacen una porquería o no. La verdad es que a veces los estudios contratan y el guionista hace cualquier cosa. No puedo hablar ni a favor ni en contra. Lo que sí te digo es que la remake te da la posibilidad de que esa historia se vea en todo el mundo. Esto que está pasando con Cuando acecha la maldad es una rareza absoluta. Tuvo 670 salas Estados Unidos y ahora la lanzan en Shutter.También están entrando un poco los subtítulos en la industria de los yanquis y está haciendo negocio al pasar películas en otro idioma. Después de Parasite, con Netflix y la pandemia, empezaron a ver otras películas con subtítulos y parece que también las generaciones nuevas, formadas en las redes, miran mucho con subtítulos. De a poco empezamos a hacer tambalear a la industria de cine yanqui (risas). Hace 10 años decir “vamos a estrenar una película argentina de terror en 670 salas en Estados Unidos” era una locura.
RQ: En relación con esta última década, ¿cómo sentís que esta apuesta de fomento del INCAA, incluso con festivales como Blood Window, afecta a los nuevos realizadores de cine de género?
DR: Ayuda un montón. La primera película que se estrenó después de 25 años fue Visitante de invierno, en 2008, y después apareció Sudor frío. Luego empezó a aparecer alguna que otra, una por año, en salas comerciales. Hay un cambio generacional de los productores que se acercan al instituto para buscar apoyo y ese cambio implica que hay gente joven que quiere producir y que se ha criado en los 80 y ha visto las películas que nosotros vimos. Eso, por un lado; y por el otro, es importante la fuerza de la autogestión en este tipo de películas, ese impulso creativo y rebelde de querer hacer algo completamente diferente a lo que se ve, la necesidad de querer explorar el cine fantástico a como dé lugar pese a que no tengas apoyo del instituto o productores detrás. Todo eso hizo que cada vez haya más y más gente que quiera hacer este cine y entonces empezaron a aparecer, más allá del contexto del Buenos Aires Rojo Sangre (BARS), películas cada vez mejores. Y alguna que otra película se vendió afuera. Fue algo que se fue armando y gestando inicialmente a través del BARS, de los realizadores, que se agilizó cuando el INCAA finalmente empezó a aprobar proyectos que antes no los aprobaban ni en pedo. Y con productores que empezaron a ver que podían meter estas películas en un mercado de afuera, lo cual con otra película de autor era más complicado. Entonces empezaron a apostar al género. Después, Blood Window lo que hizo fue, en definitiva, organizar muchos festivales del mundo, traerlos a Argentina, compartir y hacer algunas relaciones diplomáticas entre festivales para exponer y potenciar el cine latinoamericano de terror. No es que Blood Window solo potencia a Argentina, sino que, promueve el pitching en todos lados de Latinoamérica.
GM: Eso muestra que se articulan ahí lo estatal con lo privado y eso genera un circuito.
DR: Sí, muestra el interés en que esto se transforme en una pequeña industria. Y tuvimos la suerte de que dos o tres películas fueran muy bien consideradas por la prensa internacional, en los festivales, como fueron Nocturna y Aterrados, y eso nos dio un empujón más con el público. Porque vos podés hacer todo esto, pero si tu público te sigue diciendo que el cine argentino es una mierda, y mucho más el cine de terror, estás en el horno. Necesitamos que el público argentino no solo vaya a ver las películas de Darín, sino que vaya a ver también las películas fantásticas. Esperemos que ahora sea un punto de inflexión, después de haber ganado Sitges, de que una película latinoamericana haya ganado el festival. Que sea un punto de inflexión para muchos espectadores y que no le teman a acercarse a nuestro cine de terror o fantástico.
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