En 1976 John Carpenter filmaba una escena de una crudeza pocas veces vista en el mainstream hollywoodense: una inocente niña recibe un disparo a quemarropa por parte de un rebelde, mientras compra un helado, a plena luz del día, y a metros de su distraído padre. La crueldad, sin embargo, no estaba dada por el disparo mismo sino por el contexto general en el que se inscribía la película que otorgaba a dicha escena un silogismo escéptico. Era el fin de la inocencia y del sueño americano en el marco de una década desencantada. Me refiero a Asalto al precinto 13, una película en la que no hay payasos aunque sí un afilado y oscuro sentido del humor. ¿Por qué para hablar de El payaso del mal, de Jon Watts, decido empezar hablando de esta escena y no de películas en las que la coulrofobia sea el tema central? Porque lo que se ha señalado como gran osadía de la película es la violencia que se aplica contra los chicos. Pero la acumulación infanticida de El payaso del mal no alcanza a imprimir en el espectador la perturbación de aquella única imagen.
La razón principal por la que esto sucede es que esas muertes parecen graficar el simple morbo de la violencia semi explícita (aunque el nombre de Eli Roth al frente pueda entenderse como garantía de violencia y sangre desmedidas, el gore de la película es escaso y limpio), pero de lo que la película no sabe hacerse cargo es que tras esa agresividad y brutalidad que se aplica contra los chicos está velada la carga pedófila de esas escenas. Los escenarios en que se dan los encuentros entre el payaso y sus víctimas, y las maneras en que se acerca a ellos (o ellos a él) son cuadros ostensibles de la pederastía, pero es sabido que Hollywood jamás filmaría una remake de A Serbian Film. Si apenas pudieron lidiar con el final de Old Boy. Watts no corre ese riesgo y tira la piedra escondiendo la mano de principio a fin, como si caminara en puntas de pie por el género pensando en el mercado, sus intereses y la sensibilidad del espectador. En este sentido, es mucho más efectiva su posterior película, Cop Car, cuyo universo se encuentra atravesado por el amor, la nostalgia y la muerte en el espacio abstracto y poético del desierto.
Con esta timidez también, de buenas a primeras y sobre el final de la película, apunta sobre la esposa del protagonista un intrínseco racismo. Luego de que el demonio, que posee el cuerpo de su marido a través del traje de payaso que lleva puesto, le exija un niño más para liberar a su amado y no comerse a su hijo, en medio de una agitada multitud que huye espantada del monstruo en los alrededores de un parque de diversiones, Meg (Laura Allen) deposita su mirada en un nene mulato que se ve asustado y perdido, buscando con la mirada a su madre que aparece salvándolo de las garras de esta mujer. Pero, de nuevo, nada más se dice sobre el tema, como otro sucio secretito que la película quiere resguardar.
Los personajes surgen de la nada y carecen de desarrollo desde los primeros segundos del relato. Kent (Andy Powers) es un corredor de bienes raíces que se ve forzado a disfrazarse de payaso para salvar del fracaso el cumpleaños de su hijo. El traje aparece por arte de magia dentro de la propiedad en la que se encuentra trabajando tras recibir el llamado de su esposa que necesita tener todo bajo control. Estos son apenas los primeros minutos, a partir de ahí, y a los tumbos, nos iremos enterando que no puede librarse del traje, que el mismo se trata de una piel que encierra el espíritu de un demonio que se alimenta de niños y que hay sólo dos chances de salvación: ingerir una cantidad determinada de víctimas o que el poseído sea aniquilado. El terror de El payaso del mal es epidérmico y tibio, no hay manera de sentir tensión, miedo, angustia, algo siquiera cercano. Los actores se calzan los personajes como si de otros trajes de payaso se trataran pero sin gracia alguna.
Aquí pueden leer un texto de Lucas Beriain sobre esta película.
El payaso del mal (Clown, EUA/Canadá, 2014), de Jon Watts, c/Peter Stormare, Eli Roth, Laura Allen, Christian Distefano, 100′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
No acuerdo con tu crítica. Me gustó esta sobria peli de terror. sobre un payaso comeniños, suerte de vuelta de tuerca sobre la pedofilia: entrada en materia rápidamente, humor clase B, muy buen uso del fuera de campo, algunas escenas horrorosas, cero autoconsciencia y cancherismo, algunas locaciones muy buenas y un interesante cambio de sucentro de gravedad, coherente con la deshumanización de su protagonista. Creo que el eprsonaje de la esposa sí tiene un desarrollo muy interesante. Y no creo que dejar cosas en el fuera de campo o en la elipsis sea una cobardía sino una elección.
Hola Daniel: Son distintas formas de verlo. No puedo agregar más que lo dicho en el texto para fundamentar mi desagrado, pero quiero aclarar que valoro muchísimo el fuera de campo cuando se sabe utilizar, algo que no sentí en esta película.
Muchas gracias por la lectura y el comentario.
Saludos!