Algún video de youtube como el top siete de las llamadas más escalofriantes al 911 o un buen documental sobre crímenes, casi siempre en Estados Unidos, llegan a provocarme miedo o algo parecido. La ficción, últimamente, no. Salvo en algunas ocasiones en las que las secuelas se repiten como el efecto que intentan y -en mi caso- logran crear. Es, por ejemplo, el caso de Actividad paranormal.
Es la sorpresiva -aunque siempre anunciada- irrupción de lo maligno en cada escena y no el terror como elemento perdurable y cultivado con el tiempo, sea en la vigilia o en los sueños: son sustos luego de una prolongada tensión provocada ante la espera del espectro invisible que se está por alzar debajo de la sábana…¡Y son un éxito! Convierten a los espectadores en vigilantes nocturnos, nos muestran una variedad de cámaras fijas instaladas en cada rincón de la casa, como un Gran Hermano, para que veamos las anomalías que se producen, a veces, sin personas en ninguno de los ambientes. ¡Uh, mirá como se movió esa silla! Y a aquellos ángulos se les suman las vertiginosas cámaras en mano y la subjetiva, la primera persona; El proyecto Blair Witch fue la precursora a fines del milenio -“como el Doom pero en el cine” fue mi reacción en ese momento-, luego vendrían miles. Se podrían decir muchas otras cosas sobre el cine de terror de los últimos tiempos, en algún momento molestaré extendiéndome acerca del género en la última década.
Esta larga introducción es porque acabo de ver Unfriended de Levan Gabriadze, en la que el suspenso está a cargo de una cámara que enfoca una pantalla que exhibe lo que toman otras cámaras.
Es así, una de terror adolescente: una minita de la prepa, Laura, fue víctima de cyberbulling -subieron un video en el que se cagaba encima durante una fiesta- y, al no poder sobrellevar la humillación, se termina boleteando. Pero en estas películas, cuando el cuerpo muere a causa de un mal ocasionado por otro cuerpo, el espíritu, ente o -como me gusta decir- espectro, viene por el cuerpo vivo para vengarse. En este caso, un grupo de cinco amigos unidos en una chatroom de Skype -chat múltiple con cámaras- y por el universo del estereotipo juvenil propuesto en algún momento de la historia y propagado hasta el infinito, pasan un sábado a la noche charlando desde sus casas con sus cámaras encendidas; alguien que nadie añadió a la conversación aparece sin cámara ni foto de perfil. A partir de ese momento inicial estaremos a la expectativa de los problemas que se desatarán por aquel contacto misterioso.
Como mencionó Wajcman en El ojo absoluto: volvió Argos Panoptes, el gigante griego de cien ojos. La multiplicación de las cámaras en este mundo se evidencia en Unfriended, si pensamos en el Panoptes, inmediatamente nos remite al panóptico de Benthan, pero en este caso quien observa no lo hace desde una construcción y sobre las celdas de una prisión, aquí no hay composición arquitectónica, no hay torre, la mirada es, sobre todo, espectral. Tan espectral como la forma en que socializan estos amigos y como quien los observa sin ser observado.
La forma en que es presentada la historia es original, no se puede negar. No sé cuantas películas se han hecho poniendo una cámara enfrente de la pantalla de una computadora durante ochenta minutos. Somos la pantalla -subjetiva- de Blaire, la protagonista (?), amiga de la infancia de la suicida Laura. Si la ves desde una laptop puede ser incómodo al principio, querés intentar cerrar ventanas de chat y páginas abiertas que se superponen y después decís “ah, no, no, es la película…”, supongo que en cine la sensación es otra. En el formato en que la vi, da la sensación muy estúpida de interacción. El mismo nivel de interacción que tienen los protagonistas entre sí.
Es inevitable que aparezca el discurso del espacio público, el encuentro, el verse cara a cara con el otro y compartir en un bar una charla para hacerle frente a las redes sociales, el chat, el Skype y demás tecnologías como el celular, elemento creado -como diría el enorme Alberto Laiseca- por el príncipe de las tinieblas. Es propio de los últimos años y refleja, quizá, la importancia que se le da -no sólo los adolescentes, aunque estos aún más- a la realidad virtual o, mejor dicho, a las repercusiones que los comentarios en las redes sociales tienen en la conducta del sujeto en la otra realidad, la terrenal.
En fin, aquellos encuentros no son necesarios en esta historia, la gracia y cuota de originalidad radica en eso. Estos pibes no van a juntarse en una cabaña cerca del lago a drogarse y tener sexo para luego ser asesinados por Jason como justiciero de las buenas costumbres norteamericanas comandado por Reagan, o cuidarse porque se mandaron alguna el verano anterior, etc. Son otros tiempos y la camarita les facilita el contacto. Aquí la experiencia no se da en un ámbito, la esfera explota y crea millones, ahora la experiencia sucede frente a una pantalla, manteniendo el espíritu individual de estos jóvenes que están a punto de jugar un juego macabro. Como en todas esas películas de larga tradición en Hollywood, estos chicos alguna se mandaron y deberán pagar con sangre.
Una de las cosas que más me atrae del cine es el movimiento. No precisamente el de los fotogramas, sino los movimientos de la cámara, de los actores, de los autos, barcos y aviones, de la misma naturaleza. Como también la exploración de los espacios en este planeta, si son recónditos, pocas veces representados o documentados aún mejor. Por eso Herzog me hace bien. El caso contrario también me seduce. Como cuando me detengo en TCM ante el sedentarismo de los protagonistas de Generación X en ámbitos más que conocidos para los que sólo vimos a Estado Unidos en películas y no puedo cambiar de canal. Pero hasta en ese caso, donde los lugares espaciales son comunes y los sujetos tienen tendencia a la inercia, se puede apreciar ese movimiento. Unfriended no advierte movimiento más que de forma leve o espasmódica, pero lo más interesante de destacar es que el lugar no existe, se caracteriza por su no-lugar. Es por eso que es una película espectral, vemos una pantalla en el noventa y nueve coma nueve por ciento de su duración. La película es y nosotros somos esa pantalla si obviamos los últimos siete segundos. Escuchamos el clic, las teclas, el sonido que produce desde el parlante, lo que grita la dueña de esa pantalla. Si no fuese de terror y la hubiese realizado Lars Von Trier, los críticos y filósofos ya estarían hablando de la pérdida del espacio como forma conceptual en la narrativa cinematográfica actual, de la transcendencia de lo irreal en cuanto a cine espectral para sumergirnos aún más en el camino infinito de los cuadros dentro de cuadros, etc. Creo que el mérito aquí, aunque casi no sea cine (qué importa si me asusto con videos de youtube), es la búsqueda. Se intentó una nueva forma de presentar la historia y eso no es nada despreciable.
Por último, dos cosas. Primero, Unfriended no logra producir ese miedo que el cine de terror actual ignora (la excepción es It follows), pero sí un poco de intriga acerca de las esperadas muertes (adiviné quien moría primero). Segundo, y no menos importante, debo mencionar que en ningún momento escuchamos a Blaire decir lo que está escribiendo, sólo se escuchan las teclas y vemos todas las palabras ahí en la pantalla. Porque nada resulta tan ridículo como ver a los actores decir lo que escriben. Es un engaño, no conozco a nadie que diga en voz alta todo lo que tipea; Tienes un e-mail miente.
Eliminar amigo (Unfriended, EUA, 2014), de Levan Gabriadze, c/Heather Sossaman, Matthew Bohrer, Courtney Halverson, Shelley Henning, 83′.
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