«En Provincia de Buenos Aires no se puede estar en cana, hay que pensarlo
muy bien antes de cometer un delito porque si es para terminar acá y,
directamente, es mejor que te peguen un tiro»
Alfredo García Kalb
Este documental, escrito y dirigido por Matías Scarvaci y Diego Gachassin, se corre de la propuesta habitual de «documental de personaje» tan caro a la mirada antropológica y, en cierta medida, apoyándose en los códigos de la ficción, nos invita a acompañar el derrotero del abogado penalista Alfredo García Kalb, Cacho para los amigos.
El Dr. Alfredo/Cacho es un gran personaje: carsimático, canchero, pelo largo, barba crecida, baterista en sus ratos libres y padre de tres hijos pequeños. Acertadamente el relato deja afuera aspectos que completarían su vida personal y es en estos roles: el padre y el abogado en los que aparece siempre. Vive en una casa cómoda y, por supuesto, cobra por su trabajo lo que no le impide una actividad casi militante en el seguimiento a sus defendidos, visitándolos -en sus casas o en la cárcel-, aconsejándolos, festejando los logros y compartiendo con ellos como amigos, y también, agarrándose la cabeza y visiblemente angustiado cuando las cosas salen peor de lo que se imaginaba. En esos intercambios de «ser parte» como el festejo del Día del Amigo, es donde aparece la cuestión del discurso, de la palabra, del código restringido que pone en evidencia que el problema de fondo es siempre el mismo: la educación. La posibilidad de tener herramientas que ayuden a comprender el mundo y a actuar en él. El padre/abogado aparece más que nunca cuando felicita a un joven que se ha puesto a estudiar «¿Qué arrancaste? ¿La primaria? Muy bien! Te felicito, diez puntos (…) Si querés tener filo hay dos maneras: delinquiendo, con los riesgos que eso implica o dándole marcha, papá porque si no, no queda otra alternativa».
Cinematográficamente la cámara nos introduce en un espacio de detención. Ahí veremos al abogado (absoluto motor del relato) en acción y la forma en la que es recibido por sus clientes que están presos porque los agarraron cuando trataron de asaltar una peluquería armados (esos cuerpos dóciles a los que la disciplina distribuye en el espacio: exige la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo y cerrado sobre sí mismo, según Foucault) nos lo presentan como la garantía de un tratamiento que, al menos, intente la libertad. Estas primeras escenas son lo más logrado del documental, de absoluta honestidad ideológica, el relato no pretende presentarnos a víctimas inocentes, reconocen la falta, la cuentan: “estábamos re en pedo”, dirá uno de ellos. “Estábamos tan empastillados que ni me acuerdo cómo me fui”. Tampoco pretende presentarnos al abogado como a un adalid de los desposeídos, su pretensión será que la saquen lo más barata que se pueda en estas circunstancias porque, a su manera, es uno de ellos y con ellos comparte códigos y así tratará -«estamos hasta la pija»- de que comprendan que la solución menos mala es que admitan cierto grado de culpabilidad para reducir la pena.
A pesar de la referencia foucaltiana del título, la crítica al sistema penal, a la sociedad y sus desigualdades no es el tema del relato, aparecen -siempre en boca del protagonista- algunas reflexiones, muchas de ellas muy potentes. En referencia a las cárceles dirá: «Provincia de Buenos Aires es un desastre, un descontrol, mucha pobreza. No hay comida, no hay remedios, no hay lugar físico, no hay colchones y, además de todo, contínuos traslados (…) que te llevan a lugares que son infiernos en vida», o en el alegato final del juicio que mencionaba al principio refiriéndose a las cárceles «(…) en el mundo real tenemos que saber que si la Constitución dice que es para resocializar y nosotros sabemos que no va a funcionar y que va a ser para castigo y no para seguridad, tendríamos que tomar ese tema para la determinación de la pena. Simplemente por una cuestión de humanidad, nada más que por una cuestión de humanidad».
De impecable factura técnica y estética, con una fotografía que explota y delinea, con cierta exquisitez inclusive, todos los espacios que recorre la película. En primera instancia Los cuerpos dóciles parece proponer el abordaje, en primera persona, del tema de la Justicia en la Provincia de Buenos Aires (específicamente de la Zona Norte del conurbano) y de sus protagonistas, ya sean pibes jóvenes y no tan jóvenes habitantes de los márgenes o casos resonantes como el de José Arce, condenado por asesinar a su esposa Rosana Galliano y, en su momento, Luis «Gordo» Valor, el legendario ladrón de bancos y blindados. El resultado es contradictorio como su protagonista. Por un lado el universo que documenta abre muchas y muy complejas posibilidades de análisis y debate y, por el otro, la elección del registro directo, la cámara presente todo el tiempo y lo que esa presencia genera en el propio García Kalb terminan restándole credibilidad, como si estuviera «actuando» para la cámara, hay una artificiosidad en lo gestual que termina distanciándonos de la película, como dirá él mismo: «… estoy cansado de toda esta realidad».
Aquí puede leerse un texto de Luis Franc sobre la misma película.
Los cuerpos dóciles (argentina, 2015), de Diego Gachassin y Matías Scarvaci, 74′.
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