«Soy el último de un pueblo que no existe porque ni siquiera tiene un pueblo».
Blas Jaime.
Debo reconocer que pensé que me iba a encontrar con un documental de tipo antropológico; esos prejuicios que uno carga. Pero no, gratamente Lantéc Chaná es una película sobre personas, sobre su historia, su dimensión política, sus luchas, su pasado y su presente. Y es, además, un buen punto de partida para empezar a debatir y cuestionar nuestra propia historia, la mía, la nuestra, la de todos. La posibilidad de pensarnos como una región de una riqueza cultural mucho más grande que aquella que nos llegó a partir de la conquista y de la «evangelización» de los pueblos originarios por las misiones jesuitas que, no casualmente, son prácticamente los únicos registros de su existencia que quedan.
Lantéc Chaná (idioma chaná) cuenta la historia de Blas Jaime en un sentido amplio, que trasciende la biografía de este personaje por demás interesante. Hace más de 10 años, en el marco de una charla casual, llegó a la conclusión de que era el último hablante de la lengua chaná y entonces comenzó su «misión». Esa misión apunta en dos direcciones muy claras: una consiste en difundir el idioma de sus ancestros y la historia de su pueblo, y la otra en reunir la diáspora chaná. Es así que Blas comienza su tarea de enseñar el idioma chaná a todos aquellos que se lo solicitan, a pesar de que en ese rol siempre se ha sentido «un intruso». En la cultura chaná son las mujeres las responsables de la preservación y difusión del idioma y la cultura, pero al no tener una hermana recibió las enseñanzas de su madre -quien a su vez las recibió de su abuela- y ahora espera ansioso que llegue el día en que su hija, Evangelina, se haga cargo como «mujer guarda memoria», que es el nombre que reciben las mujeres chanás responsables de la difusión de la cultura.
Al delegar esa tarea podrá volver a acercarse a Dios, del que se alejó físicamente ya que, como él mismo asegura, «no se puede servir dos señores». Podrá volver a ser un sacerdote mormón cuando esa misión en la que está embarcado -la de preservar y difundir su idioma y su cultura-, esa que se creía perdida y que sus ancestros se lo agradecen, vuelva a su portadora originaria. «A Evangelina de pequeña no le enseñé porque en esa época yo trabajaba mucho». Cuando Evangelina alcanzó la adolescencia, llegó el tiempo de enseñarle la tradición y la lengua. Pero Evangelina no quería ser india y así se lo dijo a su padre: «Vos podés ser todo lo indio que quieras pero yo no quiero ser india, porque en la escuela me van a empezar a poner motes, a maltratar y a mí eso no me gusta». Pero esa etapa ya pasó y Blas se regocija de orgullo al señalar que «ya de grande está aprendiendo» y se está preparando para ocupar su lugar de «mujer guarda memoria» continuando el linaje familiar.
Blas se ocupa de visitar escuelas y dar charlas sobre la historia y las costumbres de los pueblos originarios de la región, debatiendo con la propia historia oficial hechos como la batalla del Cerro de La Matanza, que fue un genocidio del pueblo chaná. De a poquito pero sin pausa va generando lazos entre las instituciones y la gente a través de la palabra y la solidaridad, con los investigadores y los responsables de los museos de la zona. El documental da cuenta de cómo se articulan y trabajan los lazos en lo territorial, en las comunidades. Tanto desde la producción artística, como en el caso de la ceramista Marina Nuñez, de Victoria, que se encontró con Blas a partir de su propia investigación sobre la cultura chaná, el barro y la «cerámica gruesa» de la zona, que se dio origen a numerosos talleres en las escuelas, en los barrios de la zona, transformados todos en poderosas herramientas de difusión de la cultura chaná.
Lantéc Chaná fue filmada en Entre Ríos en las ciudades de Paraná, Gualeguaychú, Nogoyá, Victoria y por las rutas. Después en un lugar que se llama El Pueblito, que es de donde viene la familia de Blas Jaime, el protagonista. La película de Zeising es producto de un proceso de investigación que arranca en 2010/2011 y concluye en 2016. El primer encuentro fue con el paisaje, con el Delta en el Litoral entrerriano, una geografía que enamoró a la directora y quedó claramente reflejado en su registro, en el que el paisaje se desliza poéticamente sobre las palabras que lo acompañan. Para Zeising, «esto repara en parte la deuda que tenemos con los indígenas, y conocer a Blas Jaime fue la síntesis perfecta de esta búsqueda». Sus búsquedas también desembocan en otros interrogantes, así es que Marina comenzó a pensarse desde sus orígenes europeos y «con todo lo que está pasando respecto del lugar (el rol) de la mujer, que nos presenta un cambio de paradigma muy importante». Así fue también que nació la idea de su próximo documental que tiene que ver con esto.
Podemos pensar a Lantéc Chaná como una película con dos momentos claramente definidos. La primera mitad presenta al protagonista y, de alguna manera, se ocupa de poner en imágenes y palabras su validación, su autenticidad. Aquí juega fuertemente la presencia del lingüista Pedro Viegas Vargas, cuya investigación fue fundamental para poder hacer el diccionario Chaná-Español y para autenticar científicamente la condición de hablante chaná de Blas Jaime. A partir de la segunda mitad de la película, hace irrupción la dimensión política, no sólo del tema que el documental trata, sino del propio Blas y de lo que representa. En palabras de la directora: «tenemos una deuda pendiente con los pueblos originarios, todos nosotros, los que descendimos de los barcos, y es hora de empezar a dar ese debate y pensarnos como una región que no tiene 200 años de historia. Latinoamérica tiene una historia milenaria. Blas Jaime es un claro ejemplo de resistencia, portador de un idioma que no se hablaba hace siglos, de una cultura que se creía extinta». Las preguntas y reflexiones que dispara la directora también aparecen articulando el relato que construye el documental a través de su propia voz en off y la presencia en la imagen de la actriz Ana Kogan, que aparece como un alter ego de Zeising.
El estreno de Lantéc Chaná fue mucho más que la posibilidad de ver la película: la charla posterior con la directora y el protagonista nos permitió confirmar que Blas Jaime, un hombre pequeño, de voz queda y rostro amable es, como dice Viegas Vargas, «una auténtica enciclopedia», y muy generoso, además, al compartir con nosotros algo de lo que atesora.
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¿Qué destaca de los valores de su cultura?
Blas Jaime: Yo diría que el principal es el respeto a la mujer y a los niños. Porque los niños desde que nacen son tratados como hombres y mujeres, inclusive se lo llama con el diminutivo de esas palabras. Por ejemplo, hombre es Tató y se le agrega la letra E que es «hombrecito» y así se los trata: con ese respeto durante toda la vida. Mis abuelos, mis abuelas ni siquiera nos tuteaban a nosotros, ni a sus hijos tampoco. El la cultura chaná, en su idioma, no existen palabrotas, no existen groserías. El hombre chaná no puede golpear de ninguna manera a su mujer porque es castigado. Nuestra cultura es un linaje que nosotros conservamos creyéndonos descendientes de las antiguas inmigraciones hebreas, y se respetan los linajes y jamás se mezcla la sangre. Ahora sí, porque no hay más remedio… El otro es el respeto universal hacia todas las personas, nadie es más que nadie. Ningún hombre, sea del linaje que sea, puede ser un cacique. En el pueblo chaná el gobierno era de un conjunto de ancianos, hombres que se creía que eran los más sabios, los más capaces y ellos gobernaban al pueblo para que ninguno abusara de otro. Entonces, siempre que había que castigar o premiar a alguien era el grupo el que decidía, y cuando no se ponían de acuerdo la «mujer guarda memoria» era la que hacía de jueza y ella tenía la última palabra. Era un respeto mucho mayor que el que ahora se tiene por la mujer. El que infringía las leyes (las normas) era castigado cruelmente. El pueblo chaná se caracterizaba por su «Ña», que quiere decir matar. Los violadores, por ejemplo, eran castrados y colgados de un árbol sobre el río para que se lo coman las pirañas, entre otros castigos. Y les daban a elegir el tipo de muerte que padecería como parte del mismo castigo. Dicen que la mayoría elegía el empalamiento porque se muere más rápido, pero por las dudas no conviene probar… Estos son los principales valores que yo destaco y, además, el respeto a Dios y a las prohibiciones; la historia es larga. Lo más destacable es eso del respeto mutuo y del respeto a la madre naturaleza, porque la madre, la tierra, era un ser vivo, y su sangre son los arroyos y los ríos (los caminos del agua en idioma chaná) y eso era muy respetado. El chaná no es un depredador, los animales se cazaban por medio de pozos (como trampas) cavados en la tierra tapados con ramas y no los mataban hasta que no fuera necesario para comerlos, porque tenían miedo de que el dios los castigara (y esos castigos se manifestaban de muchas maneras como, por ejemplo, las langostas). La sequía o la inundación también eran castigos de dios. Y los blancos -y esto hasta ahora lo creo-, cuando vinieron a estas tierras también fueron un castigo de dios, porque diezmaron a los pueblos, dejaron millones de personas muertas, contagiándolas con pestes, maltratándolas o directamente matándolas, como dueños de la vida de los demás cosa, que ningún dios permitiría.
Lo que rodea a la lengua.
Blas Jaime está haciendo, desde hace tiempo, un trabajo de difusión del idioma chaná, con todas las implicancias político culturales que ello conlleva. En la charla, lo que se pudo apreciar y disfrutar es la posibilidad de conocer profundamente usos y costumbres de civilizaciones ancestrales, sus rituales, sus normas, sus reglas de convivencia (entre ellos y con pueblos vecinos) y, al ser consultado sobre si se está recopilando esta información, esto nos respondió:
Blas Jaime: Yo hablo del chaná porque sé que me queda poco tiempo. Si alguien se ocupara, un historiador o alguien que tenga tiempo y ganas, podríamos hablar sobre muchísimas cosas. Porque a mí me enseñaron sobre la cultura y las costumbres del pueblo chaná y de los otros pueblos, así fue la educación que mi madre me transmitió. De los Charrúas principalmente, y de los Mbeguá, que es un pueblo desconocido hasta para el Conicet. Ellos mismos, los lingüistas, me dijeron que no sabían ni una sola palabra del idioma del pueblo Mbeguá, que significa «sombra pegada», y era un pueblo de servicios que trajo desde el norte el pueblo chaná hace entre 2.000 y 4.000 años. Vivían cerca pero no formaban parte de los chaná. Ustedes muchas veces encontrarán en los libros de Historia denominaciones como «chaná-timbú» o «mbeguá – chaná» y, en realidad, se trataba de pueblos diferentes, cada uno con su cultura y sus costumbres. La historia del pueblo Mbeguá es muy interesante pero creo que yo ya no voy a tener tiempo para publicarla, o para hacerla conocer. Se trata de un pueblo totalmente distinto al Chaná. El Chaná jamás permitía que los Mbeguá entraran a su pueblo sin la compañía de un hombre superior del pueblo chaná. Ellos le llamaban «letomí», o sea protector al pueblo chaná, porque ellos no podían derramar sangre. Esta historia está escrita en forma escueta en el diccionario. Los Mbeguá dependían del chaná para sobrevivir. Los pueblos, grupos principalmente, que se dedicaban a piratear entre los aborígenes se aprovechaban, principalmente, de ellos. Los Mbeguá eran más altos, tenían más clara la piel, usaban adornos faciales y tenían costumbres distintas:, por ejemplo, la mujer era la que elegía a los hombres. Igual que el pueblo chaná, vivían desnudos. La mujer era dueña de elegir el padre de sus hijos y, cuando no le gustaba algo, lo echaba y formaba pareja con otro, como ahora también suele pasar (risas). Se trata de un pueblo que casi nadie conoce, y menos el idioma. Y hay descendientes de Mbeguá: cuando salimos a buscar por Entre Ríos y la costa del Uruguay aparecían muchos que decían «nosotros somos descendientes de Mbeguá», y en los últimos tiempos, cuando ya venían los blancos, se volvieron Chaná, porque ellos sabían que eran despreciados porque no luchaban, no derramaban sangre. Para protegerse se llamaban Chaná. En Gualeguaychú todavía vive gente, gente alta que se dice Chaná y son descendientes de Mbeguá, porque somos todos más chiquitos los chaná.
¿Cómo se siente al poder difundir en todo el mundo la cultura chaná?
Blas Jaime: Yo diría que me siento bien, me siento agradecido a dios de que me haya permitido hacer esto porque es muy triste que una cultura se pierda, sea la que sea. Por eso también, cuando puedo, visito las escuelas de todo tipo, desde facultades hasta jardines de infantes, y siempre trato de hablar de los otros pueblos, principalmente de los charrúas. Porque alguien debería ocuparse de los charrúas. Hay una señora muy bonita y muy amable que está trabajando para el senado y yo le digo: hoy a nadie, a ninguno del gobierno, le importa nada de los aborígenes. Ahí están los charrúas pasando hambre en Maciá (Entre Ríos), y el señor Horacio Piseda me ha ayudado muchas veces a colaborar con ellos. Pero son mil personas, es como un barril sin fondo, todo lo que conseguimos siempre es poco. Los niños siguen durmiendo sobre cartones, papeles. Ellos dicen «Cristina nos hizo casas», todos tienen casas nuevas y las casas brillan de limpitas pero sus estómagos silban. No tienen que comer, no tienen trabajo, son despreciados por el mismo pueblo de Maciá, pueblo de gringos que los fue arrinconando. Los que se quedaron con su tierra los han arrinconado y no les quieren dar trabajo, las señoras del pueblo no los quieren, no les dan trabajo ni siquiera de sirvientas… y eso ni al senado, ni a la cámara de diputados, ni al intendente, ni a nadie le importa. Hace poco les querían quitar las tierras porque no pagaban los impuestos, una cosa vergonzosa: los dueños de la tierra le querían quitar lo poco que tienen. ¿Por qué? Porque no pagaban los impuestos, cuando en realidad los otros, los dueños de las estancias de los alrededores, les deberían pagar impuestos a los charrúas que eran los dueños de esas tierras. Es muy triste ver las necesidades de un pueblo entero y que nadie se acuerde de ellos. Hay algunos, pero pocos. (Blas Jaime apadrina a la comunidad charrúa de Maciá y es quién, junto a otros, se ocupa de conseguir donaciones y ayuda solidaria). Quizás cuando se exhiba este documental en Paraná sea posible pedir que al que le sobre -aunque ahora poco sobra- algún alimento no perecedero, y se lo llevamos. Conseguimos que el Ejército nos lleve las donaciones pero recolectamos cada vez menos, ahora ya casi nadie da nada. Por eso el que debe ocuparse es el gobierno, o los gobiernos, porque cómo van a tener ahí mil personas, los niños durmiendo en el suelo. Aunque ahora les brille el piso de las casas nuevas, el suelo sigue siendo duro.
Marina Zeising: Desde mi óptica y como cineasta, lo que pasa en el pueblo de Maciá creo que es un ejemplo de lo que pasa a nivel país. Hay una pobreza estructural que por más que haya buena voluntad de diversos organismos, no alcanza. Hay algo que es estructural y, me parce, que un poco lo que pretendíamos con esta película, si bien es todo un gran tema muy especial sobre el que podríamos hacer otra película, es poner en evidencia que frente a cuestiones estructurales es el Estado el que tiene que estar presente y hacerse cargo de nuestra pobreza, al menos un tercio de la población está en estas condiciones.
Horacio Piseda: La pobreza no se resuelve en los escritorios, hay que estar al lado de la gente ayudándolos, acompañándolos, guiándolos, y ese es el trabajo que falta. Ese es el trabajo que realmente falta: el del territorio. Es más fácil estar en una oficina en Buenos Aires, en Santa Fe o en Paraná hablando de los pueblos originarios . Hasta que no nos sinceremos, hasta que nos ocupemos realmente del problema, las cosas van a seguir igual.
La dimensión política.
Marina Zeising: Antes de empezar a filmar había decidido que el estreno sería un 19 de abril (día del aborigen americano), un 1º de agosto (celebración de la Pacha Mama) o un 12 de octubre. Claramente mi objetivo era estrenarla uno de esos tres días. Por diferentes razones, finalmente, elegí el 1º de agosto y por suerte la Casa de Entre Ríos nos cedió el lugar y, bueno, acá estamos. Me pareció una fecha emblemática para presentar la película y, cuando le preguntan a Blas cuál es su palabra favorita en idioma chaná, el responde: beada (mamá) y creo que fue perfecto.
¿Cómo llegas a conocer a Blas?
Marina Zeising: A Blas llego porque tenía ganas de hacer un documental y tenía dos intereses, por un lado esta deuda pendiente que yo creo que hay con lo indígena, y por el otro, mi amor por el litoral, algo completamente geográfico. Cuando busqué historias sentí que Blas Jaime sintetizaba todos estos intereses, aparte de que despierta todo tipo de debates, como los que fuimos atravesando hoy, durante la charla. Todo eso lo fui viendo en el proceso de realización del documental. Y, a priori, no sabía todo lo que iba a pasar, qué es lo que generalmente pasa con un documental. Uno parte de una tesis y después… lo que pasa, pasa. Nunca se sabe que puede pasar y eso es lo interesante. Para mí un documentalista tiene que ser una persona despojada de preconceptos, con el alma abierta y lanzarse a lo que pase y después sí, tener y aplicar un criterio de selección del material. Yo creo que el guión definitivo aparece en la edición de la película.
Blas Jaime es un personaje claramente político, fuertemente político, y yo también. Yo creo que la vida es política y cuando dicen «Ayyy, está muy politizado…», y ese tipo de frases, yo digo: Muy bien que esté politizado y así tiene que ser. Tenemos que debatir, estamos en una democracia, y de eso se trata, ¿no? Hablemos de las cosas, para eso estamos acá.
Para mí fue imposible no tomar una posición política frente a lo que me pasaba, por eso está la actriz que funciona como mi alter ego con mis reflexiones. ¿Cómo no voy a reflexionar con todo esto que estoy viviendo, con todo lo que está pasando? Yo tengo que tener una opinión, más allá que al elegir una imagen o un sonido, ya estoy tomando posición. Para mí había que aportarle una mirada desde mi subjetividad, como realizadora y como directora. No es una verdad absoluta, pero sí es una posición tomada.
¿Pensaste en la posibilidad de exhibir la película en escuelas?
Siempre lo pensé, desde el momento de la edición pensaba en espectadores jóvenes. Mi gran deseo es que lo pasen en todas las escuelas.
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Al principio hablaba de sentirme gratamente sorprendida por la propuesta de Lantéc Chaná, a finalizar la proyección y la charla me invade una sensación amarga al abrazar cierta certeza de que la película pasará por los cines sin demasiada trascendencia porque, quizás, deberíamos pensar en desarrollar nuevos circuitos de exhibición para estas producciones, así llegan a un (otro) público que se pueda apropiar de ellas y pensarlas desde alguno de los muchos lugares de debate y reflexión que plantea.
En estos tiempos en los que los que nos gobiernan ejemplifican la unión ilustrando como el hombre prehistórico aunó fuerzas con sus pares y venció al dinosaurio y otras delicias por el estilo, la presencia, la voz, el relato y la resistencia de un hombre como Blas Jaime, y la película de Marina Zeising, su mirada y su toma de posición frente al pasado, los orígenes y la omisiones que adeuda la historia; son actos saludables, celebrables y absolutamente revolucionarios.
Lantéc Chaná (Argentina, 2016), de Marina Zeising, c/Blas Jaime, Pedro Vieges Barros, Ana Kogan, 61′.
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