Si te agarro con otro te mato
te doy una paliza y después me escapo.

 Cacho Castaña.

Acabo de ver Amantes por un día en la hora de la siesta. Siempre sentí a las películas de Garrel como pequeñas siestas de invierno, en medio de una tarde oscura y con llovizna. Pero esta vez algo me desacomodó, no sé, como si un caudal de agua que hasta ahora corría ligero de repente comenzara a desbordarse. Tardé en darme cuenta que la que había cambiado era yo, mi mirada, mis vínculos con ciertas representaciones y entonces comprendí que la última película de Garrel huele rancia.

Gilles es un profesor universitario de filosofía. Ariane una joven alumna suya y, desde hace tres meses, su pareja. Jeanne es la hija de Gilles y su novio acaba de expulsarla de su casa donde  convivían, busca refugio en casa de su padre donde conoce a Ariane, ambas de la misma edad. Queda formado un triángulo amoroso, cuyo vértice será Gilles. Se irán desarrollando ciertos conflictos en la flamante pareja y comenzará un nuevo y solidario vínculo entre las jóvenes.

Hasta acá la historia de Amantes por un día.

Lo agrio comienza si nos focalizamos en el relato, en la manera en que se construyen estos personajes y cómo estas representaciones determinan los vínculos. En esta estructura narrativa se reparten entre los personajes tres clases de saberes: el intelectual, el amoroso y el erótico. Esta distribución está condicionada por el género de los personajes, y la cosa entonces se pone muy vetusta.

Conocemos por primera vez a Gilles en su ámbito de trabajo, en la facultad en donde enseña filosofía. En el mismo lugar vemos por primera vez a Ariane, ella en cambio aprende, es su alumna.

Me importan mucho las presentaciones de los personajes principales. Son como condensaciones de aspectos simbólicos de cada uno de ellos. A Gilles se lo muestra como portador del saber intelectual desde un tedioso cliché: es profesor de filosofía pero bien hubiera podido ser docente en cualquier disciplina ya que el film no realiza ni una sola articulación filosófica.Lo vemos subiendo las escaleras de la facultad en un ascenso simbólico hacia el saber erótico de Ariane, quien lo espera escaleras arriba para tener un encuentro sexual en algún cuarto apartado.

Aquí encontramos más dificultades. Pareciera que lo único que puede enseñar, compartir y gozar Ariane tiene que ver con lo sexual, construyendo la falsa idea de un espíritu libre y moderno que sin embargo se percibe totalmente restringido a un campo único de exploración juvenil. Lo único que hace Ariane en la historia que narra esta película se relaciona con lo erótico a partir de un estereotipo anquilosado de la mujer heterosexual, disponible a la mirada masculina.

Nos queda la esperanza de la presentación del tercer personaje: Jeanne. Pero no, no se entusiasmen, esta joven aparece deshecha por la angustia de haber sido abandonada por su primer amor, Mateo. Pareciera que  el territorio destinado a Jeanne, según esta escritura garreliana, sea el amor romántico, esta construcción socio-cultural según la cual las mujeres estamos hechas para el amor y sin el cual no seríamos íntegras. Configuración que precisamente por estos tiempos está siendo ferozmente sacudida y Garrel parece no haberse enterado.

Jeanne queda atrapada en la angustia por el rechazo de su amor, queda disuelta y es Ariane quien desde su saber erótico le tenderá un hilo para lograr salir del laberinto, no sin antes matar al minotauro, que podría ser esta idea del hombre, devenido en monstruo ahora que no la ama. Porque siguiendo con la misma construcción patriarcal, el lugar poco feliz que se le asigna al hombre es poco menos que un monstruo si no ama a la mujer, al menos desde la perspectiva femenina que nos quiere imponer dicha construcción.

La historia se desarrolla principalmente en el departamento de Gilles, en donde conviven los tres. Este espacio tiene algo laberíntico, nunca terminamos de entender la disposición de los espacios que se aprietan como sus tres habitantes, porque Gilles también deviene en Minotauro cuando deja de amar a Ariane.

Sigamos con Jeanne. Ariane la contiene y el blanco y negro cobija esa sororidad, entibia la tristeza al tiempo que teje una manta de secretos y complicidades que las envuelve, y las chicas se (con)funden en angustia y erotismo. La música llega con la luz del otro día, suave, amorosa. Pero esta hermandad pareciera sostenerse en las confesiones mutuas solo en función del hombre. De hecho, el secreto de Ariane tiene que ver con un desnudo (lo erótico) y el secreto de Jeanne se relaciona con su intento de suicidio (por amor romántico). Estas dos variables erotismo/amor serán los estrechos andariveles por los que naden estas mujeres garrelianas. Como si todo en ellas tuviera sentido únicamente en relación al hombre (Gilles/Mateo) y no existiese la posibilidad de otras búsquedas en torno al deseo: actividades, trabajos, estudios, vínculos, viajes, y un larguísimo etcétera que a Garrel parece no habérsele ocurrido, o quizás lo espante.

De hecho, cuando Jeanne comienza a recuperarse, ¿qué escena elige mostrarnos Garrel? ¡Vemos a una sonriente Jeanne comprándose una chaqueta nueva! ¡Qué indignación tengo Garrel! Divino que se compre ropa nueva, ¿pero no pensaste una escena algo más interesante para ver que Jeanne comienza a sentirle nuevamente el gusto a la vida? El estereotipo no termina acá, ¿adivinen qué hace la posesiva y súperfragil -definida así por su novio Mateo- Jeanne cuando por fin deja de estar tan perturbada? ¡Vuelve con su ex! ¡Con el primero y único! ¡Ay! Garrel, al menos por tratarse de tu hija real podrías haberle concedido al personaje de Jeanne el placer de la búsqueda, de lo nuevo, de la variedad. Ni eso -o tal vez justamente por eso-.

Como anticipaba más arriba, Ariane sólo parece manejar un saber, el erótico. ¿Qué es lo primero que ve Jeanne en casa de su padre  cuando advierte que hay alguien más? ¿Apuntes universitarios, algún instrumento, dos tickets al cine, un paquete de cigarrillos? No, todo lo que tenga que ver con Ariane confirmará, de manera metonímica, su mascarada femenina. Lo primero que ve Jeanne de Ariane son los pinceles de maquillaje y una cartera diminuta -de esas que no entran nada más que aquello de debe llevar una mujer, según la entiende Garrel-. Ariane está designada por esos objetos, confirma el lugar que ocupará en este film.

Ariane coge, recuerda sentirse desnuda en clase cuando se enamoró de Gilles, posa desnuda por dinero, no tiene nada escondido -según la gráfica de la portada de la revista porno con su foto-, hace berrinches irracionales de celos, y hasta emite sentencias del tipo: “nunca debes decirle a una mujer que se vaya, porque ella lo hará”. O, en diálogo con Jeanne: “Te vas a recuperar. Siempre lo hacemos”. Y Jeanne: “Hablas por ti?”; Ariane: “Hablo por todas las mujeres. También por ti”.

O, incluso cuando le dice a su pareja: “Una mujer que no ama su cuerpo no puede ser un buen partido”, a lo que Gilles responde: “Tú me enseñas cosas”.

¡Ah! Garrel, ¡cuántos absolutos en boca de tu criatura, en nombre de todas las mujeres! Esta insoportable pretensión hoy ya tiene nombre y se llama mansplaining. Y no importa si la película la hizo un hombre -de verdad es un juego esto de enojarme con Garrel-, lo que me fastidia de la enunciación es el óxido patriarcal tras los velos -demasiado translúcidos- del moderno amor libre. Cuando Gilles le estampa un cachetazo a su joven concubina -que el discurso de la película no condena en ningún momento- por haber seguido las reglas del amor libre que él mismo impuso pero no soportó (!), Ariane se ubica en el mismo lugar de humillación y desamparo que estaba Jeanne al comienzo. Al punto de enunciar ahora su propia voluntad de suicidio. Nuevamente estas mujeres, que inocultablemente según el discurso de la película son todas, oscilan entre el erotismo y el amor romántico, que si no es correspondido, las desintegra por completo.

La fragilidad femenina frente al rechazo del hombre y la ruda determinación del hombre frente al engaño femenino construyen estereotipos tan arcaicos que ni la poesía parisina ni la extensa trayectoria artística de Garrel alcanzan ya para disimularlos. Gilles ostenta los tres saberes: es profesor de filosofía, coge con alumnas bonitas y jóvenes, y es muy amoroso con su hija. Festejo alegremente que este hombre pueda contar con esta variedad cognitiva, lo que cuestiono es que las mujeres de Amantes por un día sólo posean uno, y ambas dentro de un terreno tan pero tan pequeño como una cocina.

No es que Garrel sea viejo, su discurso lo es, las representaciones tanto de los hombres como de las mujeres en esta película lo son, sobre eso trato de reflexionar. El agua ya no corre mansa, ahora sale a borbotones, se desborda, colapsa e inunda.

Acá y acá pueden leerse textos de José Luis Visconti y Carla Leonardi sobre la misma película

 

Amantes por un día (L’amant d’un jour, Francia, 2017). Dirección: Philippe Garrel. Guion: Jean Claude Carrière, Caroline Deruas-Garrel, Arlette Lagmann, Philippe Garrel. Fotografía: Renato Berta. Edición: François Gédigier. Elenco: Éric Caravaca, Louise Chevillote, Esther Garrel, Paul Toucang, Féliz Kysyl. Duración: 76 minutos.

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