Atención: Se revelan detalles importantes del argumento.

El Rubicón de recuperar con fe,
con ganas, la cultura del trabajo,
del equipo, del diálogo, de la verdad.

Mauricio Macri 

Pelotudo. Hay una categoría de películas en las que a Darín le hacen decir pelotudo. Lo dice de una forma graciosa y eficiente, la platea ríe. La gracia consiste en que lo pronuncia como agregándole una u en una sílaba no pronunciada, y en que la dice en un momento al que parece corresponderle más un “boludo”. Ese semitono más arriba que va del boludo al pelotudo, sin llegar al hijo de puta, es lo que le da el efecto cómico.

En esa escala apenas ondulada se mueve esta odisea sin travesía. Un relato dócil que recrea punto por punto el universo en el que vive una clase media que se ve a sí misma como paradigma de la normalidad. Perlassi (Ricardo Darín) es el delegado de esa visión en la película: el punto de equilibrio, la medida de la normalidad que, entre otras cosas, consiste en la no enunciación de ideología política alguna. Los demás son corrimientos, cada vez más caricaturescos a medida que se alejan de ese centro: Brandoni, cuyo anarquismo consiste en nombrar a Bakunin y en alguna queja abstracta contra los también abstractos poderes; la empresaria (Rita Cortese) que da una mano en el mal momento; el peronista (Daniel Aráoz) que grita algún que otro viva Perón y hace un asado; los dos trabajadores bobalicones (Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz) y el estallado marginal (Carlos Belloso) que comparte el asado con el peronista y se gastó en vaya a saber qué el subsidio estatal para arreglar su casa y ¡NO INUNDARSE MÁS! 

¿Es muy grave que una película sea un entretenimiento liviano para clases medias urbanas? No. ¿La odisea de los giles es ingenua? Tampoco. Dos lecturas muy relacionadas con la clase a la que apunta la condenan. Por un lado, su visión del mundo regida por la normalidad del personaje de Darín. La idea, emparentada con el Bombita de Relatos salvajes, de que la revancha de los buenos puede ser pura y limpia, sin costos ni pérdidas. Hay explosiones, autos a toda velocidad en la ruta, armas de fuego; nunca un inocente sale herido. Esta idea de inocencia es propia de la clase media: si la sociedad se pone de acuerdo y se comporta civilizadamente como lo hacemos nosotros, entonces habrá para todos y cada uno, siempre de acuerdo a su esfuerzo. Solo falta que los demás, los estafadores, los políticos, los corruptos y los guarangos, adopten nuestra educación, nuestro respeto y nuestro esfuerzo para que el país salga adelante.

No todos los giles de esta odisea pertenecen a esta clase, pero solo hay uno de estos forasteros que no es inocente: el hijo de Cortese (Marco Antonio Caponi). Es el único personaje impuro entre los héroes: le gusta la joda, no se fue a estudiar a la ciudad (como el hijo de Perlassi -el Chino Darín-), no le gusta laburar, y sí le gusta la bebida. Otros, como los hermanos trabajadores o el marginal, no pertenecen a ese “nosotros” puro enunciado por la película, pero son salvados por su ingenuidad, por su reducción a personajes cómicos candorosos; el de Caponi, en cambio, tiene participación activa en la planificación del robo, en la parte intelectual, es un pensante, un sujeto. Pero su pecado original ya lo manchó y no puede escapar a la condena, una condena que consiste en que, al robarse una parte del botín, no podrá ser parte de los bienaventurados que llegarán a disfrutar del éxito del bien. Los valores están pintados con marcador grueso: están los que laburan, los que no roban, los que cumplen con la ley y siempre pierden, y están los otros, los que viven del trabajo ajeno, los vagos, los corruptos, los infieles, los que dicen pelotudo con odio y no con gracia.

En la escena más miserable de la película, Fortunato Manzi (Andrés Parra), el estafador, participa de una fiesta de casamiento. Dos detalles buscan la complicidad de un espectador sobrio y educado, de la “gente como uno”. El primero, que la mujer de Manzi es una especie de Giselle Rímolo de boca operada y bucles rubios teñidos: una grasa. La nueva rica que expone su mal gusto, aquello que en los 90 menemistas los progres veíamos como la marca del diablo. El otro es que Manzi le mira el culo a otra mujer que baila cerca de ellos. El aséptico Borensztein pone del lado del mal hasta la básica contemplación de un culo en un carnaval carioca casamentero. En contraste, el enamoramiento del Chino Darín y la secretaria de Manzi (Ailín Zaninovich) transcurre en un ambiente de luces blancas y sonrisas castas sacadas de un capítulo de Amigovios.

La otra lectura necia de la película es el borramiento del poder económico legal como factor en la estafa. Más allá de que para el objetivo narrativo se entiende la existencia de un estafador concreto y a una escala que habilite la historia, no existe ninguna mención narrativa a poderes financieros de mayor escala, capaces de alterar la economía de un país. Manzi es un abogado vinculado al intendente del pueblo y su cómplice el gerente de la sucursal bancaria. El robo viene desde la política, de un par de tipos sin escrúpulos. Nada más. No hay nada en el orden establecido que habilite la estafa más que unos tipos malos. No existe el poder financiero ni las políticas públicas que favorecen el saqueo. 

Acá llegamos al elefante en la sala, el punto donde La odisea de los giles concentra todo su cinismo, expresado públicamente por la declaración de Sebastián Borensztein de que es “una película antigrieta”. Lo que se robó un político grasa está enterrado y en una bóveda. Enterrado y bóveda. Para sostener que la película no toma partido hay que estar muy tomado por el relato macrista (y ser algo tonto) o tener la cara de piedra. Toda la visión de la película coincide punto por punto con ese relato. La idea de los giles a los que siempre cagan pero un día se revelan llevando el estandarte de la normalidad hasta la victoria es el centro de la historia. Uno de los comunicadores más reconocidos del gobierno (Hernán Iglesias Illia) acuñó en 2015 la frase “hoy ganamos los boludos”. 

“Están expresadas todas las clases sociales y distintas ideologías”, declaró el director en una entrevista. Falso. Ningún personaje se reivindica liberal, nadie asume el relato macrista como tal, el que lo expresa es Darín con su “normalidad”. Las que Borensztein y Sacheri (coguionistas) consideran ideologías y clases sociales están representadas y caricaturizadas, mientras el padre sensato los une a todos con su moderación y madurez, tomando lo mejor de cada uno, con la ayuda de Brandoni, el ex extremista que conserva su compasión por los desplazados del sistema, pero entendió que debe cambiar el fierro partecabezas por urinarias travesuras menores. Así, la gente podrá recuperar lo robado, escondido en bóvedas y enterrado, para poder llevar adelante su proyecto, tan neutral como la película: acopiar granos.

La odisea de los giles se inscribe en el arsenal mediático que forma y acompaña el relato M, no importa si como víctima o como soldado. O se inscribía, porque la película se estrenó cuatro días después de las PASO. La misma noche del domingo 11 de agosto veíamos en vivo como la imagen del presidente se disolvía como un Avenger en Infinity War. El mismo discurso imbécil y vacío que parecía invulnerable se escuchó en ese momento pleno de trivialidad. 

Pocas veces vimos a la realidad llevarse por delante un relato con la velocidad que lo hizo ese domingo. Esa misma semana los soldados del relato levantaban campamento a toda velocidad garrocha en mano. En la sala del cine, lo que unos días antes hubiera sido una disputa por el sentido de la bóveda enterrada, ese jueves de estreno ya era una anécdota en el argumento. Se van los que se las sabían todas y no pegaron una, los que se burlaron de la alegría y el bolsillo de la gente. Vamos a volver, porque el kirchnerismo pudo haber sido soberbio y no haber tomado con seriedad reclamos que eran justos, pero nunca fue cínico, nunca menospreció la alegría y el trabajo. Se van Macri, Peña, Lombardi, Aguad y Avelluto. Nosotros tenemos que volver mejores, tomando el ejemplo de tantos dirigentes que trabajaron por la unidad desde hace mucho tiempo como Alberto Fernández, Felipe Solá y, principalmente Cristina, la dueña de los votos, que fue mucho más sabia que los cristinistas. Vienen años muy duros, ojalá esta vez nos acordemos de quienes son los que se roban lo que no hay forma de representar en bolsos ni bóvedas porque no existe la que pueda contener los miles de millones que los saqueadores  se llevaron legalmente.

Calificación: 3/10

La odisea de los giles (Argentina/España, 2019). Dirección: Sebastián Borensztein. Guion: Sebastián Borensztein, Eduardo Sacheri. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Montaje: Alejandro Carrillo Penovi. Elenco: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Verónica Llinás, Rita Cortese, Chino Darín, Daniel Aráoz. Duración: 116 minutos.

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