11416-BTortilla de batata. Algún día me voy a encontrar con un cinéfilo japonés y le voy a pedir que me detalle exactamente cuántos grandes maestros clásicos del cine tienen. Esta fuente aparentemente infinita de grandes directores no se debe únicamente a que, ya corriendo el siglo XXI, los que fueron modernos en los ’60 ahora sean considerados clásicos. Más o menos remotos en el tiempo, siempre parece haber un nuevo gran director ignoto (por lo menos para el mundo occidental) que trabajó bajo la sombra del gigante de turno (que tampoco les faltan), pero que tiene películas maravillosas para mostrar. Y el verdadero problema de esta cantera sin fondo es que cuando uno logra finalmente acceder a las películas de estos hombres (cosa que, incluso ahora, no siempre es fácil) descubre que efectivamente estos grandes maestros son maravillosas, algunas veces inesperados, otras minuciosos, pero siempre fascinantes. El último gran descubrimiento fue Kozaburo Yoshimura.

La lucha cuesta arriba de una mujer (Onna no saka, 1960) funciona como una declaración de principios estéticos. Akie, una veinteañera moderna, hereda una empresa familiar que desde hace más de 200 años fabrica dulces tradicionales. Sus tíos recelosos y avaros no quieren que se haga cargo, y ella tampoco está interesada en un negocio del que no sabe nada y que la obligará a dejar Tokyo y mudarse a la conservadora Kyoto. En un primer momento, La lucha cuesta arriba de una mujer parece otro drama más que refleja los traumas de la modernización en Japón: enérgica y soltera, Akie decide no reabrir la fábrica y se pone a estudiar diseño de moda. Hay una larga escena en la que Akie recorre el edificio viejo, abandonado y polvoriento con su camisón moderno y liviano, y se asusta al encontrarse con ratas. Finalmente queda hipnotizada por las luces de colores de una gran torre de transmisión, en un plano muy extraño en el que Yoshimura de pronto hace girar a la cámara sobre su eje hacia un costado.

Entonces la película pega su primer volantazo: el antiguo cocinero de la fábrica sale de la cárcel y se ofrece, antes de dejar para siempre el que había sido su hogar, a preparar una última vez el dulce más tradicional de todos, el que les había ganado su reputación. Fascinada por el complejo proceso de preparación (y no necesariamente por el sabor resultante), Akie decide volver a abrir la dulcería y deja en el olvido sus sueños de ser diseñadora de ropa. Primera gran declaración de principios de Yoshimura.

El cambio en Akie y en la película se da de una forma minuciosamente clásica: a través de un muy gradual proceso de aprendizaje de la empresa y de avance en el mundo de los negocios. No hay carteles ni parlamentos explicativos: primero vemos a Akie entrevistando gente, después la vemos ya con una camioneta de repartos, después la vemos a ella ayudando en la cocina, más adelante descubrimos que tuvo que contratar a más personas para que atendieran el negocio. En su tramo medio, La lucha cuesta arriba de una mujer se vuelve un drama burgués, siempre acompañado por las historias sentimentales de sus dos amigas de Kyoto, quienes a lo largo de la película se visten siempre con el kimono tradicional, mientras que Akie usa ropa estrictamente occidental, con tendencia a los colores saturados.

7090-the-disguise1Cuando parece que la película encontró rumbo, pega un nuevo volantazo y la historia de Akie se va desarrollando lentamente hacia el melodrama. Pero el melodrama de Yoshimura ya no puede ser el melodrama tradicional. Ese melodrama (que nos recuerda a Mizoguchi) termina en tragedia, y está representado por una de las amigas de Akie, siempre vestida de kimono, que le va confiando sus amores contrariados por las convenciones sociales. La historia de Akie, en cambio, se acerca al del melodrama folletinesco, con toques que parecen sacados de una película de Almodóvar, aunque narrado con el más preciso de los clasicismos.

Hacia el final, cuando el desencanto amoroso obliga a Akie a concentrar todas sus fuerzas en el negocio, decide meter las manos en la cocina, e inventa un nuevo tipo de dulce. Segunda gran declaración de principios de Yoshimura, en boca de Akie: “La tradición es muy importante, pero la innovación también es importante”.

Sin llegar nunca a la radicalidad de Oshima ni a los desenfrenos de Uchida, Yoshimura no deja de ser un director moderno. La película está plagada de planos abstractos, detalles de diferentes texturas, y una cantidad ridículamente hermosa de travellings laterales. En más de una circunstancia, la puesta en escena se enrarece para reflejar la interioridad de sus personajes (como aquel giro sobre el eje frente a las luces de neón, o algunos momentos dramáticos en los que la pantalla se llena de colores planos poco realistas). La música moderna se suma a este ligero aire de experimentación.

Sin embargo, la tradición tiene simultáneamente un peso innegable. No se trata de un respeto milenario por la del Japón (puestas como objeto de exploración estética dentro de la propia película), sino del profundo conocimiento y respeto hacia los maestros del cine. Los trenes (escasos pero acentuados por una puesta en escena muy extraña) pueden recordar a Ozu, y Akie es una hija directa de las grandes heroínas de Naruse.

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