Hace unos años, el documental Mundialito logró mostrar a partir de la Copa de Oro disputada a comienzos de 1980 en Montevideo –en la que participaban las selecciones nacionales de fútbol que habían sido campeonas desde 1930 con el agregado de Holanda-, la forma en que el deporte como manifestación popular se entroncó con la necesidad del pueblo uruguayo de salir a reclamar contra la dictadura militar imperante. 1980 fue, en verdad, un año bisagra para la vida uruguaya porque el triunfo deportivo abrió las puertas que derivaron en el plebiscito por la reforma de la Constitución que buscaban los militares para perpetuarse en el poder, y cuyo rechazo popular implicó el primer paso del largo camino de salida de los usurpadores del poder. Pero si allí se recalaba con especificidad en la movilización popular estableciendo una línea de continuidad entre los dos hechos centrales de ese año, lo que viene a narrar Kollontai, apuntes de resistencia es más abarcativo: un recorrido que atraviesa la totalidad de la dictadura uruguaya, incluso situando su origen en un lustro antes de su concreción práctica. Y desde ese recorrido, lo que interesa es menos la forma en que accionaron los militares que la manera en que las organizaciones populares ejercieron una resistencia a ese proceso.

Si hay una idea interesante en ese planteo de origen, es la concepción de, como lo señala uno de los entrevistados, un golpe en cámara lenta. Porque, a diferencia del proceso argentino, que en el peor de los casos lleva desde la muerte de Perón –julio de 1974- al golpe propiamente dicho –marzo de 1976-, el de Uruguay se articula en función de los dos gobiernos constitucionales previos. El largo derrotero de ese golpe de estado al que, de alguna manera, se llega por decantación, se inicia en 1968: el 1968 uruguayo, a diferencia de la explosión europea a partir de la radicalización de los movimientos juveniles, implica la irrupción de la represión como forma de control social excluyente y un intento de acabar con el derecho de reclamar ante las autoridades que formaba parte del ADN del pueblo. Son casi cinco años de narración del deterioro de la república, que implica el ascenso lento de los militares hacia el poder del Estado, que corren en paralelo con el proceso de resistencia que se sostiene especialmente desde los sindicatos más combativos, desde la central obrera y desde las agrupaciones de estudiantes. Lo notable es que ante esa concepción de golpe lento, se contrapone la idea de una ebullición constante, acelerada, de esas formaciones que se van amalgamando para enfrentar el poder y que van asumiendo, con el paso del tiempo y las decisiones de unión combativa, nuevas siglas, nuevos nombres. En ese punto, el documental encuentra en esa espiral acelerada su propia forma narrativa: deja de interesarle un modelo pulcro y lineal para construir esas formas de la resistencia desde lo fragmentario y desde la aceleración de lo visual. Trabajando sobre la idea de un montaje que refleja el frenesí de la época, va aunando a las entrevistas de los sobrevivientes fragmentos de filmaciones de la época, noticieros televisivos, revistas y diarios, panfletos de las organizaciones y audios recobrados de militantes, para ir construyendo un patchwork sonoro y visual complejo, por su necesidad de sintetizar y que por momentos se deja llevar –para los no conocedores- a cierta confusión o indefinición sobre algunos puntos en los que se sostiene el relato.

Dentro de ese panorama aparecen algunos elementos curiosos que lo diferencian claramente de otros trabajos. La casi nula referencia a la organización Tupamaros no es casual, porque de lo que aquí se trata no es de la resistencia y la lucha armada –la cual, como ocurrió aquí en la Argentina, los propios golpistas señalaban que había sido eliminada antes del golpe mismo-, sino de la forma en que los movimientos de base intentaron formas de resistencia que fueron de la protesta puntual a las medidas de acción directa para resolver problemáticas relacionadas con la represión y la cárcel de los militantes. Concentrado en ese punto, el documental se despega de la guerrilla urbana y se concentra en la represión directa sobre los trabajadores y sobre las organizaciones de izquierda que los sucesivos gobiernos a partir de 1968 quisieron desarticular, y por sobre todo, las formas que encontraron para sobrevivir a los ataques que la fueron diezmando. De lo que se trataba era, antes que de una respuesta militar, de una necesidad de poner en evidencia lo que la dictadura estaba realizando y de relacionarlo con un proyecto de establecer un modelo de apropiación de capitales implantado por el Fondo Monetario Internacional y del que los militares, como aquí, eran sus brazos ejecutores.

En todo caso, esos elementos en los que la dictadura uruguaya genera los ecos de lo ocurrido en la Argentina –represión a los trabajadores, empobrecimiento económico, secuestros y asesinatos de militantes, instalación de un modelo económico liberal-, son parte del logro tal vez mayor que tiene el documental: el de conseguir a lo largo de sus dos horas, una articulación de la historia del Uruguay en esos años, como parte de un proceso mayor que abarcaba al resto de las dictaduras latinoamericanas. Lo que parecería una desviación del eje original es, en verdad, la afirmación de un sistema: las referencias al golpe contra Salvador Allende en Chile en 1973 y el de Argentina en 1976 tienen la función de establecer, junto con la dictadura que subsistía en Brasil, la colaboración entre los diferentes gobiernos para la represión a escala continental. Como quizás otro documental no lo haya logrado previamente, Kollontai consigue desde el relato de los sucesivos exilios en la Argentina del último peronismo primero y en el Brasil de falsa apertura después, rastrear las formas en que la resistencia desde la clandestinidad se chocaba con la inteligencia cruzada entre los países y la cooperación en las tareas de represión.

Más allá de la forma en que articula su búsqueda del planteo específicamente político de la resistencia, el otro hallazgo del documental aparece en la forma en que logra representaciones temporales recurriendo a lo publicitario. En esa manera de intercalar en el relato político una serie de publicidades de cada época, lo aparentemente inocuo por meramente ilustrativo, deviene un elemento de indagación en la memoria social que resulta mucho más potente quizás que el recuerdo de algunos hechos o situaciones puntuales. Esa utilización en verdad funciona como una forma de preparación para lo que quizás sea el tramo más revelador de la película: la forma en que se intentó camuflar el retorno a la actividad pública del Partido de la Victoria del Pueblo bajo la publicidad de una supuesta empresa belga de jabones. La estrategia, algo críptica en su formulación, dirigida hacia los informados y los militantes que sobrevivían en el silencio o la clandestinidad, aparecía como una brillante manera de utilización de los mecanismos del adversario para infiltrar mensajes sin ser detectados por el radar militar. Que la maniobra se haya desbaratado cerca del punto final de su concreción no es obstáculo para mostrar la manera en que incluso en los momentos más difíciles, la resistencia puede asumir formulaciones originales e inesperadas para el enemigo, y que, a la larga, resultan ser más perdurables que el panfleto o el mensaje directo.

Calificación: 6.5/10

Kollontai, apuntes de resistencia (Argentina, 2018). Dirección: Nicolás Méndez Casariego. Duración: 118 minutos.  

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