Desde que existe el género humano, existe el miedo. Es uno de los más eficaces disciplinadores sociales y el terror es la expresión artística de mitos y leyendas que han existido y existen a lo largo de los tiempos. Lo cotidiano se vuelve desconocido y, en esa transformación, aterrador. Como los miedos de los hombres, el terror ha evolucionado según la Historia. Lamentablemente, ninguna de las películas de Daniel de la Vega resulta novedosa ni intenta poner en tensión los tópicos clásicos del cine de terror.
Con una carrera previa en Estados Unidos dirigiendo en el marco del género, Daniel de la Vega (miembro de lo que se llamó el CIFA: Cine Independiente Fantástico Argentino) estrena su primer largometraje a nivel nacional en 2013: la comedia negra Hermanos de Sangre, muy saludada por la crítica y el público y, de alguna manera, prometedora de una nueva y refrescante mirada sobre el género. Un año después Necrofobia parecía consagrar la anhelada renovación del terror.
Necrofobia, junto con las siguientes Ataúd Blanco y Al 3° día, tríada de la dupla Daniel de la Vega-Néstor Sánchez Sotelo, comparten la mirada estética y, por qué no, política, que se consolida en… ¿una marca de producción? Sin embargo, una de las características que hermana a estas tres producciones es la superficialidad en los acontecimientos. Cuando se parte de situaciones fuera de contexto, una (o dos) huida(s) porque sí, un suicidio -desencadenante de toda una trama- que sucede sin motivación, todo lo que viene después resulta aleatorio: es la puesta en evidencia de que no hay una excusa para contar lo que estamos contando y los relatos se enredan y se precipitan hacia finales dudosos. Y en el terror una de las más seductoras marcas es la puesta en evidencia de los motivos, la historia, el contexto que, a medida que vamos adentrándonos en el relato, se nos va a ir revelando y dando forma a ese mundo.
Otra de las cuestiones que juega fuerte es la del cotexto, la tensión entre forma y contenido. Es innegable que la forma es muy calculada en estos tres relatos, pero hay severas deficiencias en la construcción del verosímil. Y esto no tiene que ver con creer o no que los vampiros existen, sino con el hecho de que el contrato de lectura entre el espectador y la película se genere y se cumpla.
Por último, en todo intento de renovación del género, lo que se observa es que las bases no se tocan: arquetipos como el de la mujer como víctima indefensa y el de la mujer como vengadora que enfrenta a esos “monstruos” y llega a ganarles la batalla nunca terminan de problematizarse o deconstruirse.
Necrofobia 3D (Un hermano). Estrenada en 2013 en medio del furor del 3D (un -otro- relanzamiento del viejo cinemascope), Necrofobia llega a las salas con muchísimas expectativas. Se presenta a sí misma como una cruza de thriller psicológico y homenaje al giallo (en los créditos se agradece a Mario Bava, Darío Argento y Lucio Fulci, íconos del género) y, de alguna manera, al “Infierno” de Dante Alighieri. Esto último se cuela en la elección de los nombres de los personajes. El protagonista, Dante (Luís Machín), entierra a su hermano gemelo, Tomás, quien se ha suicidado. Su mujer, Beatriz (Julieta Cardinali), se preocupa amorosamente por él junto al amigo (y psiquiatra) de la familia, Virgilio (Raúl Taibo). Dante y Tomás son sastres, gran parte del relato transcurre en la tienda Samot & Samot, y la elección del oficio justifica una puesta en escena (y el uso de la tridimensión) que rápidamente podemos asociar al gótico del sur de los Estados Unidos. A eso le sumamos el cementerio -cuya presencia como escenario retomaremos-, y una banda de sonido sumamente invasiva que subraya emociones todo el tiempo.
Un recurso interesante es que la película se desarrolla en un ambiente urbano. Por alguna razón, el terror siempre sucede en los suburbios o en el campo. Así, la utilización de la ciudad como escenario es, quizás, el elemento distintivo más interesante de la propuesta.
La estética de Necrofobia es exquisita pero reiterativa. Pulcra hasta el paroxismo, termina acartonando todo lo que en ella sucede. Desde el vamos, plantea un misterio para finalmente ajustarse a la fórmula del policial. Dante y Tomás son hombres antiguos en un mundo moderno. Sastres de máquina a pedal y un negocio al estilo de las “grandes tiendas” en decadencia. El paralelismo entre el deterioro del espacio y el de nuestro héroe es también una (otra) marca remanida del género. A esto le podemos sumar cierta literalidad: a la existencia de un asesino manco le sigue una escena en la que el protagonista se corta una mano. Inclusive podemos sumar otro “velado homenaje” a la summa que representa Necrofobia: como en Psicosis (Hitchcock, 1960), a la mitad de la película se nos muestra al asesino, aunque luego no se sostenga este “descenso” hacia la locura.
Un recurso que se repetirá es el de la llamada insistente del “hombre misterioso”, ese que amenaza, va construyendo la trama y justifica cierta circularidad del tiempo narrado. El mismo que, finalmente, devela más de lo que debería, ya que es absolutamente reconocible la voz de Machín, con lo que el misterio se resuelve en la primera llamada. El juego del doble, el doppelgänger, termina resultando vacuo.
Ataúd Blanco (Dos madres). Llegamos al 2016 y al estreno de Ataúd Blanco. Si la miramos en retrospectiva, la puesta en escena es un retroceso en relación a Necrofobia. Ataúd blanco adolece de un guion consistente y se afirma en los arquetipos más tradicionales del género, parece “vieja” desde su mismo alumbramiento.
Comienza en la ruta. Una madre (Julieta Cardinali) y su hija ¿huyen? Con el recurso del juego palabras y la asociación libre intuimos un conflicto: “papá-oscuro”. Estamos en las afueras de la ciudad, en el campo, llegamos a un cementerio y se pincha una rueda. Nuestra protagonista no sabe qué hacer y aparece un (EL) hombre misterioso de pocas palabras y vestido de negro (Rafael Ferro) que, obvio, solucionará todo.
“No hubiera podido hacerlo sola”, dice nuestra blonda agradecida y sigue su camino. En una estación de servicio la niña desaparece y nos metemos de lleno en la película de terror. Podemos pensar que esta búsqueda pone al personaje en el rol de una madre desesperada, pero no. Ella no puede hacer nada sola y con una estructura que se asemeja al “camino del héroe” -aunque bastante forzada- inicia la búsqueda del ataúd blanco (el objeto mágico) que le devolverá a su niña bajo la guía del Hombre Misterioso (una especie de Mentor que la acompañará y ayudará en su periplo), aquel que le cambió el neumático y, otra vez, resultará la voz en el teléfono que irá dejando pistas.
Como en todo juego, hay otras mujeres en la misma situación y aquí aparece Eleonora Wexler, una madre que sí puede hacerlo sola y lo hace: mata a la rubia que, a pesar de todo, sigue en el juego aunque no lo entienda del todo. “Estás muerta, usá otra perspectiva”, le dice su mentor. Pero parece que mucho no funciona. En medio de este recorrido aparece el gore caprichosamente y una de las participantes queda fuera de juego. No genera cambios en el relato más allá del efectismo de aserrar a alguien por la mitad.
Las postas siguen: la Iglesia, el cura, el cementerio, la búsqueda de las pistas que resolverán el juego; un poblado pequeño y siniestro, y un ritual satánico completan el escenario. Finalmente, el misterio se resuelve de la peor manera: no solo desde la pantalla sino desde el discurso más conservador, individualista y retrógrado. Hay una apelación al trabajo en equipo, a cierto honor, al rechazo a la brutalidad que el juego macabro impone y, en ese momento, nuestra heroína toma su única decisión y se convierte en “la más despiadada de las madres”. Salva a su hija, sí, pero al costo de ser rechazada por sus actos. Pierde todo de la peor manera, recibe su castigo moral y social.
Al 3° día (La otra madre). Basada en la novela Tres días de Gonzalo Ventura -quien además es coautor del guion junto a Alberto Fasce-, la película parte de una propuesta prometedora: Cecilia (Moro Anghileri) tiene un accidente en la ruta (otra vez el escenario rural) y aparece tres días después deambulando sola, sin saber qué le pasó y sin rastros de su hijo Martín.
Como en el caso de Necrofobia, la trama se articula sobre la estructura del policial. La investigación policial es el hilo conductor del relato, aquí aparecen otras instituciones como el hospital y la Iglesia: la referencia institucional es una de las marcas distintivas de la tríada. Otra es el contexto de la protagonista: a diferencia de los relatos antes mencionados, Cecilia huye de un hombre violento y es otro hombre (Lautaro Delgado, el médico) el que la toma bajo su ala y la acompaña -o trata de hacerlo- en la búsqueda. Pero no todas son rosas. Desde el inicio nuestra heroína es señalada como la responsable de todo lo que sucede. En una detallada escena queda bien claro que la responsable del choque (y todo lo que viene después) es Cecilia. Ella se distrae e impacta contra la camioneta de Gerardo Romano que compone una especie de “agente religioso” oscuro (un cura trash, cruza entre el Padre Karras y Van Helsing), a las órdenes de una jerarquía superior y secreta de la Iglesia, quien transporta una misteriosa y amenazante carga que pierde en el accidente. Su primer intercambio deja bien en claro la situación: “Mirá lo que hiciste”, le dice en tono acusador el cura.
Si hasta ese momento no teníamos muy en claro qué sucedía, con el primer cadáver se devela la trama. Una mujer (otra) vuela sobre el capot de la camioneta y mientras pide ayuda agonizante es observada por Romano, que la abandona al decir “esa sangre no es tuya”. Estamos ante una historia de vampiros. Cecilia termina en el hospital donde aparece su salvador y la policía sigue el reguero de cadáveres. La búsqueda aparece casi soslayadamente, aquí no hay “madres desesperadas” como las de Ataúd blanco. Se refuerza la condición de mujer golpeada de la protagonista y todos los personajes van muriendo (no tan misteriosamente) hasta que llegamos al final. Una casa abandonada, un sótano, otra vez nuestro agente religioso -que no dudará en golpear (nuevamente) a Cecilia al grito de “vos sos responsable de esto”-, y el encuentro con “la criatura”, nuestro ancestral vampiro rumano y un flashback que elige la crueldad y el individualismo sobre el amor, la protección y el cuidado.
Como en Necrofobia, la producción es impecable, actores y actrices de primer nivel completan el reparto, pero algo falla en la narración. Hay muchísimas líneas argumentales que se abren y se diluyen de la peor manera. Todo lo que sucede entre la escena inicial del accidente y la escena final del sótano es accesorio, no aporta ni construye nada. Por el contrario es tedioso.
A modo de conclusión. En una entrevista en Voyeur Cultural, Daniel de la Vega declara que “(…) [Al 3er día] es una película entretenida, pero además tiene cosas para decir y me parece que representa el momento histórico que estamos viviendo, una relación de poderes que se establece permanentemente entre los sexos. En ese sentido, la película tiene algo para declarar sobre las diferencias manifiestas, las luchas de hoy, los espacios que se están ganando.” Es notable esta mirada porque, justamente, eso es lo que no podemos encontrar en esta tríada. Las mujeres que aparecen -ya sean protagonistas o secundarias- no solo son frágiles y dependientes, sino que sus actos son presentados como reprochables, y siempre eligen la peor de las opciones. No se empoderan, no se defienden, ni protegen a sus crías, sólo se salvan ellas.
Las mujeres, y en particular las madres, en el cine de De la Vega siempre pierden. Los hombres de los que se escapan son amorosos padres, sus hijos no comparten la mirada que sobre ellos tienen sus madres. El violento de Al 3° día es un violento selectivo, el niño ni está enterado, “padece” la separación de sus padres y a los espectadores no nos termina de cerrar el motivo que precipitó la huida. De la misma manera, el conflicto que hace que la madre huya con su hija en Ataúd blanco es producto de “su desequilibrio”, tal como se traducen en los reiterados llamados de este padre que siempre permanece fuera de escena. De alguna manera, las decisiones de estas mujeres son las que desencadenan los acontecimientos y las hacen absolutamente responsables de lo que sucede. En un pasaje de Necrofobia, el asesino justifica sus actos violentos acusando a su mujer: “tenías que cogerte a esa puta”, cuando en escena la mujer (su mujer) aparece como amorosa y preocupada por él. Pero ellas son culpables, siempre.
Necrofobia 3D (Argentina, 2014). Dirección: Daniel de la Vega. Guion: Nicanor Loreti, Germán Val, Daniel de la Vega. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Martín Blousson, Daniel de la Vega, Guille Gatti. Reparto: Luis Machín, Gerardo Romano, Raúl Taibo, Viviana Saccone, Julieta Cardinali, Hugo Astar. Duración 78 minutos.
Ataúd Blanco: El Juego Diabólico (Argentina, 2016). Director: Daniel de la Vega. Guion: Adrián y Ramiro García Bogliano. Fotografía: Alejandro Giuliani. Edición: Martín Blousson; Daniel de la Vega, Hernán Moyano. Reparto: Julieta Cardinali, Eleonora Wexler, Fiorela Duranda, Rafael Ferro, Verónica Intile, Damián Dreizik y Pablo Pinto. Duración: 75 minutos.
Al 3 día (Argentina, 2020). Director: Daniel de la Vega. Guión: Alberto Fasce, Gonzalo Ventura. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Martín Blousson, Daniel de la Vega, Guille Gatti. Moro Anghileri, Gerardo Romano, Lautaro Delgado Tymruk, Osvaldo Santoro, Diego Cremonesi, Osmar Nuñez, Arturo Bonín y Rodolfo Ranni. Duración: 85 minutos.
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