Con cada transposición de una historia de Stephen King a la pantalla, que son incontables y muy frecuentes, se levantan las voces críticas de los fanáticos de quien, sin duda, es uno de los más importantes escritores vivos. A veces ni siquiera esperan a ver la película y despotrican por motivos como la elección de algún actor que está lejos de las descripciones físicas que tecleó el Rey al darle una primera vida al personaje.

Otras veces, por lo menos, esperan al estreno para condenar con minuciosidad cada grado de libertad que se toma la adaptación respecto a la historia que surge de la letra del texto, como si la sola diferencia respecto del relato escrito significara un perjuicio para la trama. Pierden de vista que una película basada en un libro es, en términos amplios, una reescritura de aquel texto. Es decir que, ante todo, es una obra nueva de otros autores, quienes tienen derecho a ejercer su libertad artística y a ser todo lo originales que puedan. ¿No es exactamente lo que hizo el propio Stephen King en su novela El misterio de Salem’s Lot, que no es otra cosa que una reescritura irreverente y moderna de Drácula, uno de los clásicos más importantes del terror?

En el caso de El aprendiz (Apt pupil, Bryan Singer, 1998), que está basada en el relato “Alumno aventajado”, del libro Las cuatro estaciones, la trama es presentada y desarrollada hasta punto de manera similar en ambos formatos. Ya pasaron casi veinte años del estreno de la película, y treinta y cinco de la publicación del libro, por lo que es difícil considerar spoilers a lo que viene a continuación. Todd Bowden (encarnado por un jovencísimo Brad Renfro), un aplicado estudiante secundario, descubre que un anciano de su localidad es en realidad Kurt Dussander (Ian McKellen), un prófugo criminal de guerra nazi. En lugar de dar a conocer su hallazgo –el cual es mostrado sutilmente en la película, apenas con la reacción de la pupila de Renfro en un plano detalle- para que el genocida sea juzgado, el interés que el muchacho ya tenía por las aberraciones del nacionalsocialismo aumenta y se torna una obsesión que lo lleva a extorsionar a Dussander para que le cuente pormenores de su ideología y de sus crímenes, bajo amenaza de denunciarlo. Esta relación perversa entre el adolescente y su vecino es lo que motoriza el relato tanto en la película como en el cuento. Hay una escena memorable que condensa ese vínculo: Todd le consigue un traje nazi a Dussander y lo fuerza a probárselo, pero la situación se le va de control y la enormidad de Ian McKellen comportándose como un poseído hace que se torne espeluznante.

En donde más se diferencian el original de su transposición es en la evolución del personaje de Todd. En el texto, el adolescente se convierte en asesino serial: descubre que puede calmar sus pesadillas inspiradas por los relatos de Dussander matando gente al azar, en general indigentes. En la película, el sadismo criminal de Todd es menor en comparación –mata a una persona pero sin planificarlo-, dándole mucho más espacio al aspecto psicológico del personaje que a sus acciones: esto se ve en el “sueño despierto” que tiene en la escena de las duchas, cuando imagina que está entre víctimas del Holocausto y no en el vestuario de la escuela.

Cuando una casualidad destroza la falsa identidad de Dussander (un sobreviviente del nazismo lo reconoce desde la cama de la habitación que comparten en un hospital) se precipita el desenlace, y es ahí donde el guion de la película de Singer le saca ventaja al libro de King.

El relato escrito resuelve qué hacer con el mal: el genocida es descubierto y se suicida ante la posibilidad de ser juzgado por sus crímenes. Todd, con varios asesinatos a cuestas (entre ellos el del consejero estudiantil de su escuela que descubre su relación con Dussander), termina acorralado y muerto en un enfrentamiento con la policía. No hay en el texto posibilidad de rehabilitación para el joven, pero tampoco deviene en un criminal suelto y oculto entre la gente (preocupación muy recurrente en las novelas de King, sobre todo en las más recientes). No quedan, en ese sentido, cabos sueltos. La versión de Singer aporta aquí una mejoría porque teje un final más perturbador, y también más acorde al carácter del protagonista.

En la película se muestra cómo Todd alimenta su morbo con las narraciones de Dussander, pero esto no lo empuja a realizar asesinatos en serie (su único crimen en la película es crudo y violento, pero se da en otro contexto). Y cuando el consejero estudiantil descubre el carácter de su relación con Dussander, lo que hace Todd en lugar de matarlo es chantajearlo con una acusación mentirosa para garantizar su silencio. Esta actitud resulta más fiel a la esencia del personaje, ya que la extorsión es la misma herramienta que usa con Dussander desde el comienzo, y a la vez representa una situación más inquietante para el cierre de la película, pues hay un elemento que queda en tensión: Todd, perverso filo nazi, encubridor del genocida y con un asesinato a cuestas, queda inserto en la sociedad sin ninguna acusación sobre sus hombros, recibido con honores en la secundaria y con un futuro brillante.

El aprendiz (Apt Pupil, EUA, 1998), de Brian Singer, c/Ian McKellen, Brian Renfro, Joshia Jackson, 111′.

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