cat-chaserClímax (Cat Chaser, 1989) es una de las películas menos conocidas y también menos personales de Abel Ferrara, casi una anomalía dentro de su obra. Tomó un material ajeno, trabajó sin sus habituales colaboradores (Nicholas St. John, su guionista hasta entonces, no participó del proyecto), la realizó para un estudio (Vestron Pictures) que estaba cerca de la quiebra y no tuvo el control sobre el corte final. Y aunque muchas de sus constantes temáticas (la religión, sobre todo) quedaron afuera, se las ingenió de todos modos para hacerse ver en un par de detalles.

La película es una adaptación de El cazador de gatos (1982), una de las mejores novelas del gran Elmore Leonard. Con una narración que siempre avanza, apoyada en diálogos ágiles y filosos (“Hacen que Raymond Chandler parezca torpe”, exageró alguna vez Martin Amis), Leonard cuenta una historia que se inscribe en la línea de varios relatos de James Cain (El cartero siempre llama dos veces, Pacto de sangre). El protagonista es George Moran, un ex marine que participó de la ocupación estadounidense en República Dominicana durante la guerra civil de mediados de los sesenta. Varios años después administra un hotelucho en Miami, de habitaciones siempre vacías, frente al mar, y se enamora de Mary, la bella esposa del poderoso Andrés De Boya, un millonario ex jerarca de la dictadura de Rafael Trujillo. El olor del dinero atraerá a todo tipo de malandras, que buscarán el modo de quedarse con una tajada.

Si en los treinta y cuarenta Los Ángeles fue el escenario habitual de la mejor literatura hardboiled, en los ochenta, a partir de la obra de Leonard y de la saga del detective Hoke Moseley -que Charles Willeford inauguró con la notable Miami Blues (1984), también trasladada al cine-, ese espacio se trasladó a Miami, ciudad tan atractiva como mersa. El calor permanente, las playas de arena clara, el horizonte siempre azul del mar, la abundancia de tonos pastel y la influencia del mundo latino dotaron al sur de la península de Florida de los ingredientes adecuados para que detectives privados, policías o buscavidas de diversa procedencia desplegaran su ambición a los tiros en búsqueda de mujeres, sexo, drogas y dinero. Una tensión permanente entre la parsimonia del lugar predilecto de los jubilados y la violencia del submundo del delito.

Ferrara, que había dirigido dos buenos episodios de División Miami, conocía bien las posibilidades de la ciudad como escenario para el crimen. El primer acierto, entonces, fue recuperar cierto clima del cine negro clásico. Ese ambiente humedecido de transpiración y fluidos corporales -con una carga sexual más explícita, acorde a los tiempos- envuelve todo y logra darle sentido a una trama en la que el verosímil suele quedar confinado a un discreto segundo plano. La pasión entre George y Mary no tiene límites, y parecen dispuestos a cualquier cosa con tal de seguir juntos. Un Peter Weller medio robótico e impenetrable y la belleza de Kelly McGillis (poco después de Top Gun y Acusados, cuando aún pintaba para estrella) se conjugan para hacer creíble una relación a prueba de balas. La música de Chick Corea, que combina sintetizadores con vientos, aporta a la creación del clima hot, y una extraña narración en off omnisciente (la voz de Reni Santoni, no identificada con ningún personaje) le otorga a la historia una levedad algo juguetona. “George, ¿estás bien?”, pregunta Mary en el final. Responde la voz en off: “Se tienen el uno al otro, y dos millones de mangos. ¿Cómo no va a estar bien?”.

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Pero el gran acierto fue la elección de Charles Durning. A los sesenta y pico, petiso, muy gordo y siempre transpirado, con una mirada cansina por encima de unos lentes que hacen equilibrio en la punta de la nariz, ofrece su notable interpretación del matón Jiggs Scully -un ex policía que trabaja para De Boya y la vez busca traicionarlo- que no sólo es fiel a la novela original, sino que le aporta a la película algunos elementos bien al estilo Ferrara. La amabilidad de sus modales contrasta con su violencia, que no necesita justificaciones, lo que (siguiendo el esquema que planteó Romina Quevedo en la primera nota de este informe) lo ubica en la segunda clase de criaturas típicas del director: un hombre de acción, que no se reconoce pecador ni pretende acceder a algún tipo de salvación. Un personaje complejo que le permite a la película trascender el corset de los thrillers eróticos tan de moda en la época.

Hay un par de momentos que llevan la marca Ferrara. En uno De Boya, sádico ex torturador de Trujillo, maltrata a su esposa hasta obligarla a firmar el divorcio; le pega mientras la arrastra hasta su habitación, y Ferrara hace correr a McGillis por la casa totalmente desnuda, en una escena infrecuente para el Hollywood de entonces. En otro, sobre el final, Scully mata a De Boya y uno de sus guardaespaldas en un baño; mientras escupe frases filosas («Algo que aprendí hace mucho, General: nunca saques la pija frente a tipos en los que no confiás») los obliga a meterse desnudos en la bañadera -lo que se muestra en un plano abierto, que no intenta esconder nada- y les dispara. De pie y el pelotas, en un estado absoluto de indefensión, De Boya recibe un par de tiros en el pecho y la sangre se desparrama por los azulejos, en un momento que bien podría ganarse un lugar entre los mejores asesinatos en la ducha desde Psicosis.

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El problema de Clímax es que, por tratarse de una adaptación muy fiel de la novela de Leonard, cuenta demasiadas cosas en muy poco tiempo, e incluye personajes que no terminan de desarrollarse. Parece que Ferrara había armado una película de casi tres horas que los productores consideraron excesiva. Con la premisa comercial de menos diálogos y más acción, la recortaron a 98 minutos, y luego la censura de la MPAA se encargó de dejarla en convencionales 90. Este conflictivo final del proyecto decidió al director a moverse de ahí en más de modo independiente, lo que permitió que surgieran El rey de Nueva York y Un maldito policía, dos de las películas más reconocidos de su prolífica obra.

El director’s cut de Clímax recién pudo verse en julio pasado, quizá por primera vez desde los test screening previos al estreno de fines de los ochenta. Fue una proyección especial en video, sin la banda sonora, para una reducida audiencia en el Anthology Film Archives de Nueva York. Según uno de los afortunados espectadores, la avaricia de los productores (William Panzer y Peter Davis, que poco después vendrían a Buenos Aires a hacer desastres con Highlander 2) nos privó de al menos dos momentos importantes: la primera escena de sexo entre Weller y McGillis, que era bastante más larga de lo que quedó; y un prolongado diálogo inmediatamente posterior, que le aportaba densidad y mayor intimidad a la relación. Ojalá alguna futura edición en DVD o Blu-ray rescate la película tal como Ferrara la había creado.

Aquí puede leerse un  texto de Romina Quevedo sobre el cine de Abel Ferrara y uno de Gabriela López Zubiría sobre Ángel de venganza.

Clímax (Cat Chaser, EUA, 1989), de Abel Ferrara, c/Peter Weller, Kelly McGillis, Charles Durning, Frederic Forrest, 90′.

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