Cuando me propusieron ser parte del dossier que gira en torno a grandes hitos cinematográficos de 1968, pensé rápidamente en dos casos: Érase una vez en el oeste de Sergio Leone y en La noche de los muertos vivos de George Romero. Al principio, fue difícil tomar una decisión. Ambas películas marcaron mi formación como amante del cine. Sin embargo, debo confesar que soy vulnerable a la producción de Romero. Siempre me pareció fascinante que los zombis – que asemejan seres humanos, pero poseen características monstruosas – representen el estado de ansiedad y paranoia que vivenciaba Estados Unidos a comienzos de la Guerra de Vietnam. La noche de los muertos vivos es una película realizada con bajos recursos, de clase Z, con encuadres desprolijos y actuaciones exageradas, pero que pone el dedo en la llaga al introducir una cuestión política y social: los imaginarios sociales.

Podría decirse que todas las películas pertenecientes al cine de terror tematizan los miedos y angustias de una sociedad. Lo que se reprime, lo abyecto, lo que se sale de las normas establecidas y necesita ser “arreglado” adquiere mayoritariamente la figura de un otro terrorífico. La novedad presentada por Romero consiste en retomar el concepto “zombi”, proveniente de la mitología vudú haitiana, para otorgarle un nuevo sentido. Los zombis, tal y como aparecen representados en libros religiosos y en la película I walked with a zombie (Jacques Tourneur, 1943), son cadáveres que regresan de la muerte gracias al trabajo realizado por los brujos bokores, quienes a raíz de un polvo podían devolver las capacidades humanas. Lo único que no conseguían estos seres era libertad. Romero se servirá de estos rasgos, pero incorporará un nuevo delineamiento: los cadáveres están alienados y comen cerebros humanos.

El guion de La noche de los muertos vivos está inspirado en la novela Soy leyenda de Richard Matheson, publicada en 1954, de la cual tuvimos una versión cinematográfica reciente protagonizada por Will Smith en 2007. La novela, a diferencia de la película de Romero, hablaba de una plaga de vampiros. Sin embargo, la trama de la película nos cuenta el periplo de dos hermanos (Bárbara y Johnny) que van a visitar la tumba de su madre en Pittsburg y en el cementerio se les aparece un zombi – que no se sabe de dónde sale – que ataca a la joven y asesina al muchacho. Así se inicia una persecución que llevará a Barbara hasta las cercanías de una granja. Allí se refugiará en compañía de otras personas para afrontar la presencia masiva de cadáveres andantes con ansias antropófagas.

Entre los compañeros de lucha, de los cuales ninguno sobrevivirá al ataque, encontramos a Ben, un afroamericano líder de grupo y principal héroe de la historia, una familia deconstruida y de clase media conformada por un padre cobarde y egoísta, una madre subordinada al poder del hombre y una hija que recibió la mordida letal de un zombi y padece el proceso de transformación de humana a monstruo y que, luego, acabará asesinando a su madre y comiéndose a su padre. Al inicio de la película también está presente una pareja de enamorados que, de hecho, serán los primeros en ser devorados por la plaga zombi.

Todos los personajes mencionados conviven dentro de la casa campestre, presas de la inseguridad y la paranoia, siendo víctimas magnánimas del encierro. La virtud más destacable del trabajo realizado por Romero no reside únicamente en diseñar un nuevo monstruo (el zombi que come carne humana), sino en incluir la experiencia del encierro como catalizador de fuerzas humanas oscuras que se ocultan en los tejidos de la piel. La veta psicológica que aúna conflictos personales, secretos, patrones morales y cuestiones teleológicas se expresa mediante la supervivencia del más apto. De este modo, mientras los personajes se preocupan por tapiar cada hueco encontrado con maderas o cemento, también irán sintiendo rechazo hacia las figuras más endebles que los acompañan. Así, la ley de evolución naturalista se refuerza y se dispara instintivamente, sin intervención de la razón. Los personajes, ante el tedio y el desagrado de su actual estado, no dudarán en apretar el gatillo o en abandonar al vulnerable en manos del zombi. Necesitan sobrevivir de la manera que sea, así como necesitan despegarse de aquellos individuos que representen un obstáculo, amenacen o retrasen su poder de liderazgo.

“Yo vengo primero, yo me cuido a mí mismo y, todo lo demás no importa” es el lema principal sostenido por estos activistas anti-zombis. Y, también, será la bandera izada por los protagonistas de otras historias de este subgénero: pensemos en la aclamada serie The Walking Dead o en las películas Green Room (Jeremy Saulnier, 2015), No respires (Federico Álvarez, 2016) o El bar (Álex de la Iglesia, 2017).

Otra de las novedades introducidas por Romero es la de adjudicar el rol del líder a un joven afroamericano. Ben será el único sobreviviente a la amenaza zombi, pero crudamente acribillado en un raid policial. Siendo confundido por un monstruo, la policía le dispara y el muchacho cae al suelo totalmente desplomado. Las imágenes que le suceden son planos congelados del rostro ensangrentado de Ben, el armamento de la policía y los ceños fruncidos de los asesinos. Esas imágenes presentan similitudes a las fotografías de los policiales de los diarios y a los archivos criminalistas de los departamentos estatales. Esa clausura de la película es desgarradora y controversial por presentar una denuncia y una crítica explícita al sistema federal de seguridad estadounidense: los que nos tienen que proteger no lo hacen y nos mandan a matar. La lógica “dispara antes de que te disparen” se manifiesta aquí. Las balas no discriminan por raza, etnia, género o religión, le llegan a cualquiera; pero es inquietante que la bala final le atraviese la frente a un personaje de raza negra, sobre todo, cuando consideramos la historia de este país en torno a la lucha por los derechos civiles. El joven de raza negra es confundido por un zombi. La injusticia es el trago amargo de esta historia de terror.

Al igual que sucede en nuestra sociedad actual con las represiones policiales, una gran parte de inocentes terminan descompensados en las calles, cruelmente asesinados, sin piedad y sin perdón. Como mencioné en el inicio del artículo, debido al contexto histórico, la interpretación más usual que se ha hecho de La noche de los muertos vivos vincula a los zombis con los soldados norteamericanos asesinados en Vietnam, los cuales regresaban de la muerte para vengarse de la sociedad opulenta norteamericana, que vivía aburguesada y entretenida con las ofertas del consumismo, y se había olvidado de todos aquellos jóvenes que envió a matar en Asia[1].

Romero innovó un género al plantear una representación de la humanidad superviviente que queda recluida en un espacio cerrado. Lo que al principio parece ser un contexto de protección finaliza por ser un espacio de locura y muerte. Los zombis que encarnan la mayor amenaza a la estabilidad de la humanidad dan expresa cuenta del estado de alienación en el que vivimos dentro de nuestras sociedades burguesas y consumistas. Mientras nos dejamos encantar por las propuestas magnéticas de las publicidades, discursos políticos y otros placeres, nos perdemos de advertir la enajenación que nos ata a un sistema cada vez más represivo y expulsivo. Al parecer, si no nos adecuamos las características del prototipo de mujer y hombre socialmente aceptados devenimos meros zombis, cadáveres andantes con capacidades humanas, pero sin libertad. Esa es la denuncia social más arriesgada planteada por Romero. Ese es el gesto político que sigue manteniendo viva la llama de una de las mejores películas realizadas en la historia del cine, La noche de los muertos vivos.

 La noche de los muertos vivos (Night of the living dead, Estados Unidos, 1968). Dirección: George A. Romero. Guion: John A. Russo, George A. Romero. Fotografía: George A. Romero. Edición: Geroge A. Romero. Elenco: Duane Jones, Judith O’Dea, Karl Hardman. Duración: 96 minutos.

[1] Pueden consultarse para más información los estudios ‘Night of the Living Dead: It’s not Like Just a Wind that’s Passing Through’ de R. H. W. Dillard (1987) o Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond de Robin Wood (2003)

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