Cada año es un motivo de alegría cuando el Teatro Nacional Cervantes abre su temporada teatral. En esta ocasión lo hace de la mano de Rubén Szuchmacher, uno de los directores más emblemáticos de la escena porteña. Junto con Lautaro Vilo llevan a la sala María Guerrero la obra Cuando nosotros los muertos despertamos de Henrik Ibsen, autor bien visitado por la escena local, además de ser uno de los precursores del teatro moderno. No es la primera vez que Szuchmacher recurre al universo Ibsen: en 2003 llevó a escena Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido o los pilares de la sociedad de la austriaca Elfriede Jelinek, continuidad de Casa de Muñecas.

En la primera escena de la obra, un matrimonio burgués, integrado por el escultor Arnold Rubek (Horacio Peña) y su mujer Maia (Verónica Pelaccini), descansa en los jardines de un hotel en los fiordos noruegos. Llevan algunos años juntos, no tantos como para odiarse, aunque en sus cuerpos está instalado el tedio de los vínculos instituidos. Los esposos mantienen una conversación cotidiana propia del realismo, en la que apenas asoma el conflicto que se esconde tras la apariencia del matrimonio perfecto. Mientras Rubek que alcanzó la gloria con una obra en la que esculpió a una mujer de la que estuvo y sigue enamorado, a Maia ser la esposa de un famoso escultor le valió un marcado ascenso de estatus.

En los jardines del hotel, rodeados de un entorno natural de bosques y mar representados por colores fríos, hace su aparición misteriosa y fantasmagórica Irene (Claudia Cantero), la musa inspiradora de la obra maestra de Rubek. Las diferentes tonalidades de celeste y de luminosidad del blanco crean una atmósfera comparable a los exteriores de las películas de Bergman; todo esto gracias al diseño escenográfico de Jorge Ferrari y al increíble trabajo de iluminación de Gonzalo Córdova. A partir de esa misteriosa llegada, el matrimonio burgués que descansa en el jardín del hotel se disuelve.

Ibsen se caracteriza por ser un gran psicologista en la construcción de sus personajes. Maia es un personaje de acción, reminiscencia de Nora de Casa de Muñecas, uno de los personajes femeninos más fascinantes del autor y del teatro universal. Es ella quien propone la separación  a su marido: “¿Por qué no nos separamos?”, le reprocha. Así como Maia es el impulso vital que va en busca de nuevas experiencias por fuera del matrimonio, razón que la lleva a irse con el cazador de osos (José Mehrez), Rubek e Irene son dos melancólicos sumidos en el pasado de su juventud. Rubek es el prototipo del artista romántico para quien el arte es ideal de belleza y trascendencia, la belleza que encontró en Irene.

El jardín del hotel y el mundo ordenado de la burguesía se convierten poco a poco, a medida que avanza la acción y el conflicto dramático, en naturaleza cada vez más inasible, metáfora del vínculo entre Rubek e Irene. La pareja deambula por el bosque y las montañas, se debate entre el pasado frustrado y la posibilidad del presente. Claudia Cantero encarna a una Irene contrariada y en constante conflicto con sus sentimientos hacia Rubek.

Una vez más, Ruben Szuchmacher aborda un clásico y lo hace desde una relación ortodoxa con el texto dramático que sigue al pie de la letra de principio a fin. Cuando nosotros los muertos despertamos no escapa a dicha forma. Szuchmacher destaca que no cualquier actor puede encarnar a  un personaje clásico y, en ese sentido, tanto Horacio Peña como Claudia Cantero hacen honor a esa complejidad.

Cuando nosotros los muertos despertamos. Dirección: Rubén Szuchmacher. Autoría: Henrik Ibsen. Adaptación: Rubén Szuchmacher, Lautaro Vilo. Traducción: Christian Kupchik. Elenco: Claudia Cantero, Andrea Jaet, José Mehrez, Verónica Pelaccini, Horacio Peña, Alejandro Vizzotti. Diseño de vestuario: Jorge Ferrari. Diseño de escenografía: Jorge Ferrari. Diseño sonoro y música original: Bárbara Togander. Diseño de Iluminación: Gonzalo Córdova. Asistencia de dirección: Gladys Escudero. Teatro Cervantes. Miércoles a domingo a las 20 hs.

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