El cine del realizador argentino José Celestino Campusano, que ya en Vil romance (2008) retrataba las vicisitudes de una relación amorosa entre hombres en el conurbano bonaerense, se caracteriza por deconstruir prejuicios sociales y dar visibilidad a los marginados a través de una singular poética suburbana. Veamos cómo trabaja estas cuestiones en su última película Hombres de piel dura (2019), rodada en el entorno rural de Marcos Paz.
Ariel (Wall Javier) es un joven que colabora con un comedor escolar dependiente de la parroquia del pueblo. Su padre, patrón de una estancia de la zona, viene a buscarlo en su camioneta y lo regaña por el tiempo que pasa colaborando con la iglesia, en lugar de trabajar en el negocio de la familia. Ariel se ofusca con la mención que el padre hace respecto de su cuerpo, más bien estilizado y de movimientos gráciles, que no se ajusta a las duras tareas en el campo. Pide que lo deje en la puerta de la iglesia, donde acude a buscar a Omar (Germán Tarantino), el párroco a cargo, quien se encuentra fuera en un retiro. En este prólogo, el director ya nos presenta a los personajes principales y el tema central de la película ligado a qué entendemos por masculinidad y a los prejuicios sociales ligados a la homosexualidad, que aún hoy continúan vigentes.
Pablo (Claudio Medina) es el típico patriarca de familia, que se sienta a la cabecera de la mesa y desde allí imparte sus órdenes a sus dos hijos: Ariel, a quien le insiste con una mayor participación en las tareas del campo, y Betina (Camila Diez), a quien le permite estudiar en la universidad. Aquí ya se sitúa la diferencia de roles tradicionales para ambos hijos. El varón es visto por el padre como el heredero de su negocio y busca prepararlo para ello. Desde esta lógica patriarcal, varón es aquel que porta la apariencia física y el comportamiento correspondiente: es rudo, fuerte y activo. Varón es el que manda y el que elige como objeto de amor a una mujer. La virilidad queda entonces ligada a la posesión y a la fuerza. Como reza el título de la película, según el tipo masculino tradicional, un hombre es quien tiene “piel dura”.
Esta misma idea de la masculinidad ligada a la fuerza y el sometimiento del otro es la que sostiene Omar. El es el patriarca de la iglesia. Su lugar de poder lo habilita a tomar como objetos de su goce a los jóvenes en situación de vulnerabilidad que se acercan a la iglesia buscando consuelo. No es extraño que en un entorno mayormente masculino como lo es la Iglesia, surjan vínculos amorosos entre hombres, aunque es contrario a sus preceptos que exigen castidad. Pero Omar da un paso más, ya que la corrupción de menores es un delito. Y casi podría decirse que es esa misma prohibición de la sexualidad lo que produce destinos de ella mucho más virulentos y nefastos en sus consecuencias. El perfil de Omar es el del típico psicópata de apariencia seductora que capta a jóvenes vulnerables con sus bellas palabras, pero que en realidad los toma con fines puramente utilitarios y los descarta sin culpa, cuando ya no los necesita o se siente aburrido, ansiando nuevas experiencias para una tendencia de goce que se vuelve incontenible para él.
El amor implica que una persona entre otras devenga alguien privilegiado en nuestra vida, supone elegir una singularidad. La exclusividad que demanda Ariel a Omar, pues se ha enamorado de él, no entra en la lógica del cura. Para él, Ariel es un objeto de uso, de descarga de su satisfacción, como tantos niños más. Por lo tanto, no tolera sus demandas de amor y le exige dejar de verse, bajo pretexto de sentirse asfixiado y de experimentar una crisis vocacional.
Durante el retiro espiritual, Omar traba relación con un viejo sacerdote a quien acechan los fantasmas pecaminosos de su pasado (recientemente ha vuelto a salir a la luz un viejo abuso sobre un menor que ha cometido varios años atrás, en su juventud). Omar conversa abiertamente con él de sus problemas con Ariel. No hay atisbo del culpa en Omar por los actos cometidos. Si se cuestiona algo es por el temor a ver su futuro sometido al escarnio público, como el viejo sacerdote, más que por escrupulosidad. A través del vínculo entre los dos curas, Campusano da cuenta del encubrimiento que lleva la propia cúpula eclesiástica, o la cofradía de los hermanos sacerdotes entre sí, respecto de los miembros acusados o sospechados por abusos y violaciones. La respuesta de la institución es confinarlos a pasar sus días en destinos más remotos, como también daba cuenta el director chileno Larraín en su película El club (2015), en lugar de colocarlos a disposición de la justicia. Al mismo tiempo, el director denuncia la inoperancia de la Justicia, que da por prescripto un tipo de crimen como es la violación de menores, del orden de lo traumático y que deja secuelas indelebles y permanentes en la vida de las víctimas. Es la misma omnipotencia de saberse intocables por la ley lo que los habilita a continuar transgrediéndola una y otra vez. Y es precisamente debido a este vacío de la justicia que la violencia padecida retorna, por la vía de los escraches o puebladas, contra estos individuos que osan victimizarse (como el viejo sacerdote en confesión con Omar durante el retiro).
Abandonado por Omar, Ariel comienza a experimentar su sexualidad con otros hombres. En este punto, interesa diferenciar la posición sexuada en tanto hombre de la elección de objeto y el género en tanto apariencia y comportamiento social. Lo que define a la posición masculina es bancarse el No, ya sea que lo detente la ley o bien el objeto de amor u atracción (independientemente de que se trate de una mujer o un hombre). Es la capacidad de ponerse en acto y tolerar el limite a su potencia lo que da cuenta de una posición masculina. Por el contrario, el machismo, que consiste en el uso de la fuerza, la posesión y la transgresión del límite, daría cuenta de un conflicto con la virilidad en quien se conduce de esa manera. En este sentido, Pablo se equivoca en sus prejuicios respecto de su hijo. No por hacer de los hombres su elección de objeto, o por una apariencia menos dura, Ariel es menos hombre. Incluso, la posición de superioridad en la que se coloca, la no aceptación de la homosexualidad de su hijo y la humillación con que vive haber sido dejado por su mujer, dan cuenta de sus propias dificultades con la virilidad.
La irrupción del goce en el cuerpo, a instancias de la opresión del cura, el machismo paterno y la falta de una figura materna; marcan el juego de las identificaciones y la elección de objeto de amor durante la constitución subjetiva de Ariel. En su búsqueda, queda claro que Ariel se interesa por hombres. El padre de Ariel detenta el lugar del amo que exige y ordena, no hay lugar a un diálogo posible, a alojar su testimonio respecto de los abusos de que fue víctima ni a acompañarlo en la denuncia. Toma a su hijo como un objeto de su pertenencia, que debe responder a sus designios. Su hijo debe ser un macho, entendiendo macho como aquel hombre rudo que se orienta sexualmente hacia las mujeres. Pablo no puede ceder a su hijo al mundo como un sujeto autónomo y aceptar sus decisiones, aunque no acuerde con ellas. Cree que se puede prohibir o educar el goce marcado en el cuerpo. De ahí que lo obligue a tener sexo con prostitutas y que se haga cómplice de la explotación sexual de adolescentes y niñas en situación vulnerable, lo cual es claramente reprochable. El patriarca vive como una herida profunda a su narcisismo el hecho de que su hijo sea gay, e incluso prefiere perderlo como hijo antes que asumir su elección y acompañarlo en ella.
Ariel, aunque en un comienzo sufre, acepta el fin de la relación que plantea Omar. Sin embargo, Omar continúa buscándolo y manipulándolo mediante los viejos recuerdos. La apertura a otras experiencias significa un cambio para Ariel, que ahora busca un vínculo más amable y puede entonces sostener un No frente a los manejos seductores del cura. Tanto la aceptación del límite que el otro le ha impuesto, como la posibilidad de encarnarlo ante sus atropellos, dan cuenta de la virilidad de Ariel, independientemente de su interés sexual y amoroso por los hombres.
El nuevo Ariel traba amistad con Zulma, la joven que trae su padre a la casa con el objetivo de corregir su desvío sexual. Zulma le presenta a su primo, un hombre más grande que él, que se avergüenza de estar con mujeres desde que tiene una bolsa de colostomía a raíz de una estocada con arma blanca en una riña. Ramírez (Sergio Sarria) encarna entonces a un hombre en apariencia castrado, poco viril para los cánones de la zona. Entre Ariel y Ramírez se forja un vínculo afectivo, de mutuo cuidado y respeto. Ramírez es aquel que está dispuesto a jugársela y bancársela por amor, pase lo que pase. Al final, contra toda apariencia y contra todo prejuicio social, Ariel y Ramírez demuestran ser los verdaderos hombres de piel dura.
El entorno de pueblo chico-infierno grande está trabajado por Campusano mediante planos fijos, de interior y con poca luz, dando cuenta de la tradicional presencia de la religión católica, idealizada como fuente mágica de prevención de infortunios por los cuales los padres depositan a sus hijos en manos de los sacerdotes. Ese ambiente opresivo también conduce a que la homosexualidad deba ser ocultada, poniendo a los jóvenes en situaciones de riesgo al tener que recurrir a ámbitos de marginalidad, sordidez y corrupción, donde el poder de la aristocracia agraria y la iglesia se unen solidariamente en sus negocios de explotación de los más vulnerables. Al mismo tiempo, las miradas de distintos pobladores, cargadas de prejuicio (cuando se dirigen a Ariel) o de condena social (cuando se dirigen a los curas), junto al cuchicheo, cifran la atmósfera de aldea vigilante de la cual no hay escapatoria.
Fiel a su estilo de cineasta independiente, Campusano sigue trabajando con actores no profesionales. Sigue produciendo interpretaciones y parlamentos muchas veces forzados y acartonados, que ya son parte de una poética singular. Sigue paneando con acierto el espacio, sigue con los planos secuencias por pasillos clandestinos y con las cenitales donde asoma la necesidad de apartamiento de la mirada omnipresente, como si de cierta idea de juicio divino se tratara. En Hombres de piel dura, Campusano construye una ficción que hibrida hábilmente el registro realista de la explotación social en los suburbios rurales con el drama intimista del protagonista, que recorre un camino de sanación de experiencias traumáticas y de asunción de su homosexualidad. Es una película dura, cruda y honesta, en la cual el director asume el riesgo de visibilizar el profundo daño que el machismo de los estamentos de poder produce en los más vulnerables de nuestra sociedad. De ella se desprende la importancia de deconstruir al macho -que llevamos dentro- como modo de producir un lazo social más amable y abierto a aceptar las diferencias.
Calificación: 8/10
Hombres de piel dura (Argentina, 2019). Guión, Producción y Dirección: José Celestino Campusano. Director de Fotografía y Cámara: Eric Elizondo. Arte: Micol Metzner. Montaje: Horacio Florentín. Elenco: Wall Javier, Germán Tarantino, Claudio Medina, Juan Salmeri, Camila Diez, Sergio Sarria, Malena Majul Liuen, Mauro Altschuler, Pedro Meza, David Maldonado, Joel Maluenda, Reyna Vivas. Duración: 95 minutos.
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