¿Qué es esto? No hay palabras para abarcarla. Y la película deja en claro que ciertas experiencias escapan al lenguaje, para entrar en el orden de la locura, que puede ser también el de lo sublime (pero un sublime físico a la manera de Herzog, aunque sórdido y genital en este caso). Guilty of romance pertenece a un reducido grupo de películas de la historia del cine en las que la representación de sexo y muerte supera toda convención y habla de un orden de cosas terminal, de un imaginario colectivo en crisis. A diferencia de Saló o los 120 días de Sodoma o El imperio de los sentidos, a las que heredera, Guilty of romance transcurre en el presente del rodaje, por lo que el estado de cosas terminal es el nuestro. La historia de un ama de casa sumisa que se libera (lo que no significa ser libre) prostituyéndose no es nada novedosa, pero la magnitud del impacto alcanzado por la puesta en escena lo es. Por estar filmada en Japón durante el año pasado, la lluvia es lluvia y mucho más también, por más que nadie mencione cataclismo alguno. La superficie visual está dominada por una claridad difuminada que corresponde al orden inicial de la vigilia, tradicional e inocente si se quiere, hasta el momento en que la noche irrumpe. Esa noche es una noche de neón y fluorescencias, cuyos rojos y verdes aparecen tan difuminados como el dorado diurno, reverso simétrico del día y sus connotaciones ligadas al orden, la claridad o el bien. El último plano es acaso el único nítido, y en él aparecen la protagonista, heroína para entonces, y dos nenes que la miran mear con el mar de fondo, de un azul distinto a todo hasta ese momento, esperanzador quizá, en todo caso más concreto y menos sórdido. Creo que para encontrar imágenes similares -terminales y seminales en las que sexualidad y fisiología expresen funcionamientos psíquicos y sociales – hay que volver a los 70 y ver, además de las películas de Oshima y Pasolini, un par de las de Marco Ferreri.
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Qué mal escrita esta crítica realmente. No dice nada sobre la película y cuenta el plano final. Pésimo!