Tanto el título como el protagonista vienen de The Driver, de Walter Hill. Como en aquella, en esta también hay un conductor anónimo, un hombre sin nombre que, a diferencia del Eastwood de la trilogía del dólar de Leone, no tiene consistencia alguna. Más que hombre sin nombre, el protagonista de Drive es un nene sin mama o sin mamá. La elección de Gosling es coherente con este perfil y su parecido con Ryan O’Neal, protagonista de The Driver, lo acerca al prototipo de personaje destetado antes que ontológicamente desamparado. Aquella película de Hill era una versión de El samurai, de Jean-Pierre Melville, y la foto que encabeza esta entrada evidencia la influencia epidérmica que gravitó sobre la de Winding Refn. El pasillo recorrido por Gosling trae a la memoria el recorrido por Delon antes del primer asesinato, aunque en otra tonalidad. De hecho, la película de Melville es la madre de esta, pero una madre fría, helada y perfecta a la que le salió un hijo contrahecho y ochentoso. El cine de Michael Mann también es deudor de Melville y nació literalmente en esa época (Thief, 1981), pero creció bastante sano y fuerte, digno aún sin ser tan despiadado, abstracto y metafísico como el de Melville. De esa dignidad no queda nada y Drive se parece a una soft porno en tanto rodea lo que interesa para nunca concretar el deseo. Dejo para otra ocasión el análisis de la viscosa y gratuita violencia cromática antes que física (con especial énfasis en la cabeza, lo que me recuerda una asquerosa escena de Irreversible), ajena a la tensión metafísica intolerable de El silencio de un hombre, gran nombre alternativo con el que también se conoció a El samurai.
