La condición de bárbaros que la película de Juan Álvarez Durán reivindica para sus protagonistas y para sí en el plural del título, no nos es ajena en este país al sur de Bolivia. Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, de Domingo Faustino Sarmiento, es uno de los libros fundacionales de la literatura argentina y el enunciado de su opción, es una marca de hierro que sigue vigente en nuestra vida social y política bajo diferentes nombres y circunstancias.

La barbarie invocada en la película boliviana no implica, a diferencia de la tajante opción sarmientina, una opción; al contrario, es una forma del ser que se expresa con naturalidad y busca sus propios contenidos y continentes. El centro de esta barbarie es el pueblo aymara, su idioma, sus matemáticas, sus cultivos sagrados (la coca), su medicina y su cosmogonía, que comprende a todas las anteriores. La puesta en escena de este conjunto abarca el registro documental y distintas formas de la teatralidad y la plástica.

En una primera mirada la suma de estos elementos no resulta en un todo sino en una serie de fragmentos imbuidos de una vitalidad propia, que está recorrida por una forma de humor distante en la cual se mezclan la inocencia con la socarronería. Hay sin embargo otra visión yacente detrás de aquella, no se trata de fragmentos sino de retazos, no hay orden alineado según la razón sino coexistencia de elementos dispares en el tiempo y el espacio; no hay binarismo sino búsqueda de unidad de los opuestos. Los fragmentos documentales hablan de la actualidad y el pasado del pueblo aymara, algunos testimonios lamentan su decadencia presente, la pérdida de su lengua y costumbres; otros evocan episodios del pasado citando memorias familiares o el trabajo del antropólogo argentino Dick Ibarra Grasso, que decodificó la lengua aymara para nosotros los civilizados. Los fragmentos que hablan de la medicina o la religión, están en cambio formulados a través de una puesta en escena teatralizada, con fondos oscuros y luces focales que recortan a los testimoniantes sobre fondos de colores brillantes, por lo general primarios o, en un caso, contra un mural que representa al infierno o a un conjunto de demonios, con una imaginería propia de algún tríptico monocolor de Hyeronimus Bosch. Para todos estos casos la cámara elige planos generales con ángulos que nunca enfrentan al conjunto de la escena sino que la encuadran desde algún lateral, o bien, en la secuencia en que un terapeuta explica la función práctica y sagrada de los pulmones y su conexión con el trasmundo de lo alto, lo hace mediante un picado que atraviesa una claraboya, una metáfora dentro de otra, una totalidad que se evoca evitándola. Como diría Hegel “La forma es el fondo que sale a la superficie”.

La fascinante síntesis de la forma aymara de estar en el mundo exhibe el conflicto socio-político que la enfrenta con las otras Bolivias, la oficial de incierto presente, quizá la de otras etnias de la nación pluricultural del altiplano. Lo hace sin didactismo alguno, con un desparpajo y soltura poco comunes en el ámbito de la  modernidad cinematográfica en la que su apuesta estética la inscribe.

Calificación: 8/10

Nosotros, los bárbaros (Bolivia, 2020). Dirección Juan Álvarez Durán. Duración: 85 minutos. Disponible en streaming en el marco del FIDBA (www.fidba.com.ar).

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