El montaje es una cuestión (de levantar la) moral. Más acá de la soberbia con la cual  se anuncian bóvedas con testimonios de este tiempo para abrir dentro de mil años en caso de que entonces haya algún rastro humano que las encuentre y revistan algún interés, el trip de moviola de Peter Jackson para hurgar en las casi 60 horas de reality beatle filmadas y muy bien escondidas y preservadas (¡manga de canutos!) durante más de 50 años es una muy agradecida caricia, palmada y sopapo a los sentidos y al corazón de quienes amamos a esta banda. O sea, la inmensa mayoría del universo. La expectativa ante el proyecto de rescatar para la humanidad bastante más que el caprichoso montaje de Michael Lindsay-Hogg (Let it be, 1970) se convirtió en impaciencia exactamente un año atrás con el avance de The Beatles: Get Back colgado en YouTube, que traía a Jackson desparramado en un estudio colmado de memorabilia diciendo que “esto es apenas un montaje, todavía no tenemos el tráiler, ojalá les arranque por lo menos una sonrisa en estos tiempos más bien de desolación”. Ya sabíamos, ahí lo confirmamos: Jackson es un ser que está entre nosotros para hacer el bien. 

Lo que no teníamos previsto es lo que dejaba flotando ese montaje emotivo y nos subía el nivel de manija: un ambiente más bien descontraído, dinámico y de aparente camaradería que distaba bien lejos de aquel diario terminal y algo inconexo que había armado Lindsay-Hogg y que dejó durante décadas pasto para volúmenes enteros de conclusiones/confirmaciones sobre la agonía y final del grupo. La visión/versión/revisión de Jackson a través de más de 6 horas filmadas durante todo enero de 1969 nos manda de nuevo al lote a pastorear y ahora las cosas son diáfanas por múltiple partida: las imágenes y audio restaurados involucran al espectador con el espacio y sus protagonistas con más fuerza que el documento meramente informativo, el director de «Mal gusto» (1987) muestra que en realidad lo tiene muy bueno para hacer ágil la epopeya del rescate pero también para la narrativa a puro placer con material ajeno y, finalmente (ya que taaanto nos calentaba tener la posta) aclara las cuentas con el pasado sobre aquellos mitos de la ruptura así como refuerza otros. Ejemplo de lo primero y objeto preferencial en los comentarios post-estreno es la limpieza del supuesto prontuario de Yoko Ono como culpable del big bang: en un chiste al pasar –pero en un momento tenso de la banda- Paul Mc Cartney la releva de culpa y cargo y hasta acepta que es muy probable que ante cualquier inminente disyuntiva John elija quedarse con ella y no con… ellos. Igual, Yoko está estigmatizada, otra que Hotesur: en las redes sociales, ahora que es inocente, le endilgan que encima de estar pegada a Lennon como en moto también lee el diario mientras la banda va madurando Don’t Let me Down… (“Cristo, sabés que no es fácil/ tal como vienen las cosas me van a crucificar” – La balada de John y Yoko, 1969).  

Los tres actos de este trabajo de amor de Jackson son redonditos aún en los tiempos muertos, que si los hay sirven como antes de internet se curaba y cuidaba cada mínimo recorte de diario o revista para tener un retazo más de la leyenda en la colección: no olvidemos que hasta vendían supuesto cabello beatle y pedazos de sábanas o almohadas donde supuestamente se recostaron. Así, el intenso primer capítulo encima termina con tremendo cliffhanger cuando George –que al principio entre irónico y fastidiado le pregunta a Lindsay-Hogg si además de filmar van a grabar todo lo que dicen- se harta de lidiar con Paul  y del miserable goteo que la banda asigna a su composición y pega el portazo dejando registro para la posteridad… o sea para noviembre de 2021. Y el hecho que conozcamos previamente aquel pasajero “no va más” no resta a la desazón y desconcierto que compartimos con sus compañeros. La creciente sensación de ninguneo al “baby George”  es otro de los puntos medulares de esa primera parte: la obra de Peter Jackson de ningún modo es un baño de almíbar al inminente estallido de la mejor banda de la historia y lo vemos cuando surgen los silencios, las dudas, las discusiones -fundamentalmente entre Paul y George- y McCartney erigiéndose como jefe y a la vez incómodo en su rol, y la aceptación de la orfandad luego de la muerte de Brian Epstein como detonador de la desunión: “se fue papá y estamos a las nuestras en el campamento”.  Allí Jackson intercala no pocos primeros planos, donde no hay muecas ni chistes, con planos generales en los cuales el frío ámbito de los estudios de Twickenham los empequeñece y parece que todo se va al mismísimo carajo.

No podemos volver a casa. Tranquilamente podríamos prescindir de lo citado hasta aquí y quedarnos con el secreto revelado: espiar como moscas en la pared la génesis de las canciones que terminaron en los discos Let it Be y Abbey Road, el altísimo final discográfico del grupo. Sí, todos nos sorprendemos cuando Paul  inventa Get Back (la canción) rascando el bajo mientras George bosteza, pero un momento bellísimo, emocionante pero también descriptivo, es cuando Lindsay-Hogg le parlotea a Ringo para que interceda ante sus compañeros para avanzar con más firmeza en ese viaje incierto que es el plan de volver a tocar en público. Mientras tanto, Lennon, sin mucho entusiasmo, discute con Dennis O’Dell sobre el diseño del escenario, que le rememora el de una gira en tiempos de beatlemanía. Ringo le contesta a Hogg con monosílabos, de compromiso, mientras de fondo se escucha a Paul al piano yendo y viniendo con los primeros acordes de Let it Be, con Harrison acompañándolo. De pronto, Ringo corta en seco la charla sonriendo y, mirando fuera de campo, dice: “me encanta verlo tocar el piano”. En esa secuencia Jackson resume todo: que lo importante era la música y que el compromiso les estorbaba cualquier placer artístico, que Lindsay-Hogg como coordinador de ese momento cumbre y enrarecido de Los Beatles era un molesto de aquellos. Por eso también festejamos cuando en un momento del ensayo Lennon le descerraja un “Sod off!!!” (traduciéndolo amablemente: andate a la mierda). Por eso a su vez como contrapartida resalta el rol del siempre alegre y dispuesto Glyn Johns y los planos intercalados de George Martin que aparentemente pasea despreocupado y mira de lejos y festeja algún chiste: las cabezas de ambos productores musicales van a mil.

Una vez más, a diferencia de Let it Be película, acá se palpa la intención de volver a las raíces como último recurso para rearmarse como grupo luego del formidable como individualista álbum blanco: tocar otra vez frente a un público, hacer un disco en vivo dejando de lado las sobregrabaciones, zapar clásicos de sus primeros tiempos como banda, rescatar canciones que la dupla compositiva principal descartó y ahora podrían ser útiles (de ahí salió, a Dios gracias, la felicísima One After 909), encerrarse a ensayar y joder como en los viejos tiempos y traer a la familia. Y la documentación en film de todo el proceso, que los tiene como bichos bajo el microscopio y hoy nos permite ponernos al día con la curiosidad entomológica de todo fan. Paul, el más concentrado en llevar adelante el proyecto y a la vez en apurar las canciones –tienen que hacer al menos 14-, no despreciaba ponerse a juguetear con los primeros garabatos de esas canciones pero en ese nivel triunfa el histrionismo casi permanente de John, el que más rompe la cuarta pared y no se molesta por las cámaras dando vueltas, lo cual nos retrotrae a aquellas primarias filmaciones de entrevistas y actuaciones donde payaseaba a gusto. Lennon devuelve enThe Beatles: Get Back la repentización y el nonsense,  especialidad de la patria y de la casa y de los Beatles de Richard Lester (A hard Day’s Night y Help!). Y ese divague lúdico con el lenguaje aterrizó como poesía en el cierre de I’ve Got a Feeling, en Dig a Pony, luego en Come Together, etc. sobre todo gracias a la presencia servicial como entrañable de aquel oso llamado Mal Evans, su papel, lapicera, sonrisa y yunque para martillar en la todavía germinal Maxwell’s Silver Hammer

Final (en espacio) abierto. Se insiste aquí en un primer capítulo con mucha información (lo cual hace sospechar que allí está la base del plan primario de Peter Jackson que era hacer un documental para ser proyectado en cines y no esta miniserie que agradecemos y de la que todavía nos quedan 54 horas de material por si no tenemos otra cosa que hacer), donde se presentan todos los conflictos y la trama que se ahondará en un segundo capítulo de arduo trabajo de composición (volver a casa –get back- será volver al edificio de Apple) y se cerrará con el mini concierto en la terraza del edificio y todos, o por lo menos ellos cuatro, contentos. Desde un comienzo empiezan a jugar con la posibilidad de invitar a un colega para compactar el sonido del grupo y Harrison expresa su fascinación por Billy Preston, que como por arte de magia y licencias a la verosimilitud del guión luego aparecerá para bastante más que ligar las partes: además de caer maravillosamente al punto de renovar el ímpetu en ¡Los Beatles! y prenderse en lo que venga, hoy no podríamos pensar en Get Back o Don’t Let me Down sin sus solos, o en la incendiaria I’ve Got a Feeling sin su base. Y este tema precisamente es el que nos lleva al desenlace, al fin merecidamente llevado a su calidad épica, es decir al «Rooftop Concert».    

La primera versión, interrumpida por un split screen donde la canción interactúa con entrevistas en la calle y la policía como el villano que arruinará la fiesta, elección cinematográficamente irreprochable pero que ningún fan podría aprobar, está entre lo mejor de un cierre memorable con la banda funcionando como tal, lo cual se nota en sus caras y la energía de la performance, con Paul alcanzando la cima casi irrepetible de su registro vocal y Ringo demostrando que es un baterista de puta madre. El cierre abrupto, anticipado por el oficial de policía que repite hasta el ridículo las irrisorias protestas telefónicas de vecinos por ruidos molestos (¡!) no resta felicidad a esta conclusión, resignificada con el agregado de los cuatro bajando al estudio para escuchar cómo salió lo que tocaron, como si fueran emocionados novatos pero también como si fuera la última vez, que finalmente fue. Y el sabor ya no es tan terminal, más bien acorde al legado inagotable de Los Beatles y su  permanencia a través de las décadas, reforzado por esta aventura arqueológica de Peter Jackson que hoy todos podemos disfrutar. 

Get Back (Reino Unido, 2021). Dirección: Peter Jackson. Música: The Beatles. Reparto: intervenciones de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr y Yoko Ono. Duración: 468 minutos.

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